miércoles, 19 de octubre de 2022

UNA ESCRITORA EN EL TIEMPO

 

Una escritora en el tiempo

Jane Lazarre

Traducción de Blanca Gago

Las afueras

Barcelona, 2022

95 páginas

 



Que uno es también su relato, que el relato se imbrica en la ficción que nace de nuestras ilusiones y que todo ello puede aterrizar en literatura o en el diván vienés, ha dado pie a miles de reflexiones cuyo objetivo sólo puede ser encontrar serenidad. Y para ello, nos indica Jane Lazarre, hay que basarse en algún principio de relatividad, siempre y cuando esta no justifique hacer daño, y en una sincera revisión de conciencia, que es un ejercicio vivo, líquido. En realidad, si hay un valor que aporta bienestar definitivo a nuestra vida común y a nuestra vida personal, ese es la honestidad. Lazarre llega hasta a valorar las oportunidades de bienestar que gesta el autoengaño, pero defiende, con ímpetu, una pedagogía de la honestidad: “y yo, la profesora blanca, busco palabras que puedan transmitir información, compasión e instrucción, todo a la vez y de inmediato”. Una información no honesta es manipulación, una instrucción sin honestidad es disciplina vacía. En cuanto a la compasión, la capacidad de padecer con el otro, de sentir su padecer, lleva implícita la mejor honestidad posible, que es la emocional.

Ese principio de honestidad emocional -y sentimental- recorre estos pequeños ensayos que nacen de alguien que al mirar hacia el pasado, se da cuenta de todo lo que ha tenido que ver en su formación haber sido madre, haber sido madre blanca, haber sido madre blanca de niños de color y haber elegido vivir la vida que les estaba destinada a ellos. La maternidad y la diferencia racial, por no decir el racismo, forman a una mujer entregada a la familia y al relato. En ambos ámbitos, un principio se impone, que es el de ansiar y buscar la justicia social. Lazarre no consiente la injusticia, y ese es el rasgo que mejor la caracteriza.

Los dos ensayos que componen este volumen nos hablan de familia y luego de creatividad:

«El mito determina el contenido de nuestro supuesto conocimiento objetivo y nuestro conocimiento sirve, entonces, para reforzar el mito. Y el mito, que ejerce su influencia sobre todas las madres que conozco, es un arma destructora, precisamente porque no es del todo erróneo, sino que omite media parte de la historia».

Esto comenta en la primera parte.

«Tampoco en este ensayo que ahora escribo puede haber una separación neta o clara entre la vida interior y la historia del mundo», dirá en la segunda parte, donde añade: «Las voces internas hablan muy alto, y entonces tratamos de aferrarnos a un relato o, si nos sentimos con fuerzas, dejamos que todas las historias, con sus paradojas y contradicciones, surjan para volver a retirarse».

Lazarre reniega de la injusticia, porque esta margina, sea de la intensidad que sea. Mantiene firme sus principios, que tienen la virtud de las mejores ilusiones, de las ilusiones bondadosas, en las que se iguala al hombre y a la mujer, a todas las razas, y cree en un mundo en el que hay pan para todos, en el que todos puedan, también, disfrutar de los cerezos en flor. Con estas ideas, que aparentemente justifican casi cualquier ensayo social, pedagógico o creativo, ella completa dos textos en los que no cesan de aparecer frases sorprendentes, de estas que nos obligan a dejarnos la mina de un lápiz subrayando, mientras relaciona el arte y el activismo.

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