viernes, 27 de octubre de 2023

LOS VIRTUOSOS

 

Los virtuosos

Yasmina Khadra

Traducción de Wenceslao-Carlos Lozano

Alianza

Madrid, 2023

473 páginas

 



Así se expresa nuestro narrador hacia el final de la obra: «No creo haber llevado luz a ninguna parte y espero no habérsela apagado a nadie». ¿Es esto sabiduría? ¿O es renunciar a la sabiduría? La filosofía se agota a medida que uno desciende dentro de sí mismo, que es lo que hace este anciano al relatarnos su vida. Yasmina Khadra (Kenadsa, 1955) es un narrador y apenas se permite alguna digresión como conclusión a la vida que ha creado. Pero en esta vida uno va encontrando la reflexión que se nos impone: no vamos a hallar solución al tratar sobre el destino de la vida. Khadra nos trae un relato en el que la espiritualidad es de carne y hueso.

A un muchacho le proponen, bajo extorsión y con premios fingidos, sustituir al hijo de un cacique como soldado en la Primera Guerra Mundial. Es una supuesta cuestión de honor, de la que uno sólo puede salir escaldado: ¿qué tiene que ver el honor con la guerra? Ya sabemos que en esa atmósfera es una farsa. Pero durante su etapa en el frente francés, este joven argelino creará una hermandad con otros muchachos, con otros desesperados que apenas se enteran de qué trata el conflicto, pues parecen vivirlo desde la periferia a la que sí llegan el horror y la muerte. A su regreso, lo que se encuentra le obligará a exiliarse dentro de su propio país, a emprender una huida sin alejarse, pues a la vez que se esconde busca a su familia. Durante una buena parte de la novela asistimos a un Bildugsroman en el que no faltan elementos que ya hemos conocido: ser amante de una mujer adinerada, prófugo de la justicia, guerrillero, vendedor o convivir con los desheredados. Todo lo que puede ir aprendiendo surge de las relaciones crudas. Así se impone un conocimiento de la condición humana que debería ir modificando al personaje, pero su ingenuidad permanecerá. En algún episodio confiesa que se ha visto obligado a huir por una mentira, pues antes de cumplir los veinte años jamás había escuchado otra.

Seguiremos a este hombre desterrado a través de una geografía en la que hay muchos más humillados y ofendidos que ganadores. Vamos comprobando cómo cada vez que intenta hacer el bien, recibe a cambio una injusticia, le sobreviene el mal. Pero jamás se autocompadece. La vida no le da tregua y lo que le pone por delante es una lucha detrás de otra. A lo largo de cada una de ellas, que dan pie a una sencilla estructura encadenada, van reapareciendo los personajes que le acompañaron durante la guerra. Ellos también son seres afectados, con limitaciones a la hora de apoyarle. Pero como han conocido su parte buena, no pueden dejar de ayudar, y el grado de esta ayuda va incrementándose, pues a medida que transcurren las páginas la intensidad de esas intervenciones se agrava.

La vida va decidiendo por nuestro protagonista, cuya vida vamos conociendo como si nos hubiéramos subido a un viaje. Recorremos la cartografía de un país muy desconocido, la Argelia de hace un siglo, pero no la recorremos al completo: sólo se nos muestran los callejones y los desfiladeros, los rincones donde uno puede esconderse o, para ser más exactos, apartarse del mundo y desde ahí seguir fisgando, pues nuestro héroe tiene un propósito claro: encontrar a su familia y, más adelante, recuperar a la que él ha creado. Hemos utilizado la palabra héroe, no porque nos recuerde a un personaje homérico o de película de acción, sino porque nos remite, en buena medida, a esos chicos que se veían obligados a abandonar su hogar para buscarse la vida en los clásicos cuentos de hadas, con una mano por delante y otra por detrás. Y en su camino se toparán con ogros y magos, con brujas y hadas. Pero Khadra no quiere expresarse con metáforas ni alegorías: vivir sigue siendo una experiencia ruda.


Fuente: Zenda

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