Pasiones públicas,
emociones privadas
Charles Dickens
Traducción de Dolores
Payás
Gatopardo
Madrid, 2024
418 páginas
Charles Dickens (1812-
1870) es un fantasma que nos acompaña cada vez que visitamos Londres. Vemos la
ciudad como una actualización de aquello que él nos relató en sus ficciones, que
agarraban el humus de las calles que él estaba viviendo para mostrarnos la
necesidad imperiosa de ser unas personas morales. En realidad, tal y como
comprobamos en esta recopilación de textos periodísticos, la moralidad que él
defendía era bastante ortodoxa, si entendemos la ortodoxia moral como la
obligación de ser generosos y solidarios. Es muy posible que jamás debiéramos
haber salido de esa ingenuidad, de ese espíritu naif que por momentos recorren
los cuadros que nos hace ver Dickens. Era un momento en el que no se había
extendido el estilo de la crónica que actualmente identificamos como la
sacudida de la realidad, y tanto su lenguaje como su estructura nos resultarán
muy coloquiales: salgo a la calle y observo, entro en un lugar y me doy cuenta,
he oído esto y esto es lo que me han respondido. Dickens resulta ser algo
semejante a un flaneur, pero a diferencia de estos paseantes lo que se
impone no es una cierta languidez, un tono de malestar o una mirada empañada:
Dickens es un observador nítido, directo, un tipo que experimenta en carne viva
lo que sucede a su alrededor. El insomnio resultó serle de una utilidad creativa
increíble a este clásico inglés.
El mundo funciona como
algo muy práctico, como la consecuencia de sucesos y acciones concretas, y
existe un grupo de personas que deciden. A partir de ahí, la única salida que
le queda a la mirada de quien intenta dar fe de cómo funciona el mundo es
atenerse al sarcasmo, al esperpento, a la caricatura, cuando lo feo está
demasiado presente. Esta fealdad podría ser el resultado de la miseria que
estas decisiones han producido, o las costumbres bastante inexplicables que se
han impuesto, los paradigmas que aceptamos por el simple motivo de que las
cosas siempre se han hecho así. Junto a ese humor, Dickens se muestra siempre
compasivo, idealista, pero sin reclamar la revolución, la revuelta o la toma de
armas. Convencido de que la sociedad civil se puede organizar para modificar la
política, leemos a un hombre que confía en que lo importante es la bondad, y que
a esa conclusión le lleva la indignación consecuente de lo que va denunciando.
La lectura de estos
textos resulta de los más instructivo en la actualidad, pues nos lleva a
preguntarnos qué ha sucedido a lo largo de estas décadas para que no sintamos
como siente Dickens, con eso que es innegablemente humanidad, y nos llevan a
una nostalgia que hasta ahora no conocíamos: la de echar de menos la bonhomía. «Magnificencia, miseria, belleza y carroña», es la enumeración que Dolores Payás indica, en el prólogo,
como núcleo que condensa estos escritos. Payás hace una labor estupenda, añadiendo
pequeñas introducciones a cada uno de los bloques en los que divide la edición,
que son bloques temáticos: la descripción del país, la descripción de la pobreza,
la justicia, la corrupción política, los paseos al inicio o al final del día,
etc. En cada uno de ellos, Dickens nos demuestra que observar es reflexionar,
porque de todo lo que configura la realidad, va prestando atención a las cosas
que de verdad deberían importarnos, que son aquellas que nos hacen
cuestionarnos nuestra humanidad, es decir, todo lo que se supone que nos sirve
para hacernos mejores personas.
Fuente: Zenda
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