Un millón de pasos
Álvaro Machín
El Desvelo
Santander, 2022
300 páginas
Los tipos corrientes
viajan una vez al año, tal vez dos si a la operación retorno le añadimos la
operación salida. Nada muy bueno sale de estos desplazamientos, en los que a
los humos que contienen dióxido de carbono se añaden los muy malos con los que
uno va cargando su humor durante el viaje. Ahí se acaba la aventura, en los
esfuerzos de contención que se ejercitan al no poder salir del coche y no poder
acelerar el tiempo. La aventura pasa siempre por una experiencia de la soledad,
y la soledad nos la encontramos, casi siempre, a la hora de medirnos con lo
peor de nosotros mismos: el enfado, la cobardía, el egoísmo, el placer por el
placer o la codicia, por ejemplo.
He aquí un libro en el
que un tipo corriente, de esos que uno espera encontrarse conduciendo a tu lado
por la autovía, nos demuestra que no es tan complicado forjarse unos trozos de
vida soñada. Un millón de pasos reúne testimonios de los viajes de un
periodista, por Asia, África, América o Europa, en desplazamientos que no son
de larguísimo aliento ni de intenciones aguerridas. Sencillamente, nos lleva a
otros lugares a través del relato de unas anécdotas que bien pudieran habernos
ocurrido a nosotros. Tendremos diarrea, correremos cierto riesgo a que nos
roben, beberemos, conoceremos a buenos samaritanos, pasearemos por paisajes
atractivos. Iremos siguiendo el sonido encantador de algún lugar o tras un amor
frustrado. Nos acompañará un amigo o sentiremos que no existe nada más que uno y
el lugar del mundo donde se encuentra.
En realidad, como
reconoce el autor, estamos frente a una experiencia de viajes que no deja de ser
turismo. Podemos ejercerlo de una forma más o menos sofisticada, pero da la
impresión que de una vez acabada la época de las grandes exploraciones, las que
suponían ausencias de años, y una vez superada la idea colonial de
descubrimiento, pues ellos siempre estuvieron allí, sólo queda la experiencia
personal. Dicha experiencia puede ser más o menos atrevida, más o menos
convencional, más o menos vistosa, pero siempre estará dentro de unos cauces en
los que uno no se expone a grandes riesgos. A no ser que practique el salto base,
que es la modalidad deportiva con más fallecimientos por practicante.
Álvaro Machín tratará al lector
como a un colega, y despachará con él en un tono que nos remite al tuteo. Un
millón de pasos no es una experiencia literaria desbordante, como leer a
Faulkner o a Proust, ni pretende serlo. Sus pretensiones son mucho más
sencillas, en el sentido en que puede resultar sencillo volverse más humano. Y
eso es muy sagrado.
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