miércoles, 20 de octubre de 2021

PARÍS SIEMPRE VALÍA LA PENA

 

París siempre valía la pena

Alejandro Padrón

Kálathos

Madrid, 2021

221 páginas

 


El amor platónico no defrauda.

La nostalgia imposible, tampoco. El deseo sano, como es por ejemplo el deseo de amistad, es un valor seguro. En un mundo donde hasta las ciencias exactas son líquidos, no está de más buscar cimientos personales en la imaginación. Conviene asentarse sobre los valores que uno crea para resistir a las tormentas, a los volcanes, a las mareas y a los discursos. Si uno tiene fe en la literatura, lo mejor que puede hacer es agarrarse a un mástil firme para asentar los pies en medio del tifón. El escritor venezolano Alejandro Padrón se aferra a Hemingway, que es una apuesta firme tanto en su obra como en su biografía. Hemingway representa al tipo duro al que le iba dar y recibir golpes en el ring, y también al intelectual que se negaba a serlo porque prefería mostrar una cara poco amable, un gusto por las armas y los animales como trofeos que también reflejaba en sus novelas. Sin embargo, a Hemingway se le escaparon algunas páginas de otro calado en obras como Las verdes colinas de África, en las que mostraba una sensibilidad más humana: ahí está reconociendo la más hermosa bóveda del cielo que uno puede contemplar, la belleza de la luz y homenajeando a la sabana.

Como homenaje es como debemos rendir cuentas ante esta novela, en la que Padrón crea una narradora, una fotógrafa, que acompañó a Hemingway en muchas circunstancias mientras pisaba las calles de París. Encontramos a un Hemigway arrollador, vital, pero al que vemos con una cierta distancia, como si el autor estuviera más preocupado por respetarle que por convivir con el héroe que recrea su imaginación. El centro de interés será el narrador amigo  que regresa a París cuarenta años después de aquellos sucesos y va disparando la cámara por los lugares que compartieron, cuya voz se confunde con la de una fotógrafa a su vez admirada. Y al mismo tiempo revive con una memoria en la que la melancolía se ve empañada por una redacción bastante neutra. Que no se quiera caer en un lirismo que el propio Hemingway hubiera odiado es una de las labores que marcan las costuras de esta novela.

Narrada desde el punto de vista de la amistad, por la obra van desfilando personajes que no entramos a conocer en profundidad, que son enumerados, y cuyo atractivo radica en lo que sabemos de ellos, como Gertrude Stein o Joan Miró. Damos por supuesto que sus personalidades, o lo que ha calado en el acervo cultural acerca de sus personalidades, será gancho suficiente para resultarnos de interés en una obra a la que a tantas buenas intenciones le convendría añadir, aunque sea muy de vez en cuando, una última revisión, como, por ejemplo, aquí: “Contó que había estado a punto de morir por las esquirlas de metralla recibidas en su pierna derecha, particularmente en su rodilla”. Es complicado morir por un disparo en la rodilla, a no ser que exista riesgo de gangrena, por ejemplo, o de amputación con grave pérdida de sangre o algo por el estilo. Se comprueba que lo truculento también está alejado de las pretensiones de un intelectual Alejandro Padrón.

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