domingo, 13 de julio de 2025

CHARLOTE LÖWENSKÖLD

 

Charlotte Löwensköld

Selma Lagerlöf

Traducción de Elda García-Posada

Libros de Seda

Madrid, 2025

351 páginas

 



El final de un relato de amor suele ser emocionante. Puede ser feliz, como en los cuentos de hadas, o con el realismo más desastroso de las novelas psicológicas cargado sobre la espalda de los personajes. Pero, en cualquier caso, no nos deja indiferentes y así es como nos alegramos de haber acompañado durante ese tiempo a estos personajes. La fórmula que ha encontrado Selma Lagerlöf (1858-1940), que no desvelaremos, es diferente, y merece la pena ser tenida en cuenta. De hecho, durante la lectura de esta novela, nada apunta a uno u otro tipo de resolución, lo cual hace que nos mantengamos en activo mientras avanzamos.

Con la estructura propia de los melodramas, con sus amores contrariados y sus deseos imposibles, con sus pies que se sujetan, de vez en cuando, a la tierra, esta novela nos presenta con pulso firme el tema de la confrontación entre la farsa y la sinceridad. Habrá farsa, o sinceridad, en las poses sociales, pero también la habrá en las convicciones personales. Estamos junto a unos personajes que en 1830 poseen cierta posición que les permite centrarse en problemas personales, entre ellos la búsqueda del amor verdadero entre tantas y tantas opciones frustrantes. Ni siquiera el dios en que creen quienes consagran su vida a él, viene a salvar a nadie. La suerte, como van demostrando ellos en lo que quizá sea el punto más fuerte de la obra, nos la vamos haciendo. El problema es que no siempre es fácil mantener la compostura y no siempre está reconciliado con lo que se supone que es triunfar en la vida, es decir, tener unos días plácidos bien acompañado. El riesgo al que se someten los personajes, y entre ellos la atractiva protagonista que da título a la novela, es el de romperse.

La sociedad marca las pautas dentro de las que se moverán los personajes, que en los casos más importantes, los que mueven los resortes de las actuaciones, no cesan de preguntarse, o de hacernos preguntarnos, qué espacio nos queda para ser auténticos. Aparecen los celos, los encuentros, el azar… todo eso que configura la espuma de los días, y que sustituye, a la hora de atraparnos, a una trama que, por lo demás, es muy tenue, y que así debe mantenerse. Lagerlöf entra dentro de cada una de sus criaturas para detallarnos los vaivenes emocionales que en buena medida podríamos seguir identificando, esa parte que hace de estas obras relatos eternos: lo que se sufre es lo que hace interesante a las personas, el dolor nos construye. Para ello acota el mundo en el que se mueven a una geografía pequeña, dentro de la cual la gente, si asistimos a la actuación como espectadores, no termina de haber aprendido a vivir. En esta comunidad, la gente se incorpora a la vida de los demás haciéndose valer, o creyendo que se hacen valer y, por tanto, incorporando toda la escala de grises que traza la línea que va del amor al odio. Lo que no existe es la indiferencia.

Lo curioso es que el detonante de la acción es algo que no sabemos si va a suceder: un matrimonio. Ese detalle nos remitirá a un recurso que a lo largo del siglo XX se utilizará con frecuencia: la postergación sin fin de un acontecimiento. Cabe preguntarse si algo intuía ya Lagerlöf, que no hace sino mejorar la redacción clásica de las obras decimonónicas, dentro de las cuales cabe incluir esta novela. No hay respuesta posible, ni ésta importa. Lo que importa es que se nos acaba de entregar una muy buena novela.

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