Los
vulnerables
Sigrid
Nunez
Traducción
de Mercedes Cebrián
Anagrama
Barcelona,
2024
200
páginas
Hacia
el final de esta obra, Sigrid Nunez (Nueva York, 1951) afirma que «Hoy en día,
el escritor me parece cada vez menos un artista creativo y más un político:
siempre evasivo, obsesionado con la interpretación». Estamos frente a un libro
saturado de reflexiones acerca de la creación literaria, en el que las citas
son frecuentes, pero aparecen de modo que a lo que nos incitan es a buscar la
obra de la fuente de la que llegaron, la obra de novelistas, cuentistas y
poetas, los que más han influido en la literatura de la propia Sigrid Nunez.
Como novela, pues es así como se nos presenta, Los vulnerables podría
ubicarse dentro de ese pequeño subgénero que son las novelas de situación: el
confinamiento obliga a la convivencia de unas pocas personas que de otro modo
raramente se hubieran relacionado, no cabe buscar tramas. A estas personas cabe
añadir un loro, animal cuyo simbolismo revela las intenciones metafóricas de la
autora: se trata de un ave silvestre, que también ha aprendido a convivir con
los humanos, y es capaz de reproducir sonidos que imitan la comunicación, lo
cual nos lleva a preguntarnos hasta dónde llega la capacidad natural de comunicarse.
Frente
a estas dudas acerca de la comunicación, Nunez desarrolla una obra que en su
mayoría sucede dentro de la cabeza de la narradora, que parece compartir buena
parte de las filias y fobias de la propia Nunez. Hablaríamos de autoficción si
el término no nos incomodara tanto como incomoda a la autora: «Una lección
objetiva sobre la autoaceptación y cómo sentirse cómodo con quien eres» es un
principio que da la sensación de estar reñido con eso de reinventarse y
justificar en la invención al personaje que creas, generalmente a favor del que
narra. En ese sentido, debemos elogiar la sinceridad con que comienza la obra,
creando al personaje que más nos importa, al narrador, en una presentación que
nos habla de una personalidad diletante, digresiva, culta y preocupada por el
hecho de pensar. De hecho, hasta los momentos de diálogo se construyen, en la
narración, como si fueran parte de este monólogo que ella mantiene, lleno de
dudas, lleno de instantes de aprendizaje. Y mientras construye sus pareceres, en
constante modificación, va relatando algunos de los instantes más
significativos de su pasado. Todo está en función de un objetivo muy claro:
desvelar, hasta donde pueda con sus limitaciones, en qué consiste la condición
humana. Y sin perder de vista que la condición humana es un océano, cuya única
tabla de náufrago sobre la que navegar se construye con los restos que quedan
de uno después de poner su corazón al desnudo.
«No
soy supersticiosa, No creo en los espíritus. Y, sin embargo, el consuelo era
real». La cita nos sirve para acercarnos a las intenciones de la autora, que
son también sensoriales: estamos frente a alguien que no es que no sepa
discernir entre pensar y sentir, sino que cree que probablemente se trate de la
misma cosa. Se observa la realidad, que en este caso es lo que tenemos a
nuestro alrededor, con sensibilidad, para luego buscar las palabras y
reproducirlas escribiendo. En realidad, Sigrid Nunez se nos está mostrando como
alguien que necesita ser diletante, culta, digresiva y que necesita pararse a
pensar, a sentir o a explicar los sentimientos. Se nos está definiendo en qué
consiste el impulso creativo y para ello se vale de los contrastes, pues
convive con alguien muy diferente, en el aspecto generacional, a ella,
remitiendo, constantemente, a la condición humana en tanto que somos seres sociales,
somos personas cuando nos relacionamos. Esto hace de la obra un libro hermoso.
Fuente: Zenda
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