jueves, 30 de octubre de 2025

MUJERES EN GUERRA

 

Mujeres en guerra

Javier Sánchez Zapatero y Sara Velázquez-García (eds.)

Comares

Granada, 2025

187 páginas

 



El deseo de cambiar el mundo, de protagonizar una revolución que mejor el decurso de la humanidad, no ha cesado de ser el impulso para poner en marcha algunas de las grandes conquistas, pero también la intención de mejorar la vida propia y la del entorno más inmediato. No hace falta ser Alejandro Magno, ni Atila, ni uno de los chavales que asaltaron la Bastilla o el Palacio de Invierno, para cambiar un pedazo de mundo y soñar con que ese aleteo de mariposa provocará una tormenta revolucionaria, tal vez a miles de kilómetros pero con efecto boomerang. Los mejores tiempos tienen que estar al llegar y a nosotros se nos exige que no nos quedemos parados aguardando ese momento. Nada va a mejorar en este planeta si vivimos por inercia. Esto parecen haberlo sabido mejor los protagonistas del pasado que la gente de nuestros días, encantada de enchufarse a cualquier serie de cualquier plataforma. Reencontrarnos con ese espíritu de lucha y decencia es parte de la intención de este libro, Mujeres en guerra, subtitulado como Visiones de la contienda española desde el extranjero.

La otra intención es la de recordarnos que durante una guerra no solo existían los que disparaban y, sobre todo, los que ordenaban los disparos. Esta recopilación de artículos conforma un mosaico en el que se presta atención a mujeres extranjeras que han sentido la guerra que tuvo lugar en nuestro país entre 1936 y 1939. La mayoría de ellas vinieron aquí, siguiendo un sentido de la justicia al que nunca es suficiente el volumen que se le concede. A través de la crónica, y en ocasiones de la ficción, expresaron la trascendencia mundial que estaba implicada en la contienda: lo que estaba en juego no era una victoria de poder, sino de modelos de sociedad, en las que ellas veían la opresión y la tiranía frente a una organización que elaborara desde abajo algo que facilitara la vida de todos y cada uno de los ciudadanos.

Vinieron desde América Latina y desde diversas regiones de Europa, y han sido grandes desconocidas que ahora, por fin, tienen un espacio desde el que podemos saber de ellas. Debemos aclara que los textos tienen una intención académica, algo que no enturbia su atractivo, dado que basta la mera enunciación para que nos sintamos afectados al irlas conociendo. Se llamaban Carmen Lyra, Luisa González, Emilia Prieto, María Luisa Carnelli, Carlota O’Neill, Smone Weil, Ruth Rewald, Percy Phelps, Nan Green, Josephine Herbst, Anita Brenner, Victoria Hislop. Y a partir de estos escritos, que nos dan un sustrato idóneo, uno no puede dejar de sentir la tentación de conocer algo más sobre ellas. Sabemos que son valientes, sabemos que son inquietas, sabemos que no consienten la injusticia, y hasta vamos a aprender algo sobre sus biografías, pero la información que obtenemos nos deja con la sensación de que nos gustaría saber algo más sobre ellas. Aunque solo sea por eso, el trabajo de estos profesores ha merecido la pena.

Lo que más sorprende del volumen es toparnos con un efecto muy emotivo en un trabajo muy académico. Y es que de eso se trata, de ir ampliando el mundo, de dar a conocer lo que ni siquiera habíamos intuido que existiera. Esa es otra forma de revolución, una demostración de que podemos afectar a lo que sucede, aunque sea con movimientos de ala de mariposa, y que esa afectación también supone cambios, mejoras. Bienvenidos sean trabajos como éste.

miércoles, 29 de octubre de 2025

EL GRAN TERREMOTO

 

El gran terremoto

Kathryn Schulz

Traducción de Teresa Bailach Arrate

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

78 páginas

 



La propia Kathryn Schulz (Ohio, 1974) confiesa que su reportaje indujo mucho terror entre los lectores, cuando se publicó en el año 2015 en la revista The New Yorker, un miedo del que dieron buena cuenta quienes lo reseñaron. No es para menos. El gran terremoto habla sobre algo que no ha sucedido, pero que amenaza con que pueda suceder: un movimiento sísmico en el noroeste de Estados Unidos cuyas consecuencias se asemejarían a las del que tuvo lugar en Japón, en el año 2011, conocido por cómo afectó a la central atómica de Fukushima. Este terremoto se ubicaría al norte de la famosa falla de San Andrés, en la zona de subducción de Cascadia, y según las previsiones de la propia Schulz causaría miles de muertos y unos daños materiales inmensos, de los que la región tardaría mucho tiempo en recuperarse. De hecho, buena parte del reportaje se dedica a las consecuencias de la destrucción: cuántas escuelas están en territorio peligroso y cuánto duraría su reconstrucción; cuánta gente se vería afectada por la desaparición de centros médicos que no comenzarían a funcionar hasta años más tarde; los problemas por la destrucción de conductos de agua potable y alcantarillado, puentes, carreteras; qué ocurriría en las casas que surten su energía gracias a las calderas de gas, y así en unos enunciados que podrían extenderse más.

Antes de llegar hasta allí, Schulz pone en marcha el espíritu didáctico que todo buen reportaje debe tener. Nos resume en qué consiste la escala de Richter y la relación entre la potencia de un terremoto y su duración, a partir de ciertos ejemplos, o las diferencias entre una gran ola y la devastadora masa de agua que es un tsunami. Y hasta se vale de un sencillo ejercicio que todos podemos hacer con las manos para explicar cómo funcionan las placas tectónicas y en qué circunstancias de esos movimientos se producen los terremotos. A continuación, nos expone cuáles son las regiones de riesgo y cómo están pobladas, urbanizadas, colonizadas, de una manera en la que no se ha tenido en cuenta el riesgo que supone la zona de subducción de Cascadia. Finalmente, y tras exponer las consecuencias, nos advierte de que lo mejor, en cuanto uno comienza a sentir los efectos de un terremoto, es ponerse a salvo, sin mirar atrás.

No es extraño que este reportaje causara pánico entre los lectores. De hecho, Schulz se vio obligada, un tiempo más tarde, a añadir un segundo artículo, que se incluye en esta edición, en el que refleja los mejores consejos para ponerse a salvo en el caso de que llegara el cataclismo: a quién afectaría el terremoto y el tsunami, cómo protegerse, cómo salir de ahí, o cómo informarse. El conjunto es un libro pequeño, pero de gran potencial, que coloca a Schulz en la categoría de los grandes cronistas de investigación, de gente como Sebastian Junger, por ejemplo, de quien hace poco esta misma editorial recuperó La tormenta perfecta.

Lo que experimenta el lector es miedo, pero se trata del tipo de miedo que, a no ser que habites en la región amenazada, resulta magnético. Schulz no intenta que nos vengamos abajo, que nuestras convicciones o la fe en la humanidad se desvanezca, ni siquiera que comencemos a desconfiar hasta el punto de echar el cerrojo en cuanto entramos en casa. Lo que hace es descubrirnos que el mundo geográfico es mucho más amplio de lo que conocemos, que estamos todavía en periodos de descubrimiento y que en su país pueden volver a producirse desastres como el del monte Santa Helena, que tuvo lugar en 1980. Ser la primera economía mundial no te garantiza estar seguro. La advertencia que debemos hacer al lector es que el miedo que sentimos es algo que, en realidad, ponemos nosotros. Esperamos que no sea impedimento para emprender la lectura de este pequeño gran libro.


Fuente: Zenda

martes, 28 de octubre de 2025

SOÑÁBAMOS UNA ISLA

 

Soñábamos una isla

Roc Casagran

Traducción de Amàlia Medina

Navona

Barcelona, 2025

247 páginas

 



El vacío ha llegado a convertirse en la suprema aspiración de serenidad y belleza. Dentro del vacío no hay nada. Lo imaginamos lleno de aire, como se llena de aire los pulmones, pero lo que nos dictan es que no debería haber ni eso. Nada. Es decir, lo mismo que recordamos que había antes de que naciéramos. Y lo que sucede es que vivir es, por encima de todas las cosas, muy incómodo. Estamos en guerra contra el planeta y el terror se apodera de nosotros cuando vemos una multitud. No hemos dejado de llevarnos todo por delante, desde el día que nos bajamos del árbol y agarramos una rama para atizar a otro mono en el cogote. Pero no solo existen estos grandes desastres, en los que nos sabemos protagonistas y podemos incluso llegar a presumir de ellos. Están, también, esas pequeñas tragedias con las que vamos llenando nuestros días, esas que no suceden mucho más allá de nuestra piel y que la afectan, lo cual no deja de tener su importancia, dado que la piel es el más grande de nuestros órganos. Como aquí no cabe acudir al vacío, lo que hacemos es intentar la reconciliación. Somos memoria, y es ahí donde debe suceder esa reconciliación, que nos dará un poco de serenidad y belleza.

Ese es el fundamento de la voz que nos habla en esta novela, Soñábamos una isla, la de una mujer consciente de estar escribiendo y que ese esfuerzo tenga un fundamento: al otro lado está la persona con la que ha venido compartiendo los días y las noches, a la que pretende hacer llegar el mensaje. La narradora va revisando su vida y va revisando su relación, mientras no deja de preguntarse, sin que la pregunta se forje de forma explícita, si todo esto ha merecido la pena. Pero antes de emprender esa tarea, debe reconciliarse con su madre, pues junto a ese adulto no tuvo una infancia fácil. Para eso se ayuda de islas, lugares alejados, extravagantes, aterradores a la vez que atractivos, que parecen sacados de los libros de Alastair Bonnett. Las islas son utopía y también crónica del desastre. Las islas sirven para expresar el deseo de aventuras, de conocer lo lejano, que es único, porque lo que sucede en esa isla no puede estar sucediendo en ningún otro lugar. Y esos deseos son necesarios, porque nuestras posibles pasiones se nutren de deseos.

La novela, como se puede ir deduciendo, contiene un poco de existencialismo, en una dosis que no aturde y que puede pasar desapercibida. Se trata de esa cuestión, sobre si la vida merece la pena, pero expresara como lo haríamos cualquiera mientras paseamos por la Gran Vía. ¿Cuál es el sentido de la vida? Nos preguntaríamos. Y nos olvidaríamos, como se olvidan los personajes de la obra, de que hay que enamorarse de la vida, y no de su sentido. Eso nos lleva a vernos reflejados en cualquier otra persona, a ver reflejada nuestra relación en cualquier otra relación, y nuestra familia en cualquier otra familia. Mientras tanto, los días no dejan de ir cayendo, de ir sumándose, o restándose, y a lo largo del tiempo nuestra vida no deja de ser como un autobús urbano, al que no dejan de subir personas, de variado pelaje, y de bajarse la gente a la que echaremos de menos. Así va trazándose el itinerario de la mujer que nos habla, que se expresa con cierto costumbrismo para facilitar que cualquiera de nosotros nos sintamos identificados con ella. La cercanía será el principal valor de esta novela.

miércoles, 22 de octubre de 2025

LA PREGUNTA 7

 

La pregunta 7

Richard Flanagan

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

290 páginas



 

Hay más moléculas en una gota de agua que estrellas en el universo. Al menos eso es lo que sostiene la actual ciencia. Dado que estamos hechos en una cantidad significativa de agua, dentro de nosotros guardamos más secretos de los que atribuimos al firmamento. Las constelaciones son formaciones hermosas, sobre todo cuando las contemplamos en una noche de verano acompañados por nuestros mejores amigos, mientras esperamos el paso de un comenta. Pero las moléculas presentan tantos o más misterios, aunque no siempre serán igual de hermosos. Las moléculas están compuestas por átomos y estos pueden ser manipulados, para dar origen a una explosión capaz de acabar con docenas de miles de vidas de un plumazo. Las bombas atómicas, junto con la desigualdad que vigila que haya siempre pobres muriéndose de hambre, son lo peor que el hombre ha creado. Richard Flanagan (Tasmania, 1961) lo sabe, y además ha encontrado un hilo entre su biografía y la biografía de la bomba atómica. Tirará del hilo y desenredará la madeja, que en esta obra, La pregunta 7, maneja con la maestría que ya conocíamos en quien es uno de los mejores novelistas vivos.

La alternancia entre los puntos que hablan de lo más significativo que guarda Flanagan en la memoria y la historia de la bomba atómica, da lugar a un relato muy enérgico, dividido en tramos breves, que se lee con dinamismo y facilidad, pero no deja, en ningún momento, de impresionarnos. Flanagan se remonta a la idea de H.G. Wells en una de sus novelas, que inspiró en un científico la posibilidad de dividir el átomo, y nos habla del genio inglés y su ímpetu vital, en un tipo de vida que nos es difícil reconocernos: se aleja de los lugares comunes entre los que estamos acostumbrados a movernos. Ese origen del engendro se alterna con la biografía de su padre, prisionero en un campo japonés en la época en que caería la bomba de Hiroshima. Entre los avatares de amantes de Wells y Rebecca West y la educación que recibe de un padre sereno, comenzamos a avanzar y nos vamos enamorando de las virtudes del relato, que sólo tienen que ver con la tensión de la escritura. Flanagan pone sobre el tapete lo que supone vivir en lucha y valora, por encima de todo, el respeto. Estamos frente a una lección ética, como se expresa de vez en cuando: «porque, hasta el final de todas las cosas, el sufrimiento de los muertos ilumina a los vivos».

Las confesiones de una educación sentimental han dado lugar a libros geniales, a los que ahora viene a unirse este: «Que la experiencia de estar al lado de un pino huon de trece mil años de edad en el monte Read trasformaba toda la literatura europea en un simple postureo de adolescentes gamberros: simples obras de juventud». De lo que ase trata es de salir a vivir, con acción o contemplación, y esto de la escritura es algo que debe suceder cuando el momento lo imponga: «Escribo este libro que ahora está usted leyendo únicamente como una nota de amor a mis padres y a la isla que es mi hogar, a un mundo que se ha desvanecido». «La experiencia dura solo un momento. Dar sentido a ese momento requiere toda una vida», nos dice. Y nosotros sólo podemos agradecer que nos haya entregado esta obra tan genial, en la que terminamos por reconocer a alguien al que podríamos llamar, sin que esto sea una exageración, maestro.

LOS ALADOS

 

Los alados

Elisabet Riera

Siruela

Madrid, 2025

222 páginas


 


En este ensayo, precioso hasta generar mucha ilusión en el lector, Elisabet Riera (Barcelona, 1973) se plantea girar alrededor de los nexos que unen a la espiritualidad con la poesía. Por momentos, podemos llegar a pensar que se trata esencialmente de lo mismo. Pero para decantar esta idea, se atravesarán bosques que beben de los diccionarios de símbolos, de las mitologías que cobraron vida en casi todos los lugares del planeta, de las religiones y de la ciencia. Se trata de enfrentarse a las verdades, porque existen apellidos diversos para la palabra verdad y esto es lo que nos enriquece: que la verdad no es lo mismo que la certeza, que pueden convivir la verdad poética con la verdad científica, que la diversidad mantiene abierto el diálogo y el aprendizaje. Y de esta esencia, que no cesa de saltar por el libro en cada párrafo, nos habla Riera con mucho cuidado, con mucha delicadeza. De hecho, uno no puede sino terminar por preguntarse cómo puede ser malo un mundo en el que se ha creado todo a lo que aquí se canta: el arte, la lírica y la épica, la narración y, por encima de todo, ese concepto abstracto que tan ligado tenemos a ese elemento concreto que son las alas y que conocemos como libertad.

Hay una figura mitológica a la que recurre Riera con frecuencia, la del adivino ciego Tiresias, que ayuda a la autora a elaborar la confección de este texto, por el que sobrevuela, también, la libertad. Da la sensación de que el plan previo es el de ir arrojando piedras al estanque para comprobar cómo las ondas que produce la última afectan a las que ya navegan por la superficie del agua. Es decir, Riera escribe con mucha libertad, la que le permite ir asociando ideas. Pero para tener en la caja de la memoria todas estas ideas uno debe haber estudiado mucho, haberse preocupado mucho y haber destilado mucho todo aquello por lo que se ha preocupado. Y luego intentar poner en orden un trabajo en el que para hablar de lo humano se recurre a lo divino: «De todo lo que pertenece al cuerpo, son las alas lo que más participa de la divinidad». El ave Fénix, Cupido, los ángeles, las ocas sagradas, los habitantes de los bestiarios, todo lo que afecta a la realidad y a la imaginación, toda creación y todo análisis afectarán a las posibles idas y vueltas que enriquecen este texto. Dentro del texto, efectivamente, no se renunciará a la presencia de las alas que no son físicas, porque Riera sabe que eso que se conoce como alma también necesita alas, necesita libertad: Hacer alma, decía Jung, es la única forma de salvarnos. Y este ensayo nos muestra cómo nutrirnos para ir haciendo alma. De hecho, mostrarnos lo que hemos creado, sin que deteriore nuestro medio ambiente, es una invitación a seguir creando, con respeto, para ir haciendo alma.

Una de las cualidades propias del ser humano, la que tal vez sustituya a las alas de las aves, es la imaginación. Para que esta practique aquello que le es propio, el vuelo, conviene haber llenado de combustible del conocimiento los depósitos. Lo que une a la imaginación y al conocimiento somos nosotros, esa parte artística, o poética o, por qué no, espiritual que nos es propia. Podríamos hablar de un sexto sentido, el que posee Tiresias, que nos demuestra que podemos viajar más allá de los cinco que conocemos. Pero no se trata solo de Tiresias, sino también del creador de Tiresias, que fue un ser humano, alguien con una capacidad sin limites para echar a volar la imaginación y narrar. Hoy Elisabet Riera nos recuerda la importancia de esa estirpe de creadores, y nos lo recuerda de la forma en que mejor cala nada en nuestro imaginario: con la alegría de la belleza.


Fuente: Zenda

sábado, 18 de octubre de 2025

RAÍCES

 

Raíces

Kathleen Dean Moore

Traducción de Elisa Lobato Revilla

Barlin Libros

Valencia, 2025

186 páginas



 

Si uno no puede mejorar el silencio, lo mejor es callarse. ¿Cuál es el mejor silencio dentro del que uno puede convivir? Lo más probable, si se estudian todos los silencios que uno ha conocido, es que concluya que ninguno superará jamás al de la naturaleza, y a ser posible al que se impone durante la aurora en pleno bosque, pleno desierto o pleno océano. Aprender a respetar ese silencio supone darse cuenta de que el mundo es un lugar asombroso al que debemos amar. De esa fuente bebieron autoras que llevan unos años implantados en lo mejor de nuestra emoción, como Annie Dillard, Mary Oliver o Rachel Carson. Estas personas, que a su vez conocieron a autores clásicos como Thoreau o Emerson, llegaron a la conclusión de que la única forma de expresarse sin romper ese silencio será con una escritura poética. En ocasiones fue combativa, como supuso la aparición de Primavera silenciosa, pero ese combate tenía la finalidad de luchar a favor de lo justo, de los seres que no tienen voz. En cualquier caso, nuestros autores sabían que existe un vínculo directo entre el silencio de la naturaleza y la poesía.

Ahora Barlin Libros nos acerca a la obra de Kathleen Dean Moore (Berea, Ohio, 1947) que se une a ellas de un modo que reivindica la naturaleza, pero también al ser humano en contacto con ella, en convivencia con ella. Es importante cuidar de lo que más nos satisface, lo que nos ofrece el mejor de los silencios, pero también tener en cuenta que para aprender a quererlo lo que hay que hacer es vivir allí y prestar atención a lo que se está viviendo. «Quiero que se asomen (mis hijos) a un mundo racional donde el orden les proporcione placer y consuelo, pero también a un mundo improbable, de sonidos prodigiosos y colores extraordinarios, donde siempre exista la posibilidad de encontrar algo raro y muy hermoso, algo que no se halle en los libros». De esta manera relaciona querer y respetar nuestra autora.

El libro se articula a partir de centros de interés, y cada uno de ellos tiene que ver con una experiencia en la naturaleza: un animal, un fenómeno atmosférico, un paraje. Dean Moore no esconde lo que nos puede dar miedo o lo que nos puede resultar difícil, y además aporta el conocimiento de la condición humana a cada reflexión, a cada exposición. El libro está escrito hace más de veinticinco años, en una época sin teléfonos que interrumpieran nuestra concentración y con las redes sociales en uso incipiente. Entonces la atención era algo casi innato, algo que no habíamos matado. Pero eso no invalida el espíritu de este libro. Más bien al contrario: su lectura es un estímulo para apagar pantallas y salir a vivir ahí afuera, para aprender lo que ella va reivindicando: «Nos damos cuenta demasiado tarde de que nunca enseñamos a nuestros alumnos aquello que los patos saben sin saberlo: que “debemos amar la vida antes que el sentido de la vida”». Filósofa y naturalista, Dean Moore va reivindicando el conocimiento a través de la experiencia y lo holístico: «Quienes damos clase en la universidad deberíamos estudiar las conexiones, pero en vez de eso estudiamos las diferencias». Raíces es un tratado sobre la belleza como compendio de ética y estética. Una obra que debería llegar a muchos lectores.

domingo, 12 de octubre de 2025

LA PUERTA DE LA FELICIDAD

 

La puerta de la felicidad

Luis Noriega

Comba

Barcelona, 2025

199 páginas



 

Lo más importante, lo más difícil, en el cuento, es conseguir mantener el interés que este suscita en la primera línea. Eso quiere decir que el autor debe, en primer lugar, escribir una primera frase enérgica, pero que no aturda. Si aturde, nos veremos obligados a exigir un poco de relajación posterior. Y la relajación no es propia del cuento, dado que en este género se impone la concisión. No es un género tan fácil, por mucho que la extensión, más breve que en la novela, así lo haga suponer. Lo sabía Borges, cuyo insólito interior se adaptaba a este tipo de brevedad que impone que el autor tiene que ceñirse al asunto, evitar digresiones innecesarias. Y lo sabe Luis Noriega (Cali, Colombia, 1972) que en esta entrega, La puerta de la felicidad, demuestra que el cuento también es lo suyo.

En el mundo interior que aquí saca a la luz Noriega, se apunta a la fantasía dentro de la realidad, a posibles alteridades del mundo, de modo que nos hará cuestionar nuestras certezas. No importa si reinterpreta la leyenda del sacrificio de Isaac, haciéndonos ver que bien pudo tratarse de un caso de esquizofrenia paranoide, o nos acerca a algo mucho más próximo y más cotidiano, como puede tratarse de una situación absurda que tiene lugar dentro de una pareja tras heredar el número de teléfono de un restaurante. A lo largo de los relatos, Noriega va demostrando que posee un número suficiente de recursos para conseguir intensidad y concentración narrativa. A veces se aproxima al terror, siempre tirando de una imaginación que no deja de sorprender, y en otras ocasiones el terror es una deducción propia del lector, como en la intranquilidad que genera no saber qué sucede entres los nativos de la tierra que todavía no ha sucumbido a una colonización bélica.

Dado que el cuento se caracteriza por el espacio corto, no quedará más remedio que sugerir. Ese es un recurso que bien llevado provocará un magnetismo que hará irresistible la lectura de los textos. Noriega lo sabe cuando apunta a resultados inauditos en un juego que lleva a dos amigos a crear una máquina de cambios de identidad o cuando uno gesta un conflicto, que no tenía por qué existir, con un maestro. La inquietud puede incrementarse cuando glosa la vida virtual, que va cobrando, peligrosamente, demasiados visos de realidad, pues sustituye a la propia realidad al alterar con idéntica intensidad que ésta las emociones, o al referirse, en el cuento que da título al libro, a cómo podemos utilizar el fetichismo para colgar, fuera de nosotros, algo que es lo más normal: que la vida es búsqueda. Estamos frente a un cuentista que tiene bien asumidos los parámetros del género y que, además, tiene algo tan importante como es un mundo interior en el que navegan temas que nos afectan muy de cerca. La puerta de la felicidad es uno de los mejores libros de cuentos de este año.

PASAJE AL NORTE

 

Pasaje al norte

Anuk Arudpragasam

Traducción de Celia Montolio

Nota al margen

Madrid, 2025

277 páginas


 


No es difícil rastrear alguna influencia europea en esta novela que con tanto cuidado ha escrito Anuk Arudpragasam (Colombo, Sri Lanka, 1988): «cuando comprende que en realidad nunca se puede tocar el horizonte porque la vida siempre continúa, porque cada momento se diluye en el siguiente y aquello que se pensaba que era el horizonte de la propia vida, fuera lo que fuera, al final resulta ser siempre otro trozo más de tierra». La cita no es la frase completa, sino el último trozo de una que arranca bastante más arriba. Encontrar un libro escrito con frases largas, que buscan la emoción, el retrato interior que es, a la vez, el reflejo de la realidad, es muy de agradecer, pues el mundo literario está lleno de gente escribiendo la misma frase corta que intenta únicamente la potencia. Para un lector europeo, la remisión a Proust es clara. El libro está escrito desde un narrador omnisciente, que acompaña al protagonista en lo que hace, en lo que piensa y, sobre todo, en lo que siente. Está dentro de él, como lo están los narradores de Virginia Woolf.

La novela contiene un proyecto estético, pues el autor trata de acomodar esta forma de narrar a un país, Sri Lanka, que acaba de superar una guerra. Así pues, la pregunta que permanece a lo largo de la obra es de qué se puede llenar una vida cuando lo que uno pisa es el paisaje después de la batalla. Para ello Arudpragasam construye un relato dividido en tres partes, como una sinfonía: la primera dedicada a hablar de las raíces del protagonista; la segunda versará sobre el descubrimiento en un viaje que le llevará a Delhi, donde encontrará el amor; la tercera es un regreso al lugar de origen, y la narración tendrá lugar debido al empuje de la muerte y la situación de duelo. «Se la había imaginado impresionada al enterarse de todo lo que había visto y hecho, al comprobar cuánto había mejorado su comprensión de sí mismo y del mundo»: esa lección, que en un momento expone de forma explícita, es la esencia sobre la que se mueve la ética de esta novela. No deberíamos dejar de caminar y caminar supone aprender. Y para ello no hace falta una vida épica, pues basta lo cotidiano, detenernos en la rutina y observar lo que contiene y lo que sobresale de ella. Lo familiar es tan reseñable como lo heroico. De hecho, apenas cabría lugar a la búsqueda de la belleza, que es a lo que nos lleva el autor, de no ser porque en la vida diaria no cesan de brotar resistencias, dificultades.

Es fácil deducir que nos encontramos ante una novela en la que hay más descripción que acción. No se trata tanto de que acompañemos los pasos del joven protagonista como de que le acompañemos en sus sentimientos, que al traducirse a palabras cobran forma de pensamientos. Pero para poder sentir, para poder pensar, es imprescindible que la realidad sea imprecisa, llena de incertidumbre. Las dudas, las preguntas, serán lo que nos empuje a la necesidad de aprender. Seguramente no llegaremos a ninguna conclusión, poque lo que cuenta es el camino, lo que de verdad importa, como dijo el poeta Kavafis, es que Ítaca es el camino. Ese camino también es interior, como demostraron Proust y Woolf, a quienes Arudpragasam parece haber leído a conciencia antes de escribir esta novela, que es un oasis de ética y belleza dentro del panorama literario actual, en el que a los autores les preocupa tanto asombrar con fuegos artificiales.


Fuente: Zenda

martes, 7 de octubre de 2025

LOS NUEVOS

 

Los nuevos

Pedro Mairal

Destino

Barcelona, 2025

435 páginas

 



Nadie dijo que vivir fuera a ser un oficio sencillo. Uno va creciendo y va encontrándose con diferentes problemas a lo largo de su vida, que suelen crecer de volumen a medida que nos hacemos mayores. El problema es, precisamente, esa última etapa de la frase anterior: hacerse mayor. No es extraño que abunde el síndrome de Peter Pan, porque si uno afronta todos los dilemas y todas las contrariedades que le salen al paso con eso que llamamos espíritu adulto, lo normal es que termine por romperse. Y romperse quiere decir emprender la senda de la locura. Aceptar hacerse mayor, y madurar como se supone que debemos madurar, es un grave momento de crisis, que todos nos hemos planteado cuando hay que enfrentarse a lo que viene después de la adolescencia. Nos preguntaremos qué ha sido de nuestros sueños de juventud y de qué sirvieron las estupideces que tanto significaron, esas que si uno sabe crecer conservará con cariño, porque ser estúpido sin hacer daño es algo bastante conveniente. No se puede ser sublime sin interrupción y conviene dejarse llevar por esas interrupciones.

Sobre esta etapa escribe Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) su última obra, una novela en la que conoceremos a un grupo de muchachos en ese complicado trance que es hacerse mayor. Mairal cambia las voces en función de quién sea la persona a la que seguimos. A un par de ellos los conoceremos desde dentro, y a otro siguiéndole como sigue la cámara al protagonista en un plano secuencia. Todo apunta a un cierto nihilismo, porque la vida no parece tener mucho propósito. Los problemas de autoimagen persiguen a los muchachos, que en algunos casos están sumergidos en complejos duelos, de los que tratan de salir con algún tipo de terapia. En sus movimientos, dirigidos a encontrar algo de sentido, aunque no formulen esta pregunta en su cabeza, lo que está siempre presente es dudar, cuestionarse lo que van descubriendo: el sexo, el amor, la amistad… todas las cosas inevitables, con las que nos podemos identificar, y que no tienen por qué ser negativas ni siquiera en los desengaños.

Lo que nos va a acompañar durante toda la lectura es la confluencia de las ganas de vivir que se encuentran con los traumas. Puestos ambos en un balancín, las tentaciones afectivas caen en uno y otro lado.

Mairal maneja el lenguaje, que tan bien conoce, cambiando de registros en función del narrador. Llega, incluso, a cambiar el registro de uno de los personajes, al primero que conocemos, que comprobaremos cómo ha conseguido un poco de serenidad cuando nos vuelva a hablar en un capítulo posterior. Hay otra etapa que está presente en la novela, aunque ocupe menos páginas, que es la vejez, o la proximidad de la muerte. De hecho, la elipsis que plantea Mairal, que no habla de la infancia ni de la época que llamamos adulta, es bastante concluyente. Parece una llamada de atención, como si nos estuviera señalando qué es lo que de verdad importa —el amor, la amistad—, algo de lo que apenas tenemos tiempo de disfrutar, de darnos cuenta, antes de enterarnos que ya no tenemos energía para nuevos encuentros. Mairal ha escrito otra de esas novelas que nos recuerdan el abismo, pero también los pasos necesarios para no caer en él.