viernes, 25 de enero de 2019

EL CAMINO DEL TABACO


El camino del tabaco
Erskine Caldwell
Traducción de Horacio Vázquez Rial
Navona
Barcelona, 2019
234 páginas

La sombra de los escritores del sur es demasiado extensa: prima la de Faulkner, inevitablemente, pero siempre brota Flannery O’Connor. Uno con un control por la autoridad de los personajes que descentra, que nos lleva de sorpresa en sorpresa, de interior a interior, en un ejercicio de hipnosis que requiere varias lecturas. La otra, sin embargo, con una capacidad de observación, de puesta en escena de la condición humana que se debe beber en una distancia más corta, en relatos deslumbrantes en los que la amable acidez se combina con la ternura áspera. También están presentes, de alguna manera, en este libro los escritores sociales, como John Steinbeck, aunque bien es posible que Erskine Caldwell (Georgia, 1903 – Arizona, 1987) no halla leído ni una sola línea de todos ellos para concebir una obra como El camino del tabaco. La novela goza de independencia más que suficiente y es el tipo de literatura que crea a sus antecesores, como los escritores a los que nos hemos referido.
Cladwell nos lleva al sur de su infancia y juventud, en el que observó que la miseria no se limitaba al racismo, a pesar de lo cual, el episodio más terrible de la obra tiene que ver con la condición animal que se otorga a un negro. Nos sumerge en una familia sin brújula y con las raíces a modo de farsa. Va encadenando sucesos tras sucesos, con un espíritu grotesco que sortea gracias a una habilidad narrativa para salir fuera de la escena, para mostrarnos el cuadro como si se pudiera ser objetivo. Pero es imposible no tomar partido, no sentirse afectado por la estupidez humana. Y más aún cuando vamos desenvolviendo el misterio, cuando vamos reconociendo que esa estupidez no es exclusiva de la clase social baja, pero que algún vínculo existe entre la pobreza y la triste realidad. Los detalles de humor, las caricaturas, son algo demasiado serio. Y no deja página que no se vea afectada por ellos y ellas.
Sus personajes hablan con intenciones de dialogar, pero sin diálogo. Cada uno tiene ya su mente formada, unas ideas que no se mellarán ni por los sucesos ni por otras razones. John Ford realizó una extraordinaria adaptación de esta novela. A diferencia de la película, que fija las claves con firmeza, el tono burlón nos deja más desasosegados o, para ser más sinceros, deja en aras del lector el grado de comicidad que le atribuya al relato. Se trata de una obra dura, como lo son las películas neorrealistas italianas. Pero también de una de esas obras que intrigan. Uno no puede desengancharse de ella, porque no podemos dejarnos de preguntar cuál es su grado de humanidad en cada frase, en casa paso que dan, en cada comentario que brota de sus bocas como salen los charcos en el campo en días de lluvia.

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