domingo, 10 de febrero de 2019

BONITA AVENUE


Bonita Avenue
Peter Buwalda
Traducción de Julio Grande
Salamandra
Barcelona, 2019
495 páginas



Al principio había alguien que debía ser un padre y alguien que debería tener el rol de hija. La edad se impone, la condición social también y el lugar del que viene el dinero: él es un catedrático de éxito, futuro ministro de educación, y ella una estudiante que para ganar algo de dinero, en lugar de servir comida en un Burger King tiene una idea más osada. El padre, que podría haber sido campeón olímpico de judo de no haberse cruzado una grave lesión de por medio, apenas conoce nada de la vida de la calle, apenas conoce nada de la vida social, apenas conoce nada de la vida amorosa. Su anterior matrimonio hizo agua desde el principio, por razones que, si nos atenemos a la narración y al personaje, tienen que ver con su inutilidad para lo cotidiano. De hecho, el hijo que tuvo con su primera mujer acabó metido en la delincuencia, un lugar del que Siem Sigerius, el protagonista, se niega a sacarlo. De hecho, miente en los tribunales para agravar la condena, para perjudicarle.
Sabemos, tras la lectura de unas cuantas páginas, que Sigerius acabará suicidándose. La trama, que se desarrolla en saltos temporales en forma de péndulo, nos orienta hacia los motivos para su trágico final, pintando un personaje algo manierista, incapaz de relacionarse con la vida, porque toda su formación ha ido encaminada a no enterarse de nada. El destino le manipula como el mar a una cáscara de nuez. No sabrá afrontar las tensiones que surgen a medida que los sucesos no le favorecen, y eso es algo que nos sucede con demasiada frecuencia. Sigerius es un personaje lleno de miedos, que es lo que nos facilita la sensación de conocerle, la cercanía: al fin y al cabo, todos sabemos de alguien cuyo miedo ha provocado aquello que teme. La concatenación de desastres, desde su primera etapa de adulto hasta el chantaje que sufre siendo candidato a ministro, hasta su pose de sufriente cuando tiene una amante más joven, y su incapacidad de agarrar el toro por los cuernos, su manía de huir, le condicionan tanto como para revivir sin cesar el nido de víboras que es el miedo.
En cuanto a ella, es una de las dos hijas de la mujer con la que contrae matrimonio en segundas nupcias. Le conoce a él siendo muy pequeña, tanto como para adoptarlo como padre real. Pero su crecimiento se desarrollará al margen del ambiente familiar, un tanto común, en el que crece su hermana, el que crean sus padres. De hecho, en uno de los saltos al futuro la conoceremos en California, afincada como productora de películas pornográficas. ¿Qué ha sucedido mientras tanto? La tensión sexual es, en realidad, el hilo que enhebra la novela. Si Sigerius no domina un ambiente laboral ni una economía doméstica, ¿cómo va a afrontar su sexualidad y la adolescencia de la chica? Ella tiene muy claro que debe seguir sus impulsos y se va convirtiendo en un ser sexual, aunque más erótico que pornográfico. Con dieciocho años abre una página web en la que posa para que los hombres se masturben. El fotógrafo es su novio, a quien también seguiremos, uno de esos individuos a los que les cuesta abandonar el pasado y se ven demasiado condicionados en un presente que les ha superado. Todo lo que tenga que ver con ella, incluida la relación con su hermanastro, está teñida de carácter sexual. Pero no será puro delito. Al contrario que Sigerius, domina el arte de la condición humana, ha aprendido de las relaciones, no de los libros. Es el contrapunto al otro personaje y, al contrario que en el caso de él, desconocemos su futuro. Será esta intriga uno de los puntos fuertes de la novela, conocer a fondo hacia dónde ha derivado la suerte de Joni, la muchacha, cuando le venga encima la crisis de la mediana edad.
La obra se puebla de otros personajes, gente que podría protagonizar, por sí misma, una pieza narrativa. Al mismo tiempo, se traslada de escenario con frecuencia, pero siempre sobrevuelan los años idílicos, el tiempo en que vivieron en Berkeley, en una calle llamada Bonita Avenue. Es el lugar del idilio, el paraíso perdido. Mientras tanto, la trama se desarrolla con infinidad de recursos, siempre en función de no perder la idea básica, el contraste entre los dos personajes centrales. No posee la fuerza pornográfica de Philip Roth ni la complejidad derivada hacia la sencillez de Jonathan Frazen, y por suerte se aleja de la causticidad de Houllebecq. Peter Buwalda (Bruselas, 1971) crea un mundo propio, un relato que tiene mucho de denuncia de la miseria de la clase media centroeuropea. Eso es lo que pretende. La novela vaga por los intersticios de la naturaleza del ser humano sin confiar tanto en la expresividad como en los detalles de la actuación. Y los actores se comportan como los de las películas de los hermanos Cohen, por ejemplo.


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