domingo, 13 de abril de 2025

SOY SENSIBLE

 

Soy sensible

Anna Romeu

Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera

Alba

Barcelona, 2025

177 páginas

 



Que la felicidad sea un concepto muy difícil de explicar, pero una sensación muy clara, lo demuestra el recuerdo que tenemos de aquel paseo que nos dimos de niños, en pleno verano y en bicicleta, junto al grupo de amigos con el que nos bañábamos en las pozas que formaba el río. Atrás quedaba la autoridad implacable de los padres, encerrada en casa, y la del colegio, apagada tras finalizar el mes de junio. Aunque si uno se pone hoy a razonar, se plantea si esa misma felicidad era la que sentían los demás niños, que hoy son probos funcionarios o regentan una tienda de moda. Cuando hablas con ellos, no parece que les brille el mismo destello de vino blanco en los ojos que a ti te aparece a la hora de recordar el sol batiendo contra el agua de la poza, en la que nadaban los zapateros. Todos somos sensibles, como lo demuestra que todos seamos capaces de echar de menos, pero no todos lo somos de idéntica manera. Pertenecer al grupo de la gente con alta sensibilidad, a ese veinte por ciento de la población, te permite emitir más luz, pero también sentir que la nostalgia llega a acribillar. Aprender a vivir con esa cualidad no es sencillo y no estaría de más que nos propusiéramos divulgar cómo conseguirlo.

Hasta la fecha en España no se había publicado mucho sobre el tema, y obras como Vivir con alta sensibilidad, de Antje Sabine Naegeli, era una voz en el desierto. Hoy la psicóloga Anna Romeu (Villafranca de Penedés, 1972) une sus esfuerzos a esta buena causa, y nos entrega este volumen, sensato, divulgativo, en el que se resume el mundo de las personas con alta sensibilidad. La propia autora se encuentra entre las personas con alta sensibilidad, y ella misma ha tenido que aprender a conocerse, y conocerse a uno mismo supone mejorar las posibilidades de convivencia. La obra comienza definiendo qué es sensibilidad y abriendo una puerta a este territorio, sin considerar, en ningún momento, que se trate de nada semejante a una patología. Aunque lo más importante vendrá a continuación, cuando irá dando pautas sobre estrategias para afrontar el día a día si eres una persona con alta sensibilidad, porque ahí fuera llueven ladrillos de canto y vuelan los cuchillos. En ese sentido, Soy sensible ejerce como manual, aunque propone, eso sí, mantener una postura terapéutica a lo largo de toda una vida, dado que la hipersensibilidad no es algo que pueda quedar atrás. Finalmente, terminará hablando sobre la educación de los niños con alta sensibilidad, de la que uno concluye que debería educarse a todos como si fueran altamente sensibles, y sobre la adaptación al entorno laboral de estas personas.

El autoconocimiento, la gestión emocional, los patrones sociales, las estrategias de compensación, fomentar la autoestima y otras cuantas facetas, que ella ha ido aprendiendo y poniendo en práctica en su labor como psicóloga, se ponen sobre la mesa para mostrar que una vida digna es posible, aunque sufras más que los demás cuando toque sufrir, y disfrutes más que los otros cuando es el tiempo de la gloria. Romeu acude constantemente a ejemplos de casos que ha tenido en su trabajo, y que han superado los inconvenientes que brotan de vivir en un mundo no pensado para seres sensibles, animando así a las personas con alta sensibilidad, pero también dictando a los demás una advertencia seria: que todos debemos ser siempre delicados y respetuosos. No es la fragilidad lo que caracteriza a las personas altamente sensibles, porque esto puede ser un valor de otros rasgos, ni las considera especiales en grado sumo: Romeu sencillamente llama la atención sobre ese grupo de personas y esa cualidad a la que no hemos estado suficientemente atentos. Y esa, repetimos, es una buena causa.

sábado, 12 de abril de 2025

PROSCRITO Y SALVAJE

 

Proscrito y salvaje

Doug Peacock

Traducción de Elena Pérez San Miguel

Errata Naturae

Madrid, 2025

350 páginas

 



El único acto que define la valentí,a fuera de los tiempos de guerra, es aquel en el que uno intenta rescatar su dignidad disolviendo su vida entre pequeñas cosas verdaderas: la fruta del tiempo, el aire puro de la montaña, la puesta de sol, la noche acribillada de estrellas o ese silencio que permite escuchar ladrar a los perros al otro lado del valle. En este mundo civilizado, uno siente constantemente el arrebato de largarse allí donde pueda encontrar esas pequeñas cosas. Para ello no es preciso sufrir trastorno de estrés postraumático, como padecen los veteranos de la guerra de Vietnam en los relatos que nos llegan de Estados Unidos. Doug Peacock (Michigan, 1942) es uno de ellos, pero sus confesiones no parecen indicar que padezca esa tara psicológica, sino, más bien al contrario, que esa parte de su aprendizaje sentimental contribuyó en buena medida a decidirse a llevar una vida sensata: al aire libre y con frecuencia pegada a los osos.

Hemos utilizado la expresión aire libre, que cobra un sentido muy especial si sustituimos el adjetivo por alguno de sus antónimos: aire esclavo, aire cautivo. Dan ganas de huir a la naturaleza cuando uno se plantea la suerte de aire que respira. Huir no es el verbo adecuado, al menos en el caso de Peacock, que va a la llamada de la naturaleza porque es lo que responde a sus inquietudes, a su mapa genético, a todo aquello con lo que nació. Se nos muestra como un Outsider que necesita constantemente renovarse, descubrir, encontrar lo nuevo: «Todo estaba en transición: los insectos y las plantas, así como el río siempre en movimiento, cambiante. Pensé en mi propio apetito de metamorfosis, en la idea de morir un poco, mudar la vieja piel y dejarlo todo atrás. Remar, como caminar, es una forma de meditación. Desarrollas un trabajo práctico, prestas atención a los detalles y -en el mejor de los casos- sales de ti mismo para volver a mirar hacia dentro».

Nuestro caminante va dando fe, a lo largo de varios episodios, de lo que más mereció la pena en su existencia, o al menos de cara a transmitir las ganas de vivir a los que le lean. Viaja a diversos lugares del planeta y el centro de interés de cada viaje suele ser una especie animal, especialmente algún oso, aunque también entran en juego otras leyendas, como los tigres o los habitantes de las islas Galápagos. A lo largo de los textos se sale muy poco del relato propio de la aventura: no es digresivo ni diletante, es directo, nos comunica como si quisiera que estuviéramos acompañándole. Y es que lo que nos ofrece es justo lo contrario del mundo de las pantallas y las redes sociales, es un planeta que todavía existe y del que solo disfruta quien se atreve a vivir. «Queda mucha tarea por delante: hazla con decencia», nos sugiere, antes de recordar la célebre frase de Walt Whitman: «Resiste mucho, obedece poco».

Peacock representa una forma de ecologismo que ya no es frecuente, pero sigue siendo un modelo. Nosotros le admiramos tanto a él como él admira a las aves y a los grandes mamíferos. En buena medida es un modelo, un guía. Y en esta ruta en la que andamos tan desamparados, no nos vienen nada mal estas voces que nos ayudan a orientarnos en la niebla.

jueves, 10 de abril de 2025

EL DIABLO

 

El diablo

Marina Tsvietáieva

Traducción de Selma Ancira

Acantilado

Barcelona, 2025

68 páginas

 



Hay escritores que han hecho de su obra, y de su vida, un vivir a la contra. La verdad es que este mundo de leguleyos y sacamuelas que se prodigan en tertulias, de farsa social y burocracia hasta en los menús del desayuno, da motivos para protestar. Lo que importa es hacerlo conservando la compostura, con estilo, de manera que la respuesta tenga un magnetismo al que se puede contestar racionalmente, pero no deja de haber creado su atracción. Este es el caso de Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 – Yelábuga, Tartaristán, 1941), de quien se recupera esta obra breve, El diablo, en la que habitar contra los lugares comunes viene representado por la atracción hacia la figura clásica del mal.

La historia nos presenta una familia bien acomodada, en la que toma la voz una de las hijas, que está rodeada mayormente por otras mujeres. Desde niña, la narradora confiesa su fascinación por el diablo y contra el dios que le han vendido, es decir, contra el hábito de la fe que ha pretendido imponerla. «Dios era para mí – el miedo», nos confía en algún momento. Y es que las religiones cristianas se han pretendido imponer, con demasiada frecuencia, anunciando lluvias de fuego sobre Sodoma y Gomorra. Pero nuestra niña, nuestra joven, ha elaborado, contra esa fórmula castrante, una idea propia del supuesto enemigo, el diablo. La palabra fundamental, aquí, es la de idea. Si el diablo es una idea, entonces será posible idealizar, reelaborarla, hasta transformarla en un ideal. Para ello hasta debe darse cuenta de que el arrepentimiento es una estupidez, un baremo impuesto para conducirnos por un camino. Porque las únicas tinieblas que realmente nos rodean, las que nos condicionan, son las que ella llama mis tinieblas congénitas.

Como cabe imaginar, para darle forma a esta postura, el relato se desenvuelve en lo que podríamos calificar como la ironía que combate los tópicos. La narradora, y seguramente Tsvietáieva a través de ella, expresa que las instituciones tradicionales y la enseñanza tradicional deben ser cuestionadas, y para ello sirve acercarse sin prejuicios a otras figuras, a ser posible las que están en el otro lado de la balanza. En realidad, la narradora está construyendo una religión propia. El problema es que los mimbres que se le han facilitado para poder hacerlo son heredados. Así pues, sólo cabe seguir cuestionándose la propia educación sentimental con estilo, con respeto, y a contracorriente. Esta es una pequeña muestra más de cómo cabe afrontar esta tarea con sensibilidad e inteligencia.

martes, 8 de abril de 2025

TARA TARI

 

Tara Tari

Capucine Trochet

Traducción de Cristopher Morales Bonilla

Almayer

Barcelona, 2025

266 páginas


 


Lectora de Jules Verne, de Henry David Thoreau, de Théodore Monod, del poeta belga Maurice Carême, del astrofísico Hubert Reeves y admiradora de Epicuro y Buda, entre otras muchas personas, Capucine Trochet (Tours, 1981) escribe con afán de revivir un viaje por mar que significa consagrarse a la libertad. Tara Tari es el nombre de un barco velero muy pequeño, construido básicamente con yute, lo cual hace que lo más característico de él sea la fragilidad. Lo difícil, pero meritorio, es conseguir que la fragilidad sea lo que nos conceda sentirnos seguros, porque sabemos que la emoción que más nos importa, que es la libertad, es frágil, pero garantiza la seguridad de la autoestima bien asentada. Trochet padece una de esas enormes condiciones que obligan a la gente a permanecer en su casa, muchas veces lamiéndose las heridas: una enfermedad grave que tiene que ver con el colágeno la incapacita, por temporadas incluso la condena a la paraplejia, y la empuja a convivir con el dolor. En estos casos lo más frecuente sería vivir por inercia, asumir que no te tocaron buenas cartas en el reparto y, si sabes llevar los asuntos vitales con buen ánimo, aceptar la suerte. Pero Trochet puede estar hecha de fibras tan frágiles como el yute, pero pertenece a la estirpe de las personas que saben que vivir por inercia no es vivir. Y agarra al toro por los cuernos.

Cuando Trochet enuncia lo que importa habla de «la fuerza disruptiva que puede tener cualquier tormento, y la dinámica reconstructiva de tener un plan. La ansiedad es un veneno, incluso para las personas más optimistas; a menudo, el remedio reside en nuestra fragilidad». A partir de ahí comienza la redacción de este libro de viajes, apuntando, a lo largo de muchas páginas, cómo prender el fuego de la voluntad para mantener luego viva la llama. Nos va dictando patologías mientras nos va convenciendo de que son obstáculos de dimensiones humanas, y por tanto salvables. Alguien hablará de resiliencia, cuando a lo que asistimos es a la superación, a las ganas de sentirse libre. Ese anhelo es el que lleva a Trochet a establecer una relación con su barco bastante simbiótica: ambos estamos hechos un asquito, por lo que cuidar al barco supone cuidarse a uno mismo. Se repararán juntos y juntos irán recibiendo actos y pruebas de solidaridad, que ella vive como actos y pruebas de amistad.

No hay aventura si no hay renacimiento. Y uno renace dispuesto a descubrir. Para descubrir es imprescindible la convivencia. De ahí que el viaje de Trochet sea una sucesión de anécdotas, la mayor parte de ellas relacionadas con la gente que le sale al camino. Buena parte del libro sucede en tierra, en la costa, donde está la gente que convive con el mar. Trochet también se relaciona con el mar así, conviviendo con su gente. Aunque no se olvida de llevarnos de vez en cuando de navegación, desde la costa mediterránea francesa hasta la isla de Martinica, en un viaje largo, de más de un año de duración. Buena parte de la travesía no la hará sola y nos transmitirá el deseo y el beneficio de la compañía. Trochet se muestra como una persona austera y la austeridad es ruta directa hacia la armonía. Su aventura sucede con escasa tecnología y serán escasos los tecnicismos que utilice, porque lo más importante es registrar la compañía de las ballenas, los tiburones o los delfines. Estamos ante otra sucesora del niño que gritó que el emperador está desnudo, alguien que nos recuerda que lo fundamental para vivir sintiéndose seguro no es seguir la corriente, sino seguir los impulsos. No existen muchas otras fórmulas para añadir libertad a nuestros días y nuestras noches.


Fuente: Zenda

lunes, 7 de abril de 2025

EL PESO

 

El peso

Jesús Martínez

Comba

Barcelona, 2025

322 páginas

 



El asunto es saber conservar un mínimo de autoestima dentro de las marejadas a que está sometido el rebaño humano. Aunque a veces son los miembros del propio rebaño los que azotan estas marejadas, provocando tormentas. Conservar la autoestima contra viento y marea, frente a los demás, y conseguir así un mínimo de respeto, es el gran tema de vivir y posiblemente el gran tema de la literatura. Por lo general, a este asunto se le conoce como dignidad. Puede ser un sustantivo sin sinónimos, pero sus opuestos son múltiples: deshonor, humillación, desvergüenza, vileza, maldad, ruindad, ignominia y, claro está, indignidad. Indigno es aquel que arranca la vida a otro ser humano. Puede que esté trastornado y ese trastorno justifique la furia lo bastante como para que nos resulte comprensible el arrebato que le llevó al crimen, pero si a un compañero le quitamos la vida, le quitamos también el tema central de vivir que es, repetimos, la dignidad.

Esto le sucede a quien ocupa el centro de interés de esta crónica, El peso, que es una de las mejores que hemos leído en los últimos tiempos. Un inmigrante rumano, un sintecho, es asesinado por otro que carga con el diagnóstico de esquizofrenia. El crimen es brutal, un gesto de violencia salvaje. Y así el autor, Jesús Martínez (Barcelona, 1975) se pone a investigar y se encuentra con todos los que formaban la periferia vital del asesinado, a quien llama el enano Florín. El uso de la palabra enano queda aclarado en los subtítulos del libro: Historia de un poema. De enanos contra gigantes. El autor del poema, por su parte, será otro enano, otro sintecho, a quien llama Marcos, de quien sí iremos conociendo buena parte de su biografía, algo que no puede reproducir del fallecido, pero nos podría orientar acerca de la suerte de quien terminó su vida trágicamente en las calles de Barcelona. Marcos, por su parte, es un tipo activo y sensible, autor de unas poesías que se nos van entregando junto al texto, poemas de realismo social duro y desnudo, en los que la letra k se significa dándonos a entender la esclerosis que supone la vida en la calle.

Jesús Martínez elige una estrategia que nos predispone a pensar que nos encontramos frente a una anticrónica: capítulos muy breves en los que el autor-recopilador desaparece, renunciando a dar forma de narración convencional al relato, renunciando a un texto redondo. La mayor parte de la obra está compuesta por reproducciones muy literales de las voces de los coprotagonistas, especialmente del enano Marcos, dando al texto una velocidad singular, pero atractiva, siendo un tipo de atracción que pertenece al polo negativo de los sucesos. El espíritu que transmite es fundamentalmente inquieto, y en buena medida bueno, dado que las personas con las que se encuentra reconocen, a su vez, la bondad en el enano Florín. Lo cierto es que si uno tiene noticia de lo que sucedió, siendo consciente de la suerte de vida que llevan estas personas, no puede por menos que sentir removerse dentro la incapacidad de consentir la injusticia y esa rebelión, como no puede ser de otra manera, es una expresión de la dignidad. Estamos frente a un libro digno, frente a un tratado sobre la dignidad innata a lo que queda dentro de la piel, sin necesidad de colgarla sobre lo que nos rodea. Y decir de una obra que es digna, a estas alturas, la define como algo más vivo que decir que una obra es buena. Por favor, no dejen de leer El peso.

jueves, 3 de abril de 2025

LA CRISIS DE LOS POLINIZADORES

 

La crisis de los polinizadores

Anna Traveset

Libros de la Catarata

Madrid, 2025

127 páginas

 



En alguna región de China, se contratan trabajadores para polinizar terrenos agrícolas. Recorren las plantas con pinceles en la mano, sustituyendo así a los polinizadores naturales, que ya no sobrevuelan esa región. Hablamos de un país en el que existen hectáreas de suelo laterítico por culpa de la sobreexplotación agrícola, suelos muertos, sin nutrientes. Hablamos de un país que compra territorio en África para garantizar la producción de alimentos. Hablamos de una deriva que no es ajena a la evolución del resto de territorios del planeta, que parece ir encaminado hacia ese mismo desastre. Uno tiene la sensación de que los insectos, y la mayor parte de los polinizadores pertenecen a este reino, siempre fueron algo molesto que zumbaba a nuestro alrededor, pero se va dando cuenta de que los echa de menos cuando ya no están tan presentes.

Este libro de Anna Traveset resume de forma muy académica el tema que no nos queda más remedio que afrontar, pues buena parte de nuestro bienestar depende de la polinización a través de animales. No nos referimos únicamente a las almendras, los melocotones o las mandarinas, que es donde se centra buena parte del estudio de Traveset, sino también a poder disfrutar de la belleza natural. La fragilidad del mundo de los polinizadores, demostrada por la deriva hacia la desaparición, nos habla de la dependencia de una manera contundente, que no deberíamos ignorar.

El libro comienza con una reseña, desde un punto de vista entomológico, acerca del proceso de la polinización, valorando así la importancia global de los polinizadores. A continuación, se resumen las causas de su declive, desde las más evidentes y conocidas, incluida el cambio climático, a las afecciones consecuentes de la luz artificial, pasando por los pesticidas. Se lamenta un poco la escasez de estudios completos que se refieran a este problema, tanto análisis locales como a conclusiones de carácter universal, pues de ellos se podrían extraer distintos enfoques para promover estrategias de conservación, o de recuperación en caso de que sean precisas. Finalmente, entramos en el análisis político en dos sentidos: cómo se percibe desde los sectores sociales este problema y cómo se plantea desde los sectores institucionales. La autora, profesora de investigación de CSIC, reclama una mayor profundización para tomar más conciencia y actuar consecuentemente. El desafío es global. Pero soluciones como las que se están promoviendo en China, o en Estados Unidos donde existen empresas que transportan colmenas de abejas melíferas de región a región, coincidiendo con las temporadas de polinización de los almendros, no son las mejores soluciones. Este libro, didáctico y académico, es muy oportuno, y uno solo puede rezar para que no llegue demasiado tarde una advertencia tan necesaria.

miércoles, 2 de abril de 2025

TAL VEZ VIAJAR en ZENDA

 

Viajar es una brutalidad

Viajar es una brutalidad

Tiene este nuevo libro de Martínez Llorca una capacidad, más que suficiente, para arropar a quien viaja y ha hecho del viaje un modo de vida recurrente. El título del libro, Tal vez viajar (La Huerta Grande, 2025) tiene escondido, entre su enunciado, un subtítulo sugerente: Una agenda de jardines, oasis y horizontes. Con esta perspectiva, y con este bosque recién dibujado, se nos arrebata cualquier pretexto para morir, como nos recuerda Robert Louis Stevenson en una de las citas de apertura. Y con este resultado, no hay más sendero que leer, vivir y viajar.

Martínez Llorca estructura su reflexión en torno al movimiento en veinticuatro capítulos. Los dos primeros se constituyen en una afirmación y un prólogo. Capítulos desiguales en extensión y en interés. Así, por ejemplo, el primero destapa una crítica velada al torrente turístico que originan las turbamultas de ciudadanos que deambulan por el mundo “buscando lo pintoresco” atraídos y cegados por lo típico y lo extravagante de los lugares y sitios que visitan, habitan y, permítanme la bajada de registro, defecan. Esta persecución les impide deambular sin rumbo fijo, como hacían los verdaderos musungus o vagabundos que iban por el mundo como si estuviesen perdidos; concepto este del musungu, por otra parte, desarrollado muy bien en el prólogo.

"Solo hay que viajar para conseguir vislumbrar lo que somos. Porque si algo te enseña viajar es que lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos"

Tal vez viajar es un ensayo que se justifica por lo lírico de su tono y por la reflexión que sobre el viaje y su sentido, que sobre el viaje y los sentidos realiza la memoria del autor. Gracias a esta, Martínez Llorca ha podido transcribir, en forma de capítulos breves, las emociones y reflexiones producidas durante los viajes realizados a lo largo de su vida. Ahora nos invita a recorrer esos paisajes inscritos en el palacio de su memoria. Y lo hace entremezclándolos con una fina y sabia cultura literaria que no olvida el texto que le sirvió de referencia y cabeza tractora para decidirse a escribir este ensayo: el Libro del desasosiego, de Pessoa, un verdadero y largo viaje inmóvil.

Las páginas de Tal vez viajar nos advierten de los peligros de mitificar los viajes, e incluso nos revela datos sorprendentes, como aquel que reza que un alto porcentaje de los rescates que se realizan en alta montaña son para salvar a gente que fue allí con la intención de suicidarse en soledad. Solo hay que viajar para conseguir vislumbrar lo que somos. Porque si algo te enseña viajar es que lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos. Esa atracción por pasarlo mal, la decisión de que tu maleta será tu casa termina fundiendo al becerro de oro de la idolatría por el viaje. A través de las páginas del ensayo de Martínez Llorca, se nos obliga a buscar dentro de nosotros lo que otros ya han sido en aquellas remotas montañas, o en aquellos rincones solitarios. Será la única forma de encontrar la conexión con la naturaleza y cuestionar los parámetros de consumismo que hoy mueven la aventura de viajar por el mundo.

"Martínez Llorca recuerda que el estilo literario más profundo es el silencio, y lo hace para revelar la soledad enferma en la que el fenómeno de las redes sociales nos sumerge cuando viajamos"

Me gustaría resaltar que hay una combinación mágica de este ensayo con las experiencias literarias del autor. Y de tal forma las imbrica, con tan natural armonía las cose con el hilo conductor de su razón reflexiva, el viaje, que en ocasiones parece que estás leyendo un sugerente diario de lectura nutrido con sus viajes. Así, son notables las referencias a Rilke y el ya citado Pessoa, a Thoreau y a Conrad, a Bowles y a Zweig y Stevenson; ¡hasta el Shylock! de El mercader de Venecia de Shakespeare aparece. Una maravilla el símil realizado. Aunque de entre todas, hay una referencia que sin duda ha retumbado. Es la que nos recuerda Cesare Pavese cuando afirmaba que viajar era una brutalidad.

Pavese me obliga a subrayar uno de los mejores capítulos que tiene el libro: “Las redes, maldita sea”. En realidad es una denuncia al pensamiento jíbaro al que nos han acostumbrado las redes sociales. Y no solo el pensamiento se ve sometido, sino la actitud demostrada por el viajero y el turista del selfi. Martínez Llorca recuerda que el estilo literario más profundo es el silencio, y lo hace para revelar la soledad enferma en la que el fenómeno de las redes sociales nos sumerge cuando viajamos. El autor menciona a Olivia Laing, autora de La ciudad solitaria, para glosar que quienes deseen de verdad purificar los porqués y las razones de sus viajes tienen que sopesar que el viaje debería ser una forma de rebeldía, pero en las redes sociales pasa a ser un instrumento de rentabilidad, una rentabilidad que tiene que ver con la vanagloria. Viajar se convierte, entonces, en una brutalidad. El narcisismo asociado a esta actitud, como nos refiere, no cesa de generar problemas por exceso y por defecto: pudre.

He de concluir esta reseña sobre Tal vez viajar, y quiero hacerlo volviendo al pensamiento que Martínez Llorca relaciona con su manera de viajar: “El estilo literario más profundo es el silencio”. Una cita que daría para otro ensayo. Y un enunciado que podría ser el mejor motivo para quien decide viajar trascendiendo lo físico con el fin de abandonarse en lo que de emoción verdadera y filosofía tiene sobrevivir en la naturaleza de los lugares sin que estos sangren. Así que, valga el oxímoron, nos advierte el autor, viajar es alcanzar una gloria anónima.

—————————————

Autor: Ricardo Martínez Llorca. Título: Tal vez viajarEditorial: La Huerta Grande. Venta: Todos tus libros.

EL INCIDENTE

 

El incidente

Daniel Jiménez

Seix Barral

Barcelona, 2025

345 páginas


 


Es posible que la estupidez sea hacer tanto énfasis en la salud mental. Y también es posible que debiéramos tomarnos más en serio los problemas que conlleva. En cualquier caso, lo que debemos cuestionarnos es si conviene seguir como estamos, hacia dónde nos lleva la actual tesitura, que no apunta a soluciones ni a rebajar el malestar. Lo que está claro es que no nos encontramos frente a una ciencia exacta, como lo demuestra que nadie pueda entrar a valorar la estabilidad mental de los profesionales que atienden a la nuestra. Estamos en un momento en que a lo que más se parece el compendio de psiquiatría y psicología es a una religión sin dios, pero con algunos santos, cuando la corriente mundial es la de verificar todo con certezas científicas, pero esta ciencia está en pañales. «Es curiosa la hipertrofia de la razón, como si nos permitiese controlar algo, cuando el noventa por ciento de nuestras acciones las rige la emoción», comenta un psiquiatra jubilado con el que se entrevista Daniel Jiménez (Madrid, 1981) en el proceso de investigación de este libro.

Antes de seguir, cabe señalar que para escribir un buen libro, y este lo es, de hecho es muy bueno, elaborado con retazos de la realidad y pretendiendo que esta quede reflejada, hace falta tener una gran motivación. Daniel Jiménez la tiene y no la esconde: una muerte en la familia. Pero ese detonante no es la única gasolina que alimenta el motor de este proyecto, pues detrás está, también, la propia reconstrucción tras una vida en la que uno puede llegar a pensar que se ha respetado poco a sí mismo. El detonante que mueve la narración, sin embargo, es exterior. El incidente al que se refiere el título no parece ser un suceso exagerado: un psiquiatra en edad de jubilarse sale de sus casillas y agrede a un joven paciente capaz de sacar de quicio a cualquiera; ante un brote psicótico se responde con un abuso de poder. Sin embargo, esto se supone que no debería de ocurrir jamás, por la profesionalidad y la edad de uno, por los recursos que están al alcance de los profesionales de un hospital. Pero sucede y da pie a un proceso de identificación del autor, que comienza una investigación en la que busca resolver algo muy personal, esclarecer lo que significan los tratamientos para la cabeza en una sociedad que permite y facilita el disparate. El libro contiene una seria reflexión acerca del ámbito de la salud mental, y para ello Daniel Jiménez demuestra una capacidad de transmitir tensión narrativa sin provocar estrés y, lo que es más complicado, mantenerla a lo largo de más de trescientas páginas en las que recurre a diferentes estrategias de comunicación: la entrevista, el diario, el testimonio guionizado, el diálogo o la conferencia, los audios de voz y hasta las conversaciones por WhatsApp.

Al contrario de lo que uno espera, esta combinación de recursos facilita la verosimilitud que debe tener este tipo de textos, tan pegados a lo cotidiano, o a lo que podría estar sucediendo en nuestro entorno inmediato. A la hora de la verdad, solo conocemos fragmentos. Es casi imposible llegar a conocer el cuadro completo, así pues, nos enfrentamos a toda la periferia. Será visitando el entorno, a los profesionales, recopilando más impresiones que información, orbitando alrededor de los personajes, como les vayamos conociendo. Podemos estar hablando de un drogadicto psicótico, como en el caso del muchacho, el paciente, pero nos quedará bien claro que estamos ante una persona sensible. Tal vez sea esta, la sensibilidad, la gran virtud que nos quedará tras la lectura de esta obra, en la que vamos destacando muchos puntos fuertes de valor literario mientras estamos leyéndola. Porque, a fin de cuentas, importa más lo que nos digan las células que rigen la emoción, sean estas las que sean, que esas que dirigen la razón hipertrofiada.


Fuente: Zenda

martes, 1 de abril de 2025

LUNA PARK

 

Luna Park

Marina Perezagua

Páginas de espuma

Madrid, 2025

125 páginas

 



El tema, el asunto que da energía a la obra, es a qué tipo de mundo estamos trayendo vida. Esa es la consistencia de este conjunto de relatos que Marina Perezagua (Sevilla, 1978) publica tras su impactante novela La playa, donde una madre se enfrentaba a durísimas circunstancias en los primeros días de vida del bebé. Uno afronta la lectura de Luna Park inquieto, dado que espera a ver qué sucede al combinarse el talento de esta escritora con el paisaje al que estamos acostumbrados en las últimas décadas, esas regiones de Estados Unidos más pobladas. El conjunto de narraciones forma una cartografía, que se nos presenta en un tono más bien explicativo, aunque este va cambiando a medida que avanzamos en la lectura. Podría decirse que los relatos más puros, aquellos que abren un paréntesis en una vida y son circulares, con su final sorprendente, se guardan para el final. Antes asistimos a la revelación de momentos excepcionales, en los que los niños, desde el neonato a los de cuatro años, ocupan el eje alrededor del cual orbitará el resto de los movimientos. Y estos movimientos vendrán protagonizados, con frecuencia y como ya es habitual en las obras de Marina Perezagua, por personas que no parecen enteras, como si alguna circunstancia no les hubiera permitido que terminada de crecer una parte de ellas.

Estos seres incompletos, cuyas carencias dan potencia al cuadro, le sirven para reflexionar sobre temas tan fundamentales como las raíces, la necesidad de tenerlas y construirlas, así como la necesidad de la tribu, una familia y su entorno, que es lo que nos facilita un suelo. De lo contrario, podríamos caer en las neurosis que caracterizaban a los indios desplazados de su territorio. Aunque siempre estará presente la cura posible por amor, en este caso por amor a la vida que uno puede traer. En el relato que da título al libro, se nos presenta la búsqueda de la soledad, paseando por Coney Island en invierno, a través de una madre primeriza que ante la situación de acompañar a un hijo mientras tiene al otro en una incubadora siente que la maternidad no es fácil de compartir, por no decir imposible. De hecho, en algún momento nos irá planteando que el exceso de celo puede guiarnos hasta la locura, incluso a una suerte de secuestro por parte del padre, o que las personas demuestren que no son normativas, algo que no deberíamos de entender como una tara. Será hacia la mitad del volumen cuando nos descubra directamente cuál es la falla sentimental de la que se desprenden todas estas inquietudes, y que vuelve a ser la emoción que mueve el mundo, que es el miedo, expresado a través de la cercanía de los pederastas. El único recurso que la civilización nos ofrece para afrontar los temores es el de intentar colorear sin salirse de las líneas, para que el mundo no parezca tan feo, ni siquiera en casos de suicidio, como el que puede llegar a encontrarse una madre y profesora que halla en la educación en la naturaleza una forma de sanación, por su sencillez, por su naturalidad. En realidad, acompañando a un hijo, lo que estamos protagonizando son descubrimientos, incluidos los que brotan de la nueva forma de ver a los amigos y sus síndromes.

Y así hasta llegar a los impactantes últimos relatos, donde no tiene reparos en confrontar algunas de las situaciones humanas más duras que uno puede imaginar, como los asesinatos de recién nacidos, con la adopción de un perro, en unos momentos que nos acercan al relato de terror. Pero todos, el conjunto, nos van presentando una cartografía emocional, incómoda, a la que traer vida, que es algo que debería ser emocionalmente grato, una pasión. Esa confrontación da potencia a un libro en el que Marina Perezagua vuelve a demostrar que es una de las voces que más merece la pena seguir en nuestra literatura actual.

lunes, 31 de marzo de 2025

ÁFRICA REDONDA

 

África redonda

Xavier Aldekoa

Península

Barcelona, 2025

261 páginas



 

Fue Rafael Azcona quien dijo que vivir es desayunar. Para mucha gente, ese desayuno solo supone una vida completa si mientras tanto puede charlar sobre fútbol. Habría que revisar los afanes, incluidos también los propios del mundo intelectual, que con frecuencia apartan estas charlas de sus prioridades por banales, por intrascendentes, por insignificantes. Ningún gol de chilena va a salvar el mundo ni mejorar los razonamientos. Sin embargo, vivir no es únicamente desayunar, por mucho que se empeñe el bueno de Azcona. En realidad, no se vive si no se comparte, y compartir supone que esa charla, sobre lo que sea, suceda con gente con la que merece la pena pasar el rato, y no necesariamente con quien nos va a llenar la cabeza de contundente erudición. Ahí radica la importancia de la cháchara sobre fútbol. Ahí y también en concebir que esta pertenece a la gente, a las personas que pueblan sobre la piel de la tierra cubriéndola de lucha y de amor. Lo supo entender muy bien Eduardo Galeano, cuyo espíritu recoge ahora un cronista como Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981).

Tanto Galeano como Aldekoa nos demuestran, a través del fútbol, de qué lado están: de los que sufren la historia, por seguir la expresión que utilizó Camus. África redonda recopila artículos escritos por el periodista barcelonés, autor de algunas de las mejores páginas que nos han transportado por este continente en los últimos años: Quijote en el Congo, Hijos del Nilo, Océano África, Indestructibles. Enamorado de ese continente, Aldekoa nos demuestra que viajar no es conocer lugares, sino conocer a través de encuentros. Y el fútbol, incluido su entusiasmo por el F.C. Barcelona, le sirve para romper barreras, abrir voluntades, intimar y dar pie a lo que supone vivir, que es, lo hemos explicado antes, la convivencia. Como cabe suponer, los lugares a los que nos lleva Aldekoa, en los que habitan estas personas de vida tan intensa, no son cómodos, pero poseen todos los enigmas, todas las pasiones, todas las luchas. Vivir también es luchar, y vivir sin sentir pasión es amortiguar la vida.

Este libro no se debe leer pensando en términos literarios. En realidad, es una de esas obras que se han ido construyendo a lo largo de muchos años y que nos llevan a cuestionarnos nuestra propia existencia, el camino que hemos diseñado. Dan ganas de volver a empezar y escoger una ruta más semejante a la del autor, poder compartir todo esto, hacer que estas vidas no sean solo palabras escritas. La mayor virtud de África redonda es que una vez hemos cerrado el libro, nos quedamos preguntado si nuestra vida no será un artefacto de juguete, algo que es casi más una imitación que una realidad, ese tipo de sueños que comulgan mucho con la mentira. Por suerte, podemos volver a leer las crónicas de Aldekoa, para compartir, aunque sea meramente en lectura, esos trozos de pura vida.

THIS IS MUSIC

 

This is Music

Juan Manuel Zurita

Comba

Barcelona, 2025

315 páginas


 


El subtítulo que lleva esta novela de Juan Manuel Zurita (Chillán, Chile, 1978) nos sincera con parte de sus intenciones: Historia particular de un infame. Borges, y con él su Historia universal de la infamia, le dio un buen revolcón a la historia de la narrativa, demostrando que se podía hacer literatura a partir de las inspiraciones que provocaba la propia literatura. Hasta entonces, la fuente de la que bebían casi todos los narradores y pensadores era la realidad, la observación de la realidad. A partir de Borges, se eleva a categoría taxonómica la obra cuyo sustrato son las lecturas. Zurita es consciente de esto, pero también es consciente de la literatura que existió antes que Borges. Y así escribe esta obra que apunta en algún momento a lo borgeano, tal vez incluso a Bolaño, pero sin dejar de rebelarse contra el maestro. ¿Puede uno seguir la estela de Borges demostrando que la realidad sigue siendo el humus de la creación? Zurita lo intenta y, debemos decirlo, sale muy airoso del propósito. Estamos frente a una novela muy bien construida y que refleja con acierto algunos rincones de lo natural, de lo que somos.

El narrador, un chileno que ha superado los treinta años y al que todavía le cuesta afrontar la idea de que hace tiempo que debió terminar de crecer, de asumir lo que socialmente se conoce como responsabilidades (económicas, de independencia, fundar una familia), se embarca en la aventura de cursar un máster en Barcelona, a donde llega con el presupuesto demasiado ajustado. Allí se encuentra con el otro protagonista de la obra, el que da pie al subtítulo, alguien a quien conoció años antes durante una fiesta en Chile, país de origen de ambos. Mientras se desarrolla frente a nosotros la tenue trama de supervivencia, nos vamos adentrando en la personalidad de este otro tipo, capaz de burlarse de todo, con un esnobismo carente de empatía, en palabras del narrador. Algo se deja intuir acerca del motivo que le lleva a la práctica del sarcasmo, algo que bien podría ser un fondo autocompasivo, que en cualquier caso facilita el conflicto que sentimos debe padecer, ese que nos lleva a preguntarnos, todo el rato, si es alguien muy inteligente o un cretino. Aunque lo que más apunta a esta idea es el final de la vida de nuestro infame, marcada por una forma de suicidio que implica a más gente, un acto que el narrador intentará reconstruir utilizando la banda sonora del suicida.

Zurita elige para la narración un tono que conlleva cierta melancolía, el propio de alguien que se dispone a relatarnos esos momentos del pasado en que la vida era un tanto más pura, más sincera, más llevadera. Era la época de los sentimientos y los vínculos que establecíamos venían marcados por la ilusión. Habrá, pues, algo de elegíaco en el relato: elegía por el tiempo pasado, elegía por el personaje que se fue, aunque no terminaremos de descubrir que sentimientos nos producía o nos produce su recuerdo. La obra, como todo lo que representa un recuerdo, va construyéndose a sí misma a medida que avanzamos en el tiempo, aunque el tiempo esté partido entre el recuerdo de esos días en Barcelona y la temporada posterior al suicidio, de regreso a Chile. Nos vamos cuestionando si lo que se construye merece la pena, o si estamos, estuvimos, frente a un personaje que se caracterizaba por el mero detalle infantil de intentar llamar la atención, y para ello se esfuerza en mostrarse divergente: «conocía muy bien los límites de su inteligencia, por lo mismo intentaba parecer siempre fresco, siempre sarcástico».

Tal vez sea el propio autor, en voz de su personaje, quien mejor exprese las intenciones y el logro de este libro, que da la sensación de beber en lo vivido: «Juan José —y ahí aquella ingenuidad— decía que, entre realidad y ficción, él se quedaba con lo último, que de eso se trata la literatura, de ser más verosímil que verdadero, de ser coherente. Eso es lo que buscaba ser, convertirse él mismo en un “relato coherente”».


Fuente: Zenda

viernes, 28 de marzo de 2025

CUENTOS ESCOGIDOS

 

Cuentos escogidos

Israel Yehoshua Singer

Traducción de Rhoda Henelde y Jacob Abecasís

Xordica

Zaragoza, 2025

301 páginas

 



Cada uno de los relatos que compone este libro no está basado en una historia real, está basado en muchas. Nos habla de una época de pobreza, de una gente pobre, de una singularidad que empobrece. Nos habla de algo que nos afecta, porque la mayor parte de nosotros sobrevivimos en situaciones semejantes, agarrándonos a la vida con lo que podemos, con lo que nos queda a mano, y tratando de ser alguien, ese alguien con quien nos sentimos cómodos. Tal vez la expresión que mejor se ajuste al espíritu de los personajes que crea Israel Yehoshua Singer (Bilgoray, Polonia, 1893 – Nueva York, 1944) sea la que en alguna ocasión utilizó Jung: hacer alma.

Yehoshua Singer refleja encuentros culturales (o contraencuentros culturales), a través de la emigración; expresa la disonancia que suponen muchos encuentros entre la religión y la vida cotidiana; nos habla de los riesgos del autoengaño y de los esfuerzos por salir adelante; sabe que buscarse la vida supone lo contrario a la bohemia; se enfrenta a los peligros latentes de quien se queda sin suelo y sin destino; o nos expone frente a la situación de quien elige la infelicidad, dejándonos con la duda de si no será la infelicidad la que le elija a uno. Los cuentos, algunos lo bastante largos como para poder hablar de novelas cortas, son unas narraciones de desarrollo natural, que nos deja con la impresión de que nos está hablando un narrador puro, una de esas personas que tienen tanta facilidad para el relato como Stevenson o Chejov. No hay fisuras, pero tampoco hay falta de consistencia. Yehoshua Singer tiene temas de los que hablar, como por ejemplo el exceso de presencia de los demás en alguien que se sabe campesino puro, o la soledad rural, mientras nos expresa cómo es la vida de quienes no son burgueses.

Estos cuentos escogidos recogen dos libros que se publicaron originalmente por separado: Primavera y Cuentos póstumos. Lo que comprobamos es que en ningún momento pierde el autor sus inquietudes, como la de sentir que uno no puede hacer casi nada contra las mayores fuerzas que rigen el planeta, que son las voluntades de los demás y la voluntad de eso que, a falta de otra palabra mejor, llamaremos destino. Para ello elabora unos relatos colmados de desplazamientos, de gente que camina hacia algo, pero que no nos atreveríamos a decir que lo hace huyendo. Cabe señalar, por otra parte, la atmósfera que impone el modo de vida judío de esa época, y esos lugares, que si uno se molestara en analizar, comprobaría que bien podría haber sucedido bajo los fundamentos de cualquier otra cultura religiosa. Pero lo más importante, lo que se impone durante y tras la lectura de este magnífico libro, es la impresión de esta conociendo seres humanos, gente que brega por hacer alma. Se trata de una de las grandes obras que leeremos este año, pura literatura.