Los
ponis de los confines de la Tierra
Catherine
Munro
Traducción
de Manuel Cuesta
Errata
Naturae
Madrid,
2024
236
páginas
Tomamos
por un milagro la posibilidad de encontrar nuestro lugar en el mundo. No
sabemos bien si es porque desconocemos cómo buscar o porque no existe, cuando,
seguramente, para reconocerlo, si llegamos a él, lo que necesitemos sea tener
el ánimo en calma. La única certeza que tenemos es que la taquicardia nos
indica que donde nos encontramos en ese momento no es un buen sitio. «Lo único
que quiero es mirar am i alrededor y estar contenta con lo que veo», escribe
una amiga a Catherine Munro, la autora de este hermoso libro sobre los
beneficios de encontrar el paraje que responda a nuestra música interior. Claro
que para ello, lo mejor es reconocerla. Se trata de conocerse a uno mismo: «Sentía
la presencia del tiempo: la antigua raza de ovejas que pacían en esas tierras,
las personas que las criaban y las entendían, los pájaros, el océano y las
focas, eternos, cotidianos y misteriosos… Era consciente de mi cuerpo, de estar
fluyendo en consonancia con la naturaleza, con una asombrosa ausencia de
tensión».
En
las islas Shetland, Munro encuentra la bondad. Es un lugar en el que los habitantes
tienen siempre las puertas abiertas para que cualquier vecino entre a saludar.
Es un lugar donde importa la tribu, donde se hace patente la solidaridad. Es un
lugar donde no es preciso luchar por ser bueno, porque ese beneficio brota
solo. De hecho, si nos atenemos al testimonio de Munro, no nos queda más
remedio que preguntarnos ¿cómo va a ser malo el mundo si existen los ponis de
las islas Shetland?, ¿y el viento y las ovejas? Allí se encuentra la cura para
la ansiedad. Allí se equilibra lo salvaje de modo que quede compensado con la
condición humana. De hecho, allí se crea alma y recordemos aquella frase del
psicólogo Jung: «Hacer alma es nuestra única forma de salvarnos». Lo que
pretende Munro es mostrarnos que la salvación es posible. Es tan poco y es tan
grande. Y la única forma de aprender es viviendo, adaptándose, como se adaptan
los seres que habitan las islas que adora Munro, de una manera natural y acorde
a la convivencia, nada que ver con lo que entendemos por domesticación. Cabe
añadir, además, un apego por la solitud. Munro va a traer vida, pero apenas sabremos
nada de su pareja. El sueño de solitud se quiebra a la vez que se cumple, pero
no pasa nada malo, nada sucede fuera del territorio del amor. Lo que también
importa, por supuesto, es poder compartirlo: «Las historias pueden crear un
sentimiento de hogar, de apego; pueden hablarnos de quiénes somos y de quiénes
queremos ser».
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