lunes, 31 de octubre de 2022

HIERRO 3

 

Hierro 3



 

Intentar desentrañar los misterios que envuelven a las películas de Kim Ki-duk puede ser en sí una paradoja: el cineasta coreano se empeña en demostrarnos que es posible narrar una fábula como si el autor no acabara de comprenderla.

Hierro 3 puede no ser la mejor película de Ki-duk, pero fue con la que yo le descubrí. A partir de entonces, dediqué varias semanas a encontrar casi todas sus demás obras, porque me llamaba la atención que un autor fuera capaz de crear películas tan hermosas de ver como aparentemente faltas de pretensión. Poco importa si la historia que se nos presenta tiene sentido, poco conseguiríamos sacar de un estudio sociológico o de una interpretación a partir de intenciones simbólicas, que son las dos corrientes a las que apunta esta cinta. Conocemos una parte de la sociedad a través de un excéntrico que se dedica a invadir provisionalmente hogares, con el único afán de habitarlo y mejorar la convivencia: arregla los relojes o lava la ropa. Su encuentro con una antigua modelo, maltratada por su marido, da comienzo a una de las historias de amor más consistentes que uno ha podido observar, aunque sólo sea porque demuestra que el amor puede suceder en silencio.

Poco a poco, y merced a la supervivencia en el extremo, que será la cárcel o las cárceles -una prisión real y un hogar en el que la sociedad y la brutalidad encierran a la muchacha- lo que transforme esta fábula en un cuento de fantasmas. Para que exista un fantasma, el cuerpo debe morir. Aquí, al contrario, conseguimos creer en los fantasmas sin la intervención previa de la muerte. La situación, o el relato, es desconcertante, pero ese desconcierto se transforma en belleza. De hecho, esta es la gran aportación de Ki-duk a la historia del cine contemporáneo. Es posible que desde Carl Theodor Dreyer no viviéramos esta sensación con tanta intensidad.

Hemos construido una sociedad en la que el tiempo se mide como si se tratara del espacio, cuando el tiempo no es ninguna dimensión. La eternidad, ya se sabe, no es la suma de segundos hasta llegar al infinito, sino la ausencia total de segundos, la ausencia de tiempo. Entre los paradigmas sobre los que hemos construido esta sociedad, además del tiempo concebido como la maldición de los relojes, está la propiedad como sinónimo de posesión, la vida privada como sinónimo de posesión, la voz propia como sinónimo de posesión, los vínculos con los demás como sinónimo de posesión… y así podríamos seguir hasta llenar unas cuantas páginas. Nuestros protagonistas de Hierro 3 derriban todos estos prejuicios y nos muestran que es posible caminar entre el ruido con que los demás ejecutamos nuestras vidas, para lo cual basta con el silencio. No ha fallecido ningún cuerpo, pero ellos sí recogen las cualidades que se precisa para transformarse en un fantasma.

El silencio puede ser, para la ciencia, la ausencia total de sonido. Pero no lo será para la poesía, en la que se puede enunciar varias formas líricas de silencio, desde el canto de los grillos o de los pájaros, hasta el firmamento acribillado de estrellas en una noche fría en la montaña. Todas estas formas de silencio, las que entendemos como naturales, suceden lejos de la civilización. Lo que hemos construido, las ciudades y sus prolongaciones, como las carreteras y aeropuertos, son fuente constante de ruido. Hemos dicho que todas las formas de silencio suceden lejos de la civilización y hemos de rectificar, pues el hombre civilizado creó la música y ésta, en sus versiones más armónicas, contiene mucho silencio. El cine también es una expresión de nuestra sociedad, de nuestra civilización, y al igual que la música, es capaz de recopilar esas formas creativas de silencio que se idean con poesía. No podemos evitar mencionar algunos de estos logros: Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera, Aliento o El arco.

Narrar una fábula como si uno no terminara de comprenderla, nos ubica en el entorno de los inadaptados. Y ya sabemos que ser un adaptado en una sociedad enferma no puede ser síntoma de buena salud mental. Hay momentos, muchos, en los que nos viene bien, para seguir madurando, que nos recuerden qué es lo que podríamos ser, frente a lo que los demás esperan que seamos. Gracias, Kim Ki-duk, por Hierro 3.

 

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