Cuaderno de viaje al
país natal
Alfonso Armada
La umbría y la solana
Madrid, 2022
597 páginas
Los libros de viaje están
sujetos a la maldición de acumular polvo, que indica que por ellos pasa el
tiempo. Es inevitable, pues no dejan de ser testimonio de un momento y ese
momento pertenece al pasado. Uno se pregunta si ésa puede transformase en la
virtud de un libro de viajes, el hecho de construirlo, precisamente, sobre el
viaje al pasado, que viene a ser tanto como decir el viaje a la infancia.
Frente al momento presente, hasta la semana pasada ya pertenece a la infancia de
lo que somos. Para añadir un sabor a clásico, remitiéndonos todavía con más
énfasis a la literatura que un día agradecimos y hoy regresamos a agradecer,
hay que escribir bien, con un ritmo de trote mantenido, con un lenguaje
ajustado. En este empeño, y con una resolución más que digna, Alfonso Armada
(Vigo, 1958) nos ofrece un libro en el que recorre Galicia, su tierra natal,
con un espíritu crítico, porque no deja de ser un encuentro a la defensiva,
como reconoce cuando confiesa que marchó a Madrid poniendo tierra de por medio
de un país “en el que todo era susceptible de ser convertido en herramienta, en
arma política: la lengua, la patria, el ser como una línea en la tierra y en el
agua para diferenciarse y definirse”.
De la contradicción, del
conflicto, nacerá esa forma de mirar en ocasiones con pequeña ironía, en ocasiones
buscando una reconciliación que se hace posible en función del alma de su
interlocutor. Su postura política, o su no toma de postura en lo que entendemos
por política institucional, irá marcando cómo define este territorio, que es
país por tener su idiosincrasia sin reivindicarla, que es nación por tener sus
estructuras de autonomía, pero que no es Estado y que uno se pregunta qué
necesidad existe de constituirse en Estado si ya es país por la facilidad con
que se distingue del resto del mundo. En cualquier caso, Armada se muestra como
un vehemente defensor de posturas no nacionalistas, ni en Galicia ni en ningún otro
terreno, acotado por vaya usted a saber qué avatares históricos o personales.
«Este es un país hermoso, ¿quién lo duda? ¿Pero cuál es mi
vínculo con él? De todos modos, lo que sí sé es que yo no amo a mi país. Quizás
porque piense que en ese amor a un país se esconde una suerte de aberración
política y moral». Entonces, uno se pregunta, ¿qué le
motiva a emprender el viaje y a persistir en él con tanto detalle, con tanta
rotundidad? Aquí y allá aflora alguna mención a la infancia, pocas, pero son
las que al lector le ayudan a sentir momentos de descanso: «Sus palabras ponen misteriosamente en marcha recuerdos de
juegos en patios olvidados, de cuando la infancia era en Vigo una película que
la lluvia borraba y el sol restauraba, la lluvia encendía y el sol desvanecía». ¿Viajamos con él para encontrar esos segundos salvíficos?
En realidad, encontrar esos instantes son los que justifican toda una vida.
Existe, eso sí, un empeño
en mostrarnos que esa vida no ha sido malgastada, ha sido un continuo sembrar
para recoger lo mejor en esos momentos. Ahí está la erudición, con muestras
constantes de miles de lecturas. Y la capacidad de observación, una constante
en quien fue uno de los corresponsales más perspicaces y sensitivos que ha dado
nuestro país. Está la continua reflexión acerca de cómo está quedando nuestro
planeta, inevitablemente comparando realidad e ilusiones de las personas,
realidad e infancia. Ahí está la búsqueda constante de formas de arte, desde
las poéticas a las que se pueden encontrar en sencillos museos marítimos. Y la
aparición de los tópicos acerca de Galicia, que él transforma en huellas por las
que orientarse en un sendero que no parece trazado a priori. Está toda la
documentación replicada, que es una selección indicándonos qué nos puede mover
a interés para visitar esta tierra.
Y todo esto buscando dar
testimonio, sí, de su paso por la piel de Galicia, pero también estudiando la
necesidad de construir una identidad de un país que, ya lo hemos comentado, se
ha ido construyendo sola, sin batallar, a pesar de que Armada no considere que
éste sea su país: “No sé cuál es mi país. Prefiero Portugal.”
Y luego está todo eso de
los libros de viajes y los viajeros tratando de explicarse a sí mismos, tratando
de encontrar su identidad y demás lugares comunes, que Armada solventa al
principio de la obra con un sencillo comentario: “¿por qué renegar del Pórtico
de la Gloria si es compatible con Franz Kafka?”. Estamos en la belleza triste
de un libro de viajes que no puede ser completo, porque no hay vida que lo sea.
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