Horizonte
tardío
Ernesto
Escobar Ulloa
Comba
Barcelona,
2024
428
páginas
Que
la vida nos lanza contra distintos acantilados es un lugar común, pero ver cómo
este lugar sucede, comprobarlo, no deja de traernos a la conciencia un horror,
que también es común. Tal vez por eso nos abate, por lo que sentimos en él de
irremediable. Si contamos nuestra historia, contaremos la de todos. Eso que a
todos nos incumbe a lo que se une eso que nos hace diferentes, lo que nos
contiene y nos refleja junto a lo que nos marca como individuos, todo ello bien
combinado y escrito con buen oído, dará lugar a una obra en la que nos reconocemos
mientras manifestamos sorpresa. Esto es lo que sucede con esta novela de
Ernesto Escobar Ulloa (Lima, 1971) que nos lleva a un Perú en el que distintas
formas y distintos grados de agresividad han construido a sus habitantes.
Nuestro protagonista emprende un viaje a lomos de un camión en el que se
encuentra con ese tipo de gente a la que le arrolló la vida, encontrándose con
un antiguo compañero de escuela. A partir de ahí, desata recuerdos, que se
alternan con este desplazamiento, que por momentos parece destinado a definir el
verdadero amor, como si moverse hacia el sur sirviera para madurar
sentimientos.
Hemos
dicho madurar, pues estamos frente a alguien que parece necesitar ese empujón: «Me
hallé en el lugar que más me aterraba: el centro de atención», dice,
definiéndose a sí mismo. Este tipo tímido siente una nostalgia de compleja
definición por su adolescencia, como si no consiguiera echarla de menos, como
si pretendiera desprenderse de ella, sin que sea capaz de lograr ninguna de las
dos cosas. Monta su grupo de música de rock duro, juega en el equipo de fútbol,
entra un poco en las drogas, se echa novia y se busca otras mujeres porque le
sobrepasan los impulsos sexuales. Y, mientras tanto, el país va sufriendo una historia
en que aflora la violencia, unas condiciones compulsas que son bastante
conocidas, las que sucedieron en los años setenta, y que termina en algo que se
parece a la nada: «¿Cómo es, no? De la noche a la mañana pasamos de estar a
punto de hacer historia, a que la historia no supiera ni quienes chucha éramos».
La
memoria es aquí un instrumento para intentar explicarse a uno mismo, y explicar
aquí y allá el país, y uno siente la tentación de hablar de ese subgénero, un
tanto forzado por su escasa autonomía como tal, que se conoce como autoficción.
Zero, que es como llaman al protagonista, cuyo verdadero nombre es Ezra, en
homenaje a Ezra Pound, protagoniza un viaje que no sabe si es búsqueda o
diáspora, en el que atendemos incluso a momentos metaliterarios, en el que encadena
relaciones para dejarnos con dudas en la cabeza: ¿las vidas con las que ha
tratado, con las que está tratando, se están construyendo o son vidas
destruidas? En cualquier caso, Escobar Ulloa es consciente de que la esencia
del conflicto sobre el que quiere hablar es el animal humano, la gente que no
tiene ningún empacho en acabar plagiando libros de alguien que le gusta. Todo
ello narrado con un estilo impecable, alejado de los manierismos de corto
aliento actuales, con respeto por el lenguaje. Una novela debe defender la
autonomía de la ficción como lugar donde ocurren las cosas que realmente
importan. Aquí Escobar Ulloa sabe hacer, y muy bien, su trabajo: «Como me dijo
una vez alguien, la verdad es un recodo, algo marginal, una serie de hechos
aislados».
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