Marranadas
Marie Darrieussecq
Traducción de Regina
López Muñoz
Tránsito
Madrid, 2022
125 páginas
Nos volvemos lobos o nos
volvemos cerdos. O nos quedamos con lo que somos: una gente gris, que duerme en
colchones de ceniza y no mira jamás ni al sol ni a la luna, con el aburrido afán
de ganar un buen sueldo, confiando en que al llegar a la vejez uno no tendrá
problemas para mear. En este feo mundo, quedan escasas gestiones de la
dignidad, y una de ellas es el atractivo que sentimos hacia el perdedor, hacia
la pobreza, hacia la melancolía, el mismo que llevó a Chaplin a crear a Charlot,
por ejemplo. Como la protagonista de esta novela, Marranadas, que ahora
recupera la editorial Tránsito, comenzamos tomando una pastilla para dormir y
otra para estar despierto. Y todo sin dejar de presumir de los avances sociales
y de lo bien que se vive en nuestro país y en nuestra época. Admiramos el
sistema educativo de los países con más alto índice de suicidio juvenil. Sobre
estos conflictos se cimentaron corrientes literarias y filosóficas, como el
existencialismo: el hombre es una criatura débil y desprotegida ante su propia
libertad de elección, que es fuente de angustia continua.
Marie Darrieussecq (Bayona,
1969) lleva todas estas dudas a una resolución sobre el cuerpo, dudando, a
través de su creación, sobre quién es el dueño del mismo. Nuestra protagonista
desconoce hasta si le pertenece, pues carece de cualquier dominio sobre él. De
hecho, asistimos a una metamorfosis sin crisálida, a campo abierto, en la que
la decadencia corporal sobreviene en dientes de sierra y llega al extremo de
preguntarnos si no sería más sano dejarse llevar por ella. O al menos, si no
sería mucho más natural. Y lo más natural, aunque resulte muy sucio, es lo más
puro. Nuestra protagonista es una mujer sin estudios, de clase humilde, a la
que le viene la regla cada cuatro meses. Este desajuste supone una barbaridad que
no se arreglará con perfumes, por mucho que se rodee de ellos. Ni con un sexo
rarísimo, del que no sabemos si se tiene para disfrutar o por costumbre, o por
el mero hecho de que sucede algo posible, y ya.
¿En qué grado sentirá
nuestra protagonista la indiferencia que parece caracterizarla? Esa
indiferencia, que es una tabla de náufrago, un manual de supervivencia, la
mantiene a flote frente a un destino lumpen que se impone de forma desbocada. Esta
mujer parece no estar capacitada para la música de este mundo, si es que el
ritmo al que gira se le puede llamar música. La armonía está por debajo del
cero, lo absurdo se nos antoja demente y, sin embargo, no podemos dejar de
reconocer cierta verdad en la exageración, como si Darrieussecq nos estuviera
hablando de un síndrome al que todavía no hemos puesto nombre. Pero en nuestra
intuición si cabe definirlo. Entre otras cosas, porque su primera
característica es la misma que atosiga la vida de los demás humanos: la soledad.
Se trata de una soledad que no es tan fácil de definir, a pesar de las
intenciones tan potentemente expresadas por la autora: es una soledad impuesta
desde el exterior, pero ¿por quién?; una soledad buscada, tal vez como refugio
para no sentir; una soledad normal, siendo normal sinónimo de frecuente y por
tanto un mal consuelo; e incluso es una caricatura de la soledad y, ya se sabe,
las caricaturas nos permiten decir nuestras verdades, que de otra manera
sostendríamos con eufemismos.
Y, además, está toda la
crítica social que contiene la novela, la crítica a una forma de economía y a
una forma de mando, a una estratificación que se produce en varias direcciones
-económica, de género, sistémica-. Cabe preguntarse qué relación existe entre
todo ello y eso que Edward O. Wilson calificó como lo más sufrido de nuestra
era, la época de la soledad, que llevó a calificarla como Eremoceno. Son muchos
los valores de esta obra, pero aunque sólo sea por gestar esta duda, no podemos
dejar de recomendarla.
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