jueves, 3 de agosto de 2023

DE VIAJE

 

De viaje

Virginia Woolf

Traducción de Patricia Díaz Pereda

Nórdica

Madrid, 2023

297 páginas

 



Guardar piedras en los bolsillos y luego sumergirse en el río. De todas las modalidades de suicidio, Virginia Woolf (Londres, 1882 – Sussex, 1941) eligió la que pretendía integrarla en una de las formas más puras de naturaleza: disolverse en agua dulce. No puede ser casualidad. Ya a los veinte años apuntaba, con toda la sensibilidad que caracterizaría siempre su escritura: «La simple cima de una colina me hubiera complacido más que todos los recintos y catedrales de Inglaterra». De su país natal lo que prefería era la campiña, por la que pasaba el río, que le ofrecía una armonía por la que merece la pena pasear la mirada, un ambiente en el que sentirse digno, entero, juzgando que los árboles son mejores que la gente, un lugar en el que no le importa perderse, porque siempre existirá una experiencia estética de fondo. Ese sustrato, que no parece tanto una intención como el reconocimiento de las propias debilidades, será el que se imponga a lo largo de la lectura de esta recopilación de textos de viaje. Se trata de fragmentos de diarios y de literatura epistolar, ordenado todo de manera cronológica, en el que nuestra autora habla sobre sus desplazamientos dentro de Gran Bretaña, hacia Irlanda y, en los párrafos donde resulta más enamorada, por la piel de España, Italia, Grecia o Francia. También alcanza rincones de Alemania y Austria. Pero será en los países mediterráneos donde Woolf se encuentre mejor, donde respire con intensidad, donde maldiga, en buena medida, esa necesidad de cuna que parece imponernos el haber nacido en un territorio y que nos obliga a volver. De hecho, aunque en ningún momento se habla del regreso, ese parece ser el verdadero tema del libro, lamentar que a uno no le resulta tan sencillo elegir dónde vivir. Esas deudas acumuladas con lo que llamamos raíces, tal vez terminen por ser las piedras con que se sumergió en el río al final de su vida.

Pero lo que sí permanece, para siempre, será esta lección de cómo podemos desarrollar un pensamiento a través de la mirada, un pensamiento que sería crítico de no ser sensible. Posiblemente lo que uno tiene delante no sea lo que ha escogido, pero sí puede seleccionar lo que le interesa e indagar en su parte más sensible para ver qué es lo que le emociona y por qué. Y a partir de ahí reconocer lo que le sugiere. Woolf no interacciona, Woolf es testigo, se relaciona con lo inmediato a través de los sentidos y estos operan en una sola dirección, que es hacia dentro. Nos da una lección de respeto mientras intenta definir sentimientos con sus descripciones. «Viajar me llena de desasosiego. Quiero ver el siguiente lugar», confiesa, en una paradoja que no es incómoda y que reduce el ansia de salir a un lugar extranjero a una definición sencilla. En realidad, lo que busca es el asombro, el encanto, lo que no se puede explicar y que por eso mismo motiva a intentarlo. Es una mujer en aprendizaje que busca sitios afortunados, busca lo sutil, la felicidad apolínea, que reniega de la resignación: «Me gustaría trasladar mi vida aquí. No quiero volver a las comidas con carne, a los criados y los teléfonos. Pero mi francés no es lo suficientemente bueno para la comunicación humana, así que una se marchita en las fuentes de su ser y debe regresar».

Leyendo este hermoso libro, que comienza siendo un libro adolescente, uno se pregunta a qué lugares del planeta viajaría hoy Virginia Woolf: ¿los mercados de África? ¿Las aldeas de las montañas del Himalaya y los Andes? ¿Las rutas de camellos en los desiertos? En cualquier caso, volver seguiría siendo un fastidio, y no parece que estemos haciendo otra cosa a lo largo de nuestra vida.

 Fuente: Zenda

 

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