El
archivo de los sentimientos
Peter
Stamm
Traducción
de José Aníbal Campos
Acantilado
Barcelona,
2024
145
páginas
Cuando
la realidad no funciona, uno debe inventarse otra. Se suele llamar fantasía a
este tipo de ficción, pero si no alcanza el grado de esquizofrenia, a lo que
está ayudando, en última instancia, es a sobrenadar en el guirigay que llamamos
realidad. No es obligatorio vivir fastidiado porque la realidad nos acose. Pero
lo que tampoco es aconsejable es que nuestra reacción a las agresiones del
exterior consista en encerrarse tras la puerta de la casa, lo cual constituye
una agresión contra uno mismo. O, como comienza haciendo el protagonista de El
archivo de los sentimientos, optar por la seguridad de los papeles inanes que
uno tiene que resolver en la oficina llena de probos burócratas. Este hombre
representa la abulia generalizada en la que nos refugiamos, como si se tratara
de líquido amniótico, para sobrevivir. Esa vida gris, ya lo sabemos, responde a
las inquietudes que se han venido representando en las obras que nos hablan
desde el existencialismo urbano. Una de las características principales de este
tipo de obras es que no hay síntomas de felicidad. Nuestro protagonista es un
solitario que se explica muy bien a sí mismo: «me muevo, pero parece que no
avanzo». En su juventud tuvo un amor en París, algo que va apareciendo en su
memoria, ocupando más espacio a medida que avanzamos en la lectura, hasta que
nos damos cuenta de que revive para torturarse un poco, porque sabe que el
tiempo pasado no se recupera. Y lo afronta como lo hacen los clásicos del
existencialismo: «—Primero, me sorprendió. Luego, me sorprendió lo poco que
aquello me importaba.»
Pero
la crisis de la mediana edad es parte de la realidad, del exterior, y se
impone: «Sólo tenía cuarenta y cinco años, pero en el fondo me había resignado
a la idea de que mi vida no me depararía nada nuevo». ¿Recuperar un viejo amor
dormido es algo nuevo o es algo viejo? No importa. De lo que se trata es de darse
cuenta de que aún tiene oportunidades para reengancharse a la vida, aunque no
deje de contener un fondo de tristeza: «Hoy, junto al río, me vi pensando que
en los momentos más felices de mi vida siempre estuve solo.»
Peter
Stamm (Weinfelden, 1963) construye un personaje sereno, pero que ha arrojado la
pasión de su vida. El objetivo es comentarnos, con sosiego, que la vida sin
pasión es menos vida. Y lo hace con mucho oficio, con conocimientos de la
condición humana y creando un ambiente de clase media en el que casi cualquiera
de nosotros podría verse identificado. Una lectura muy recomendable.