La
ciudad
AA.VV.
Nórdica
Madrid,
2024
134
páginas
Cabe
conocer los nombres y también conocer las virtudes. Los nombres son fáciles,
las virtudes son tan poco consistentes como una duda. Si hablamos de botánica,
podemos decir que no hay rosa sin espinas, no hay planta curativa que no
contenga una cantidad suficiente de principio activo que pueda ser utilizada
como veneno. En lo que atañe a las ciudades, el análisis es mucho más
complicado: demasiada gente depende de ellas, como se depende de cualquier
droga que es tóxica si subimos la dosis, y que produce ansiedad si dejamos de
tomarla un solo día. Es fácil de entender un testimonio de amor a la naturaleza,
pero más complejo, si es que existe, el de amor a la urbe. ¿Qué es lo que
podemos decir sobre ella, sobre el lugar en el que habitamos la mayoría de
nosotros? Podemos hablar de hábito, por ejemplo. Aunque lo que más caracteriza
a una ciudad es que la gente no se conoce. Ni siquiera se saluda. En cierto sentido,
se puede afirmar que existen los cuerpos, pero no las personas.
Este
volumen recoge nueve escritos que se reúnen entorno a nueve ciudades, nueve
testimonios de muy diversa índole, pero todos ellos centrados en espacios donde
se reúne demasiada gente: Nueva York, Río de Janeiro, Praga, Ciudad de México,
Jerusalén, Roma, Bombay, París y El Cairo. Son ciudades paradigmáticas, no urbes
pequeñas, ni medianas. Son agrupaciones de millones de personas y millones de toneladas
de hormigón y asfalto. Y eso, suponemos, imprime carácter. Pero el interés
literario de la recopilación está en la versatilidad creativa que puede brotar
desde la ciudad. Zadie Smith defiende lo contradictorio que puede resultar
Nueva York, asegurando que sus habitantes no son escoria y entendiendo la
agrupación humana como un principio social y organizador en la que «los
vínculos se forman y disuelven con una fluidez tan vertiginosa como la fuerza
que son capaces de mostrar durante su breve existencia». En la ciudad,
reconoce, es posible convivir sin verse. Clarice Lispector escribe una carta a
partir de un engaño o un desengaño amoroso, donde se cuestiona si debe alejarse
de la ciudad; aquí entendemos que nuestras situaciones están vinculadas al
lugar, tal vez en exceso. La Praga de Bohumil Hrabal es kafkiana, es decir,
contiene un punto exacto de demencia como para no entenderla ni rechazarla. Su
texto nos va mostrando gente que se sale de lo que consideramos normal: «Todo
se deforma en la goma de la perspectiva», termina por decir. Valeria Luiselli recuerda
un México que amenaza destruirse. El poema de Najwan Darwish sobre Jerusalén
versa sobre la invención, lo no natural, que es la propia poesía y la propia
ciudad, aunque a estas alturas demos por sentado que lo natural es que ambas
existan. Igiaba Scego se centra en la vida de migrantes somalíes para tratar
sobre lo que no acostumbramos a ver cuando visitamos Roma. Saadat Hasan Manto vuelve
a unir pobreza y dignidad para mostrarnos la vida de una mujer en Bombay. El
texto sobre París es de Philippe Jaccottet y nos remite a un instante de
pureza. Radwa Ashur escribe sobre su propia biografía y la vincula a la
historia de su ciudad, El Cairo, para explicarnos por qué necesita seguir
escribiendo.
El
conjunto es un hermoso libro sobre el espíritu de la ciudad, un libro que tiene
algo de homenaje, algo de reconciliación y algo de denuncia. Y, como siempre en
las ediciones ilustradas de Nórdica, editado con muchísimo esmero.