lunes, 10 de marzo de 2025

¡MÁRTIR!

 

¡Mártir!

Kaveh Akbar

Traducción de Carles Andreu

Blackie Books

Barcelona, 2025

405 páginas

 



La narrativa también puede ser bipolar. Lo menciona nuestro autor, Kaveh Akbar (Teherán, 1989) a través de una cita de Clarice Lispector con la que se cierra esta novela: recordar que morimos no es incompatible con tener presente que estamos en plena época de fresas. Akbar crea un personaje, el principal protagonista, que es normativo a la par que no normativo, con todo lo que ello implica. ¿Qué es lo que nos hace especiales y qué es lo que nos convierte en los seres que pueden pasear con normalidad por el planeta? Este individuo es insomne, pero cuando está dormido presenta sueños que nos llevan a pensar si existe algún significado que podamos extraer de las imágenes, algo relacionado con la vida y la muerte, ese gran asunto, o a la hora de la verdad no quieren decir nada. Está a punto de cumplir treinta años y ya debería saber qué pretende o al menos haber marcado con alguna señal el camino. Pero lo único que tiene claro es el proyecto de un libro sobre mártires, un libro híbrido, en el que, eso sí, destacan algunos poemas, que en los Estados Unidos, donde vive, resultan especiales, pero parecen beber de la fuente de la poesía persa, pues, a fin de cuentas, él, como nuestro autor, nación en Irán. Su padre le ha criado solo, y está sobrenadando en un mundo pop, donde las referencias se entrecruzan como se mezclaban en los cuadros del Equipo Crónica: Scheherezade, Spiderman o Rimbaud, es una de las enumeraciones que sirven de ejemplo a lo que comentamos; en una de las obras más populares del Equipo Crónica, el Guerrero del Antifaz irrumpía en El Guernica de Picasso.

La trama es bastante tenue, y el viaje que supone la novela nos lleva a dos tiempos y dos voces, una retrocediendo al Teherán de 1987, en primera persona, y otra actual, en varios lugares de Estados Unidos, con un narrados omnisciente. Lo que mueve a los personajes es el teatro de la vida, es decir, esa bipolaridad que supone el preguntarse si uno vive o finge que vive. Lo que mueve al narrador es la cuestión de si uno construye la realidad o se limita a recibirla. Y parte de esa realidad es el pasado, que tiene una consistencia onírica, que también es ilusión, que también es mito. Tal vez ahí esté el origen del pensamiento mítico que tanto nos ha movido en el arte. Y también esté ahí el origen de recursos de supervivencia como el alcoholismo, en el que cayó nuestro personaje, o las dudas del amor, como el que siente por su mejor amigo, su compañero de cuarto, tal vez su novio. Para encontrar sentido a algo, y está en una etapa en la que es necesario encontrárselo, no queda más remedio que dejar volar la fantasía. «Comprendió que no estaba hecho para el mundo en el que vivía», reza por él el narrador cuando considera que es el momento de cobrar lucidez.

Pero previamente ha pasado por el trance revelador, tan concluyente como debería ser la visita a un oráculo: una artista moribunda se expone a sí misma en un museo de Brooklyn, concediendo tiempo de diálogo al visitante. El protagonista mantiene con ella varios minutos de conversación que guardan un fino misterio que no querríamos desvelar, pero del que diremos que nos llevará a hacer dudar si toda la novela no está encaminada a convertir a esta mujer en la verdadera protagonista, en ese personaje que es más levadura que harina, que tiene poca presencia, pero hace crecer la consistencia de la obra. La sabiduría final está más en las cuestiones que en las certezas, de las cuales solo cabe señalar las heridas y las raíces, que con tanta frecuencia coinciden. ¿Qué nos va a salvar en una existencia que nos lleva constantemente a actuar pretendiendo dar sentido a la vida? Akbar ha sido capaz de escribir una novela sobre este tema, y para ello nos sorprende con un alarde increíble de imaginación. Una obra para recordar.

 

 

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