viernes, 16 de febrero de 2024

EL HOMBRE AL QUE YA NO LE GUSTABAN LOS GATOS

 

El hombre al que ya no le gustaban los gatos

Isabelle Aupy

Traducción de Jean-François Silvente

Rayo Verde

Barcelona, 2024

125 páginas

 



Hay un deseo común, el del exiliarse a una isla en la que puedas encontrarte con buena gente, y sólo con buena gente, y desde allí construir una sociedad con reglas propias en la que lo bueno campe a sus anchas. Para ser feliz uno debe aislarse. Este planeta ofrece toda una caterva de versiones agresivas con las que acosarnos y lo común, al menos entre la gente sana, es hacer por evitarlas. Luego están los que padecen trastornos mentales que acuden a ellas como el toro al capote, embistiendo, pero siempre será mejor tratar de evitarlos, porque la reeducación pertenece al mismo territorio de ficción que los marcianos y los monstruos de siete cabezas.

Esa isla anhelada es la que crea Isabelle Aupy (1983) en El hombre al que ya no le gustaban los gatos. Pero no todo puede ser felicidad sin interrupción. Los queridos habitantes de la isla saben que lo que importa es la solidaridad, forjada en la empatía. Hasta que algo queda distorsionado por la repentina ausencia de gatos, que serán sustituidos por perros a los que el distribuidor de animales se empeña en llamar gatos. Entonces se produce el desencuentro con el protagonista, que se niega a embarcarse en la corriente, a pesar de reconocer los beneficios que tener mascota genera. Pero esos beneficios no son exclusivos de quien profesa cariño por las mascotas, pues son humanos.

Aupy construye una novela sencilla, breve, casi juvenil, a la que da empaque la lectura metafórica: está en nuestra mano construir los afectos o construir con los afectos. En ese sentido, la obra está llena de humanidad, del tipo de humanidad que nos hace sentir libres e inocentes. El mensaje está bastante claro: la bonhomía es lo que nos define como personas, y está en nuestra mano elegirla, como podemos elegir vivir sobre la pierna que tenemos o sobre la que nos falta en caso de que nos amputen la que se ha roto. Estamos ante una hermosa novela, pequeña, pero hermosa.

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