lunes, 15 de noviembre de 2021

RACIONALIDAD

 

Racionalidad

Steven Pinker

Traducción de Pablo Hermida Lazcano

Paidós

Barcelona, 2021

535 páginas

 


A Steven Pinker (Montreal, 1954) le encantaría aquella historia que contaba Stendhal:

Un hombre regresa antes de lo previsto a su hogar y se encuentra a su mujer en la cama, haciendo el amor con otro hombre; la mujer empieza su respuesta con el consabido “no es lo que parece” y comienza un diálogo en el que a medida que transcurren los minutos ella va olvidando el susto para ser presa del furor; tras varios minutos, termina por gritar al marido: “Crees más a lo que ves que a lo que yo te digo. No te lo perdonaré jamás”. La historia lleva al límite la irracionalidad convertida en un argumento racional. Se trata de un ejemplo de disonancia cognitiva y sus resultados: cuando dos ideas entran en conflicto y sabemos que hemos ejecutado la peor, tenemos que encontrar un razonamiento que nos ampare, que nos permita seguir respirando por mucho mal que hayamos hecho. De hecho, son los prejuicios, algo que uno se siente tentado a llamar emociones preconcebidas antes que ideas preconcebidas, los que imponen el sentido irracional sobre el que versa este maravilloso ensayo. En realidad, lo que se esconde detrás de la persistencia de algo que cualquiera que no tengamos el estilo de Pinker llamaría estupidez, es la idea de secta; necesitamos que nadie nos mueva los pilares de lo que creemos que tanto nos ha costado pensar, de lo que creemos que es nuestro humus, para sentirnos seguros: en caso contrario, nos veríamos como desamparados, como parias, nos sentiríamos exiliados de un reino que sólo se ha creado en nuestra imaginación. Pero cuando todo lo demás falla, la imaginación seguirá acompañándonos. Así pues, le debemos la mayor de las obediencias.

Estos prejuicios sostienen el deseo de los individuos de salirse con la suya o de actuar como sabelotodo, imponiéndose al deseo de aprender que, deberíamos aceptar, muchas veces para por intentar comprender los argumentos del otro: “nuestra capacidad de razonamiento está orientada por nuestros motivos y limitada por nuestros puntos de vista. (…) Así pues, la imparcialidad es también el núcleo de la racionalidad: una reconciliación de nuestras ideas sesgadas e incompletas con una comprensión de la realidad que trascienda a cualquier de nosotros. Por tanto, la racionalidad no es solo una virtud cognitiva, sino también moral”. Es fácil suponer, dado el argumento y mirando a nuestro alrededor, que esta parcialidad que mostramos está sesgada por varios criterios -de edad, de religión, de clase social-, pero que el que se impone es el sesgo de pensamiento político de izquierdas o de derechas -o de izquierda parlamentaria y derecha parlamentaria- hasta el punto de mostrarse totalmente excluyentes. Ese riesgo hacia lo irracional es la conclusión sobre la que trabaja Pinker.

Previamente, nos ha desmenuzado el concepto de racionalidad en un ensayo que es tan divulgativo como científico. Cada apartado de lo que podría componer la tesis de racionalidad viene justificado con una definición cabal, basada en experiencias de psicología cognitiva que rozan la filosofía, la sociología o psicosociología, y la medicina. Nos habla de qué entiende por lógica, correlación y causalidad, los razonamientos bayesianos, la probabilidad y la aleatoriedad, los ruidos y las señales, etc. Todo en función de una especie cuyo uso de la racionalidad parece tener un fin claro: “Tantos de nuestros razonamientos parecen hechos a medida para vencer en las discusiones que algunos científicos cognitivos, como Hugo Mercier y Dan Sperver, creen que tal es la función adaptativa del razonamiento. No hemos evolucionado como científicos intuitivos, sino como intuitivos abogados”.

Y aquí tropezamos con otro de los conceptos claves que esconde el ensayo: la intuición. Y su papel en la racionalidad, que tiene que ver con algo que uno se atrevería a llamar el pensamiento contraintuitivo. De hecho, una de las funciones de la racionalidad, a juicio de Pinker, es desconcertar a esta intuición con una suerte de nuevo pensamiento científico cuyo fin sea determinar la verdad. En medio de este proceso, que exige un esfuerzo casi de algoritmo, está la merma de la confianza, que es lo que nos lleva al conflicto. Estamos, de nuevo, hablando de los prejuicios y de las ideas que jamás se nos hubieran ocurrido, porque creemos que mellan nuestros prejuicios o porque nos obligan a una defensa propia de la disonancia cognitiva. Pero Pinker no desfallece: “Los principios de la psicología cognitiva sugieren que es preferible trabajar con la racionalidad que posee la gente y mejorarla a descartar a la mayor parte de nuestra especie como crónicamente incapacitada por las falacias y los sesgos. Lo mismo sugieren los principios de la democracia”. En cuanto a falacias y sesgos, Pinker demuestra su aversión por las fake news y las mentiras de gente como Donald Trump, cuyo único objetivo es incrementar el mal, lo inmoral. De hecho, este ensayo es, en buena medida, un resultado del efecto rebote de toparse con esas frases repartidas por la superficie del trozo de planeta en que habita:

“Las reglas se diseñan para dejar de lado los sesgos que se interponen en el camino de la racionalidad: las ilusiones cognitivas incorporadas en la naturaleza humana, así como el fanatismo, los prejuicios, las fobias y los -ismos que infectan a los miembros de una raza, una clase, un género, una sexualidad o una civilización. Estas reglas incluyen los principios del pensamiento crítico y los sistemas normativos de la lógica, de la probabilidad y del razonamiento empírico (…). Son implementadas entre personas de carne y hueso por instituciones sociales que evitan que los individuos impongan sus egos, sesgos o engaños a todos los demás”, sostiene, defendiendo la función de instituciones como la universidad, que es la fuente de la que extrae la mayor parte de la solidez con la que justifica sus argumentos. Si alguien sabe expresar qué necesitamos, en un mundo en el que llueven ladrillos de canto, es Steven Pinker.

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