Push
Tommy
Caldwell
Traducción
de Rosa Fernández-Arroyo
Desnivel
Madrid,
2018
359
páginas
Por
poco que uno haya vivido, a nadie le falta la ocasión en que la suerte le salvó
de irse al otro mundo. La ha relatado una docena de veces en la barra del bar,
cambiando esos detalles que hacen más sugerente, al menos como narración, esas
vueltas de campana que dio al salirse de una curva mal peraltada, al hablar de
ese ángel que apareció en el mar cuando estaba a punto de ahogarse o al mencionar
los golpes contra las escaleras que se dio mientras rodaba hacia abajo tras
resbalar con la cáscara de un plátano. Ante ese huracán de situaciones al
límite, la gente responde con un “menos mal” o con una sonrisa, la misma gente
que califica de locura a actividades como la escalada de dificultad, el Big Wall y las expediciones a Patagonia
de un genio del atletismo, y de la meditación, como es Tommy Caldwell.
Push es la
autobiografía de uno de los grandes, un tipo que vive tantas horas en la pared
como en el suelo, alguien con unas ganas terribles de volar y con idénticas
ganas de compartirla. Esta última afirmación supone tanto como decir que se ha
pasado la vida aprendiendo a vivir y ahora quiere dictar en qué consiste eso
que cree haber aprendido, porque da nada sirve vivir si no se ejecuta al compás
de los demás, de los amigos, de los que queremos y de los que querríamos si
llegáramos a conocer. En este libro se contiene el dictado de todas las
aventuras de Caldwell, que se van extendiendo, glosando, con un placer del que
disfrutarán, detalle a detalle, los aficionados a la montaña y a la escalada,
pero también se contienen unas técnicas de meditación que hay que leer entre
líneas. Meditar se puede practicar por el Tao o en los monasterios budistas,
aunque la mayoría de la gente que la practica se queda en el método para
turistas, exportado a gimnasios con salas aromatizadas por sándalo. Caldwell ha
descubierto que la esencia de la propiocepción es tan interior que solo cabe
descubrirla con un método personal. El mapa de los sentidos, las emociones y
los sentimientos no se despliega sin ruido: desde que nos levantamos, en ese
acto de resurrección que supone despertar cada día, nos acompaña una música
interior que cuando se desafina conocemos como depresión. La meditación, y la
escalada, al igual que el litio, sirven para entonar nuestra orquesta personal.
Por eso Caldwell se muestra como un maestro espiritual, aunque su despliegue
literario sea una muestra de técnicas de escalada y espíritu creativo a la hora
de idear rutas en las grandes paredes.
Sobre
todo, en el valle de Yosemite. Sobre todo, en el Capitán.
Porque
ahí es donde se encuentra el hogar de Caldwell, su Ítaca, su amor. Una suerte
que no cesa, una suerte por la que ha luchado hasta la extenuación, consciente
de que la suerte nos la hacemos. Desde sus primeros pasos, y siempre acompañado
por su padre, supo que no sería feliz viendo pasar a los peatones por la ventana.
Y salió a buscar lo que otros esperan tanto tiempo sentados, frente al
televisor, hasta que se dan cuenta de que se terminan los días y las noches, y
ya apenas contienen energía para soplar las últimas velas de los últimos cumpleaños.
Caldwell tiene un padre que es puro motor, pura gasolina. De hecho, su
presencia es tan abrumadora durante las primeras páginas, que el espíritu del
padre se arrastra entre líneas a lo largo de toda la biografía. En contraste, y
sin que ello signifique ningún reproche, sorprende la ausencia de la madre,
apenas mencionada, y de refilón, en un par de ocasiones. El tópico dice que
cuando uno habla de su infancia mantiene a la madre en el limbo del amor, pues
es ella quien le ha enseñado a querer y fue su ángel de la guarda. Pero en el
caso de Caldwell, la presencia del padre desaloja toda el agua de la piscina,
hasta que decide que incluso una persona tan atractiva, tan enérgica, tan
entregada, puede ser plomo en las alas.
Caldwell
presta especial atención a episodios fundamentales en su construcción
sentimental: sus parejas y los inevitables vínculos y entregas, siempre
relacionados con la escalada; su viaje a Kirguizistán y el episodio del secuestro,
que se solventó con un acto tan brusco por su parte, que lo lamentará cada
segundo que le quede por respirar, pese a que gracias a él sus amigos salvaran
la vida; su descubrimiento de sus cualidades como escalador, en un planeta en
el que los chicos tímidos apenas tienen otra presencia que no sea adornar las
esquinas de los pasillos. “La simplicidad, la soledad y la belleza natural son
los verdaderos tesoros de la vida”, afirma. Y es allí donde se reconoce, es
allí, a la naturaleza, donde pertenecemos, donde todos tenemos nuestro lugar. El
riesgo viene implícito a la costumbre de respirar, de dormir, de comer y de
buscar cariño. Caldwell aprendió a gestionarlo, pues practica un tipo de
escalada bastante seguro, mientras no privaba al tiempo que tiene por vivir de
sal y de azúcar. En ese sentido, se comporta como el maestro que solo habla de
lo importante que es estar aprendiendo.
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