martes, 18 de abril de 2017

SPEED

Speed
Las tres grandes paredes norte de los Alpes en tiempo récord
Ueli Steck
Con Karen Steinbach y fotografías de Robert Bösch
Traducción de Pedro Chapa
Desnivel
Madrid, 2017
200 páginas

El tiempo no existe. El tiempo no es una dimensión. Existe, eso sí, el cronómetro, el reloj, el calendario. Pero el tiempo, la sensación del paso del tiempo no se mide. El alpinista suizo Uelli Steck (Emmental, 1976) confiesa que sus pasos en el mundo vertical son una meditación. Es decir, todo lo contrario a sentir que el tiempo está pasando. Reinhold Messner, Christophe Profit o Walter Bonatti, reconocen e identifican la misma sensación. Muerto el tiempo, uno dispone a su antojo de los días y de las noches para respirar, para reconocerse, para atender a sus sensaciones y sentimientos, para vivir o para amar. Una de las formas más eficaces de anular el tiempo consiste en cambiar el sentido del mundo. El hombre está diseñado para un mundo horizontal. ¿Qué ocurre si el suelo se transforma en una vertical? Ocurre que uno no está como para andar preocupándose del tiempo y de la mierda que es mirar constantemente al reloj o las cifras del calendario.

Si esta esto es lo más parecido a la felicidad que se está a nuestro alcance, ¿qué hace Steck batiendo los récords de velocidad en las paredes norte del Eiger, las Jorasses y el Cervino? Lo que hace, paradójicamente, es evitar la maldad del cronómetro. O se entrega a ese proyecto, o dispone de tiempo de sobra como para mirar al reloj una y otra vez. Porque Steck tal vez sea el alpinista más fuerte y técnico de la historia. En este libro, una buena parte está escrita para incondicionales. La relación de las tres actividades es una detalladísima descripción de materiales, entrenamiento, confrontación, técnicas de escalada mixta, resolución de problemas, etc. Muy entretenido para quien esté familiarizado con el lenguaje. También porque expone su estrategia para afrontar el reto, tanto física como psicológicamente.
Pero el libro no termina ahí. Entre las relaciones de sus escaladas, se incrustan unas entrevistas y tres conversaciones. La primera con la única persona que le puede disputar el título de mejor alpinista de la historia, que es Messner. Pero sus planteamientos de vida son muy diferentes. El lector reconocerá cierta tensión en el diálogo, porque uno de ellos no es inmune a los celos. La segunda con Profit, el alpinista que encadenó en un día las tres grandes paredes norte. La conversación es más abierta, más de igual a igual, más amistosa. La tercera, el encuentro con Bonatti, es una delicia en la que el tiempo demuestra que no es una dimensión. La sensación que da es que los años hacen un extraño looping y el presente, con su material tan especializado, se encuentra con la melancolía de un tiempo en el que todavía existía la aventura a pie de ruta. Para reconocerla, no era necesario afrontar proyectos tan inauditos, tan admirables. Antes la aventura era descubrir, ahora es dificultad.
Por lo demás, en el libro surgen temas clásicos, a saber: el egoísmo, la atracción por pasarlas canutas, la tenacidad o la obsesión y la frontera entre ambas, la civilización, ese engendro que nada tiene que ver con Steck y, si nos ponemos a ello, nada tiene que ver con ninguno de nosotros, por lo que agradecemos a Steck que nos ponga voz, el amor a la soledad o a los amigos, la intuición como hija de la experiencia, que salva vidas en la montaña, el placer, el placer de tener sueños. Y ese sueño, ese deseo de estar fuera del sistema. Cuando el sistema es tiempo como dimensión, y también los acuerdos mediáticos. En realidad, el sistema es poco más que eso. Y las grandes paredes norte de los Alpes, todo lo contrario. Por lo tanto, son una celebración.

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