jueves, 26 de septiembre de 2024

AUTORIDAD ILEGÍTIMA

 

Autoridad ilegítima

Noam Chomsky

Traducción de Daniel Esteban Sanzol

Altamarea

Madrid, 2024

370 páginas

 



Las ondas que transmiten los sonidos y las vibraciones electromagnéticas que nos llegan hasta las pantallas de los ordenadores y los teléfonos móviles, cargan con afirmaciones envueltas en su ruido y su furia, con mentiras propias del rebuzno de un burro que apartan de la comunicación al canto de los pájaros, al rumor de las fuentes o a las promesas abrasadas que los enamorados se dictan al oído. Cualquier idiotez nos llega con más peso que el de las montañas, con más potencia que las mareas y con más humedad que el diluvio universal. Todos los idiotas anuncian que están reiniciando la historia y estos augurios, emitidos bajo la codicia, auguran que la Tierra está condenada a un silencio de piedra pómez, aunque nos queda el consuelo de saber que tras la desaparición de la especie humana la naturaleza se recuperará y volverá a ser pacífica, volverá a ser el lugar de descanso donde merece la pena habitar, aunque no podremos verlo. Hoy ya no se expresan opiniones, sino que se evacúan frases cortas que compiten por ser las más potentes, las más ingeniosas, y a veces consiguen sacarnos una sonrisa por vibrar con gracia, aunque la mayoría de las sonrisas que vienen a continuación sirven para dejar escapar entre los dientes expresiones como Ay, Dios mío, a dónde vamos a llegar.

Por eso seguimos apreciando tanto las voces serenas y sensatas de gente como Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), que no deja de admirarnos por todo lo que tiene en la cabeza. Esta última publicación, esta Autoridad ilegítima, reúne entrevistas hechas a lo largo de los últimos cuatro años, en las que el lingüista y activista político nos demuestra que no se puede pensar en espacios tan cortos como los que permite un post de X. Para emitir una opinión solvente, para saber que uno está en la buena senda, es preciso aprender a razonar y las razones se expresan a lo largo de unos cuantos párrafos, donde la solidez del argumento nos sugiere que lo que se busca, efectivamente, es la decencia. Frente a ella no está la suciedad, porque el antónimo de decencia parece ser, deducimos de esta lectura, la irracionalidad: «Es probable que se encuentre con el férreo muro del partido negacionista, cada vez más entregado a la máxima atribuida —en parte erróneamente— al general fascista Millán-Astray, camarada de Francisco Franco: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”».

Volvemos a analizar qué hay tras la guerra de Ucrania, qué hubo detrás de la invasión de Afganistán e Irak, el discurso de odio de Donald Trump y cómo dejó el país hecho unos zorros y, sobre todo, el tema más importante que es el cambio climático. No podremos tener un mundo más justo, más bueno, más habitable, si no tenemos mundo. Las propuestas, que existen, para corregir este rumbo pasan por pactos, por no malgastar palabras sobre la responsabilidad y actuar con apremio, elegir objetivos radicales y elegir tácticas pragmáticas (sociales, económicas y políticas). Hay un verbo que utiliza Chomsky con frecuencia y que nos incomoda, que es restaurar. Un día conocimos el bien que ahora se nos escapa. Abundan los odiadores, tal vez porque el odio es un ansiolítico estupendo, cuyo discurso se une al sufrimiento de las crisis humanitarias, arrinconando las medidas contra el cambio climático. Chomsky vuelve a sacar a la luz las injusticias sistémicas con la serenidad que le caracteriza, que es el antónimo de tantas voces violentas que, no sabemos bien por qué, tienen tantos seguidores. Contra la agresividad, siempre nos quedarán reductos de pensamiento sensato.

martes, 24 de septiembre de 2024

LA CANCIÓN DE LAS MÁQUINAS

 

La canción de las máquinas y otros artículos

Sherwood Anderson

Traducción de Alberto Haller

Barlin libros

Valencia, 2024

155 páginas

 

 


Preocupado por la deriva a que nos lleva la industrialización, Sherwood Anderson (Ohio, 1871 – Panamá, 1941) visita una gran fábrica, un telar, y se deja llevar por las emociones. Es decir, deja que fluyan las ideas y así va reuniendo en su cabeza y sobre el papel la denuncia de una maldición. Estamos en 1930, pero vale decir que apenas hay que actualizar lo que él comenta, excepto por el hecho de que ahora existe internet y el poder financiero ha llegado a ocupar más del noventa por ciento del poder económico. No interesa tanto lo productivo como lo especulativo. Pero eso tampoco es fundamental, porque hoy, como en la época de Anderson, el trabajador necesita un trabajo y la representación paradigmática del mismo sigue siendo la fábrica. Anderson compone un libro breve, intenso, que contiene una dosis de poesía que nos sorprende: el gusto por la frase y la sonoridad está afectado por la entrega al mundo industrial, a las máquinas y los productos. En buena medida, a lo que más se asemeja La canción de las máquinas es a la canción protesta: «Pero nosotros no perseguimos a la felicidad. Perseguimos a esa pareja de rameras: el dinero y el éxito».

Se nos está hablando de una distopía cumplida, en la que conviene aclarar que la separación por géneros es lo que nos da esperanza, pues a juicio de Anderson son los hombres quienes están entregados a la industrialización, las víctimas que pierden humanidad, mientras que a las mujeres todavía no les ha afectado, no se ven humilladas con igual intensidad por lo moderno, que se dedica a arrebatar de todo. En consecuencia, invoca a la fuerza de las mujeres —el título de la obra en inglés es Perhaps Women—, a su vigor, considerando que son ellas las que pueden salvar a la civilización americana de las consecuencias de entregarse a las máquinas. Es importante señalar que el ámbito de denuncia es la sociedad americana, ese lugar donde «se ha sacralizado a través de la ley y de nuestra manera de pensar la noción de propiedad privada», a lo que añade Anderson: «¡Qué idea tan estúpida! Solo la vida es sagrada». Cabe completar el cuadro con la capa de la publicidad, que termina de dar forma a la vida que critica nuestro autor, condicionada por una conciencia que tiene mucho de acuerdo social y que nos lleva a la insensibilidad, lo cual es tanto como decir a la cobardía. En algún momento reproduce parte del contenido de una carta que recibe de un trabajador de una fábrica, en la que este asegura que un campesino europeo «bronceado, fornido e independiente, comparado con nosotros, parece alguien muy superior, pues somos criaturas que lo único que tenemos es el menosprecio de nuestros patronos».

La palabra que utiliza Anderson para significar la punta de la pirámide de la organización social es poder, pero aquí bien podríamos sustituirla por codicia, que en buena medida es sinónimo de poder. Cuando recurre al sustantivo patronos, nos remite, voluntariamente, a la esclavitud, que ahora no depende solo de alguien que ostente el mando, sino que también sirve al «oscuro propósito de la moderna y desmedida pasión por las cosas bien hechas». El producto que brota del telar es un producto impecable, mejor que si tuviera un origen artesanal.

«El hombre moderno está perdiendo hoy en día su masculinidad ante el imperio de las máquinas», nos advierte al principio del libro, donde confiesa sin ambages las intenciones de su escrito, y también la posibilidad que tenemos de salvación, en el que tal vez sea el párrafo más hermoso de esta interesantísima obra: «Lo que merezca salvarse de la máquina en la que viajé desde Chicago a Miami atravesando ríos, pueblos, ciudades, campos y bosques; todo aquello que pueda reutilizarse irá de nuevo a las grandes fábricas. Se fundirá y convertirá en nuevas máquinas. Rugirán y volarán y se pondrán en marcha. Por el contrario, lo que merezca salvarse de mí abonará una plantación de maíz o la raíz de un árbol».


Fuente: Zenda

jueves, 19 de septiembre de 2024

QUE TENGA UNA CASA

 

Que tenga una casa

Florencia del Campo

Candaya

Barcelona, 2024

157 páginas

 



Producir híbridos entra dentro de las intenciones de una buena parte de los escritores contemporáneos. Se trata, en buena medida, de cuestionarse los géneros, que apenas sirven para otra cosa que no sea ubicar la obra en las estanterías de la cabeza. El mensaje parece ser el de que estamos convencidos de que lo mejor es desordenar el contenido de esas estanterías, para llamar la atención, para ampliar el campo creativo, para reivindicar que el arte todavía puede ir más allá. Uno no deja de pensar que alguien como Kafka no se empeñó en revolucionar la literatura, sino en inventar a Kafka, y seguramente pocos autores han dado un vuelco tan grande a lo que se escribe en la historia. Lo que cuenta es la personalidad, tener sustrato, consistencia, decir algo que a todos nos importe, que nos desconcierte y pueda modificar las ideas, que derribe prejuicios.

Que alguien relate mientras relata lo que se le ocurre relatando no es algo nuevo, pero Florencia del Campo (Buenos Aires, 1982) añade a esto un territorio en el que todos pensamos y pocos escribimos: qué significa la casa. Decimos la casa, no el hogar, porque hay que centrarse en el espacio físico dentro del cual suceden las familias, suceden las parejas. Un hogar es un sitio que ya viene con sus adjetivos, pero una casa es un ente vacío y uno lo llena, como nos va explicando Florencia del Campo, de relaciones. Una casa es con quién, no un decorado.

Para ello se vale de un personaje creíble, de esos que se puede llegar a sospechar que contienen buena parte de lo vivido por la autora. Da la sensación de que la invención es recuerdo. Da la sensación de que se batalla entre la autocompasión y la autoestima. Da la sensación de que se trata de saldar cuentas, y que no le faltan motivos para estas intenciones: «Un sitio para guardar mis libros. Un lugar que me sane un poco la herida infecta que deja exiliarse. ¿Lo entiendes?». Que tenga una casa nos habla de la precariedad, que afecta no solo al ámbito económico, que llega a la solidez psicológica y a las impredecibles relaciones humanas. Nos está sugiriendo que salir adelante no es fácil, y que por el camino dejamos muchas cosas, incluidas otras casas, pero que lo que no te mata te hace más algo, no necesariamente más fuerte, pero sí más lo que sea.

«Un lugar simbólico que ordene el desorden, que sane algo, que compense». La casa como anclaje para dar forma al mundo, mientras la literatura busca descomponer un poco cimientos académicos. Es curioso, pero así es como se titula el último capítulo de la novela, Cimientos, después de haber pasado por Intemperie, Materiales, Derrumbe, Proyecto, Construcción, etc. Se trata no de resolver, sino de prepararnos un poco para empezar a resolver.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

LA GUARDIA DEL ALBA

 

La guardia del alba

Maya Jasanoff

Traducción de María Serrano y Francesc Pedrosa

Debate

Barcelona, 2024

430 páginas

 



Venimos de los conflictos. Será la dificultad de vivir, de salir adelante, de fraguar un presente, lo que nos construya. Y esta construcción quiere decir, en esencia, una forja moral. Explicándonos este devenir, Maya Jasanoff (Boston, 1974) comienza una biografía de Joseph Conrad que sorprende por un planteamiento muy diferente al habitual. El lector no encontrará aquí datos y acciones en orden cronológico, un seguimiento más o menos riguroso de los pasos de Conrad, sino una serie de reflexiones que se van hilvanando a partir de la obra del autor y de lo que se ha podido certificar a partir de una búsqueda detallada de documentación. De lo que se trata es de descubrir al autor al tiempo que al mundo en que vivió el autor, tanto el que se podría corresponder al estudio histórico como al de la interpretación de sus novelas y relatos. Conrad ofrece la posibilidad de visitar casi todos los continentes a través de sus vivencias y de su ficción. De hecho, la biografía se organiza en cuatro bloques, cada uno de ellos correspondiente a un lugar, representativo de un continente, anclados por cuatro de las principales obras del autor polaco: El agente secreto, Lord Jim, El corazón de las tinieblas y Nostromo.

Estamos ante una época de cambios, el inicio de la globalización y una nueva forma de entender la literatura. Las tensiones deberían servir, como nos indica la obra de Conrad, como oportunidades para hacernos mejores, dado su impacto moral. La batalla entre hacernos la suerte y no ser dueños del destino es una constante, tanto en la vida real como en la narrativa, de ahí ese principio creativo de Conrad, que sostenía que la literatura debe provocar unas sensaciones tal vitales como la realidad. Sin darnos respuestas de manual, nos vamos dando cuenta de que deberíamos empezar a orientarnos de otra manera, en la que nos afecta más todo lo que sucede en cualquier rincón del planeta. Así es como surge la obra de un autor que es a la vez romántico y existencialista: «La ficción de Conrad suele ordenarse en torno a unos momentos determinados en los que una persona toma una decisión crítica. Son los momentos en los que puedes o bien engañar al destino o bien sellarlo para siempre».

Preocupada por la faceta más sentimental de la humanidad, Maya Jasanoff nos ofrece un libro nada filológico, ni siquiera cuando entra en el ambiente más histórico en la medida en que puede afectar a Conrad. De lo que se trata, da la impresión, es de comprobar cómo nos impacta y modifica lo que percibimos, lo que nos llega por los sentidos o a cuenta, digámoslo de nuevo, del destino. De lo que se trata es de hablar de la experiencia y cómo aprendemos a través de ella, cómo nos sacuden las emociones, que a continuación serán sensaciones y que terminarán por transformarse en sentimientos una vez hayan reposado, o las hayamos digerido o razonado. Porque Conrad se empeñó en ser uno más de nosotros, en crear personajes que también pertenecen a nuestra gente. Para ello, Jasanoff le rodea de las personas que influyeron de una u otra manera en su vida, aunque siempre con afecto, construyendo su hogar y su polis: «la única clase realmente digna de consideración es la de los hombres honrados y capaces, sea cual sea la esfera de la actividad humana a la que pertenezcan», dejó escrito Conrad. Viajero con debilidad por la navegación a vela, Conrad regresaba de sus días por el mundo «con los ojos ablandados y la cabeza endurecida», dice Jasanoff, que añade la paradoja de mostrarle, con cada viaje, como más romántico y más cínico. La guardia del alba es una obra reveladora, en el sentido en que está diseñada para descubrir quién fue Jósef Teodor Konrad Korzeniowski, Joseph Conrad. No es tanto un recorrido por los detalles de su biografía como un desvelamiento de las causas que le afectaron. Por eso es un libro importante para los amantes de Conrad, pero también para quien quiera descubrir todo lo que se puede hacer a partir de los descubrimientos de una investigación sobre alguien a quien nos es inevitable querer, porque nos ha dado algunos de nuestros mejores instantes, algunos de nuestros más sanos sentimientos.


Fuente: Zenda