sábado, 24 de octubre de 2020

SIN MÁS AMIGOS QUE LAS MONTAÑAS

 

Sin más amigos que las montañas

Behrouz Boochani

Traducción de Juan-Fco. Silvente

Rayo Verde

Barcelona, 2020

378 páginas

 


La historia que Behrouz Boochani desarrolla en este libro, ensordecedor, posee tanta fuerza como la de su creación. Boochani fue encarcelado en un centro aparentemente ilegal, en cualquier caso inhumano, regido por alguna administración de algún país desarrollado, pero ubicado en uno de esos lugares que no existen ni en los mapas ni en las rutas. Cualquier atisbo de cárcel, cualquier imaginación de cárcel, se queda en los huesos ante las imágenes que va desplegando Boochani, que por momentos contemplan una energía tan viva y desoladora como la de algunos relatos de campos de concentración. No hay diálogos ni nombres propios en una historia en que el concepto de resiliencia no alcanzaría ni siquiera al barro el eufemismo. Mientras tanto, mientras su cuerpo se sacudía -o tal vez lo que se sacudía era su mirada, que es la herramienta desde la que nos habla-, Boochani iba enviando mensajes a través del teléfono móvil. Uno supondría que la redacción de estos mensajes debería ser apresurada, telegráfica, pero no, la obra se escribe con una serenidad y un respeto al lenguaje, que la transforman en alta literatura: en ese sentido, Sin más amigos que las montañas pertenece a la vieja estirpe literaria, la de aquella que bebe directamente de las fuentes de la vida.

Vivir merece la pena, o no. Boochani no se decanta ni pretende estar en el debate. Donde cualquier otro se hubiera dejado tentar por un existencialismo duro, él prefiere entregarse a un lirismo tan magnético como sucio. No podemos enamorarnos de los personajes, no podemos enamorarnos de la memoria, pero sí de esa capacidad de permitir que le atraviesen siglos de poesía y que es el abono con el que hace crecer la acción. No basta con ser consciente de que uno tiene algo serio que decir, algo contundente que denunciar. Hay que estar a la altura del respeto y de la inteligencia, hay que ser un ente sensible mientras uno se enfrasca en la observación, pero también mientras uno escribe. Al fin y al cabo, al otro lado del texto habrá un lector que quieres que conozca lo que se siente, pero que sin pretender que lo sufra. La devastación y la enunciación de la devastación pertenecen a un terreno personal, y ahí conviene que dejen su residencia. La literatura permite entregar muchas de sus facetas, siempre y cuando el lector sea, a su vez, un lector entregado. Boochani consigue embaucarnos para que lo seamos: acude al núcleo de nuestra empatía y de nuestra compasión. Y no solo nos advierte de las consecuencias en los demás de lo que hemos creado, pues también nos pone en guardia sobre los riesgos de la oscuridad, de las regiones en las que la deshumanización caló, de las prisiones que liquidarían los cuerpos y la moral de las buenas personas. Entre la miseria, Boochani encuentra momentos lucidísimos en los que reclamar la idea de que la bonhomía y la libertad son dos caras de una misma moneda, y que en ambas caras se ha grabado el mismo rostro, el nuestro, el de nuestro prójimo.

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