martes, 5 de noviembre de 2024

CARNICERO

 

Carnicero

Joyce Carol Oates

Traducción de Núria Molines Galarza

Alfaguara

Barcelona, 2024

417 páginas


 


Nadie va a dudar, a estas alturas, de la solvencia de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) como novelista. Siempre firme, siempre profesional, siempre manteniendo el pulso narrativo. Pero, además, sabe elegir causas y poner su profesionalidad a disposición de los lectores, que pueden entregarse a sus novelas eligiendo la carga de profundidad que quieren imprimirle a la lectura, desde la tensión propia de un thriller hasta la revelación de insólitos comportamientos humanos, tan aborrecibles como el que nos trae aquí, en este Carnicero, en esta obra magnética. Oates elige la biografía de un médico del doctor Silas Weir, que en el siglo XIX llega a dirigir un hospital psiquiátrico para mujeres y a empeñarse en unas investigaciones que relacionen la anatomía con la locura. Pero para llevar a cabo esas investigaciones, y sus consecuentes curas, Weir dispone de los medios más sanguinarios que uno se pueda imaginar. Hemos titulado esta reseña utilizando la palabra bisturí, pero Weir no dispone de herramientas tan nobles y se vale de cucharas o agujas de punto, para abrir vaginas o perforar oídos. Su intención es pasar a la historia como un grande, como uno de los médicos más relevantes que han paseado por el mundo, generando una especialidad que llama ginopsiquiatría, un nombre grotesco que nos indica que existen vínculos entre el útero y la histeria, por ejemplo.

Nos encontramos en una época y un lugar donde los pudores son muy diferentes a los contemporáneos, como lo son los conocimientos científicos y los desarrollos éticos. Aun así, destaca la inhumanidad del personaje central, del que Oastes no escatima detalles y que, además, le da voz, para permitirnos leer como si fuera un verdadero intento de avance cada una de sus crueles intervenciones, a veces no aptas para lectores con estómagos delicados. Este personaje es conflictivo, siniestro, egoísta, vanidoso, sádico, esclavista en contra de su educación, y padece una suerte de efecto rebote sobre el síndrome del impostor: pretende ser reconocido por sus méritos, por encima de todo, debido a unos profundos traumas y complejos que apenas quedan apuntados en las primeras páginas del libro. Además, padece una obsesión por la carne y la mente de las mujeres que le convierten en un sociópata y hasta en un asesino. Pero está convencido de que la mujer es una especie de animal doméstico a la par que salvaje, o al menos las mujeres que a él le rodean. Hasta que una de ellas, una irlandesa albina, sordomuda, le lleva a hacer temblar esos principios, en los que no existe nada parecido a una moral, que pretende imponer por encima de las dudas que la presencia humana pueda generar.

Nos resulta más sencillo comprender a un exorcista que a este personaje, convencido de que la demencia habita en los defectos físicos, y es, por tanto, operable. Oates elige al hijo del médico como editor de la historia, y es responsable tanto de la introducción como del epílogo. En realidad, este hijo tendrá una parte activa que le generará la necesidad de armar el libro. Podríamos hablar de recurso para el relato, que en su mayor parte lo configura la crónica del médico, pero dada la relación que el hijo tendrá con algún otro personaje, se nos antoja que los vínculos son mucho más estrechos. Son pocas las ocasiones en que se interrumpe la voz del médico para facilitarnos un poco la mirada exterior, hasta que al final será el relato de la mujer albina el que nos explique que no solo el lector es consciente de la crueldad y la locura. Debemos advertir que apenas hay respiro en la novela, que funciona como una pesadilla y que, al igual que tantas magnéticas pesadillas, seremos incapaces de abandonar una vez comenzada la lectura.


Fuente: Zenda

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