miércoles, 6 de noviembre de 2024

ALIENTO, OJOS, MEMORIA

 

Aliento, ojos, memoria

Edwidge Danticat

Traducción de Damiá Alou

Consonni

Bilbao, 2024

237 páginas

 



Uno emigra creyendo que la solución está ahí, lejos, en el destino, que el lugar el al que se dirige tiene mucho en común con el cielo. Pero cuando sale de casa deja atrás la pelota de trapo y la cajita de cartón con soldados de plástico que le acompañaron en la infancia. En realidad, uno deja atrás la infancia. Para salir de la pobreza, mucha gente se ve obligada a saltarse todas las etapas que supone ir madurando, saltarse la pubertad y los besos adolescentes entre los coches, para afrontar la vida del adulto sin otra nostalgia que no sea la de echar de menos caminar descalzo sobre la arena de la playa o los guijarros del patio de la escuela. El lamento es no haber tenido derecho a surcar los años de juventud dejando una estela blanca, con lo que los recuerdos no nos ocasionan tristeza sino desgarro. Nada queda de hermoso, ni siquiera la esperanza de que la mejora económica de la vida suponga una vida más feliz.

Eso le sucede a la protagonista de Aliento, ojos, memoria, que parte de Haití siendo muy jovencita y vigilada por su madre. La obsesión de la madre, su vigilancia, se centra sobre todo en la virginidad. Para poder salir de la atmósfera tóxica, apenas cumplida la mayoría de edad se enamora de un hombre mucho mayor que ella, con el deseo de que todo salga bien. La novela de Edwidge Danticat (Puerto Príncipe, 1969) fue publicada originalmente en 1994, y Consonni la rescata en un momento en que el debate sobre migración está candente. Hay una propuesta de carácter político en la obra, la de decirnos que no hablamos de un fenómeno, que hablamos de migrantes. Y que las vicisitudes suponen violencia real, violencia en la carne y en los sentimientos. Danticat nos lleva por la vida de esta mujer, Sophie Caco, presentándonos al personaje en varios momentos de su biografía, los más significativos. Pero en las elipsis también hay sucesos, también hay cambios, porque ha habido sufrimiento, el que arrastra consigo por las tradiciones y el que resulta de las dificultades de la integración. Danticat no intenta aprovecharse de la ventaja sentimental que la historia podría ofrecerle, y elige dirigirse a nosotros haciéndonos testigos, y eso que está dando voz a la protagonista, que es quien nos habla. La verdad es que la implicación demasiado emocional nos aturdiría, porque bastante duro es ir guardando cuentas de los acontecimientos. Eso nos lleva a admirar a la narradora, a la protagonista, y a ir conservando la esperanza de que sabrá conducir su propia vida. El anhelo de belleza que debe tener toda obra artística, en este caso se nos muestra al desnudo, es decir, con mucho anhelo. Ese es, posiblemente, el gran acierto de esta novela.

martes, 5 de noviembre de 2024

CARNICERO

 

Carnicero

Joyce Carol Oates

Traducción de Núria Molines Galarza

Alfaguara

Barcelona, 2024

417 páginas


 


Nadie va a dudar, a estas alturas, de la solvencia de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) como novelista. Siempre firme, siempre profesional, siempre manteniendo el pulso narrativo. Pero, además, sabe elegir causas y poner su profesionalidad a disposición de los lectores, que pueden entregarse a sus novelas eligiendo la carga de profundidad que quieren imprimirle a la lectura, desde la tensión propia de un thriller hasta la revelación de insólitos comportamientos humanos, tan aborrecibles como el que nos trae aquí, en este Carnicero, en esta obra magnética. Oates elige la biografía de un médico del doctor Silas Weir, que en el siglo XIX llega a dirigir un hospital psiquiátrico para mujeres y a empeñarse en unas investigaciones que relacionen la anatomía con la locura. Pero para llevar a cabo esas investigaciones, y sus consecuentes curas, Weir dispone de los medios más sanguinarios que uno se pueda imaginar. Hemos titulado esta reseña utilizando la palabra bisturí, pero Weir no dispone de herramientas tan nobles y se vale de cucharas o agujas de punto, para abrir vaginas o perforar oídos. Su intención es pasar a la historia como un grande, como uno de los médicos más relevantes que han paseado por el mundo, generando una especialidad que llama ginopsiquiatría, un nombre grotesco que nos indica que existen vínculos entre el útero y la histeria, por ejemplo.

Nos encontramos en una época y un lugar donde los pudores son muy diferentes a los contemporáneos, como lo son los conocimientos científicos y los desarrollos éticos. Aun así, destaca la inhumanidad del personaje central, del que Oastes no escatima detalles y que, además, le da voz, para permitirnos leer como si fuera un verdadero intento de avance cada una de sus crueles intervenciones, a veces no aptas para lectores con estómagos delicados. Este personaje es conflictivo, siniestro, egoísta, vanidoso, sádico, esclavista en contra de su educación, y padece una suerte de efecto rebote sobre el síndrome del impostor: pretende ser reconocido por sus méritos, por encima de todo, debido a unos profundos traumas y complejos que apenas quedan apuntados en las primeras páginas del libro. Además, padece una obsesión por la carne y la mente de las mujeres que le convierten en un sociópata y hasta en un asesino. Pero está convencido de que la mujer es una especie de animal doméstico a la par que salvaje, o al menos las mujeres que a él le rodean. Hasta que una de ellas, una irlandesa albina, sordomuda, le lleva a hacer temblar esos principios, en los que no existe nada parecido a una moral, que pretende imponer por encima de las dudas que la presencia humana pueda generar.

Nos resulta más sencillo comprender a un exorcista que a este personaje, convencido de que la demencia habita en los defectos físicos, y es, por tanto, operable. Oates elige al hijo del médico como editor de la historia, y es responsable tanto de la introducción como del epílogo. En realidad, este hijo tendrá una parte activa que le generará la necesidad de armar el libro. Podríamos hablar de recurso para el relato, que en su mayor parte lo configura la crónica del médico, pero dada la relación que el hijo tendrá con algún otro personaje, se nos antoja que los vínculos son mucho más estrechos. Son pocas las ocasiones en que se interrumpe la voz del médico para facilitarnos un poco la mirada exterior, hasta que al final será el relato de la mujer albina el que nos explique que no solo el lector es consciente de la crueldad y la locura. Debemos advertir que apenas hay respiro en la novela, que funciona como una pesadilla y que, al igual que tantas magnéticas pesadillas, seremos incapaces de abandonar una vez comenzada la lectura.


Fuente: Zenda

sábado, 2 de noviembre de 2024

LA CIUDAD

 

La ciudad

AA.VV.

Nórdica

Madrid, 2024

134 páginas

 



Cabe conocer los nombres y también conocer las virtudes. Los nombres son fáciles, las virtudes son tan poco consistentes como una duda. Si hablamos de botánica, podemos decir que no hay rosa sin espinas, no hay planta curativa que no contenga una cantidad suficiente de principio activo que pueda ser utilizada como veneno. En lo que atañe a las ciudades, el análisis es mucho más complicado: demasiada gente depende de ellas, como se depende de cualquier droga que es tóxica si subimos la dosis, y que produce ansiedad si dejamos de tomarla un solo día. Es fácil de entender un testimonio de amor a la naturaleza, pero más complejo, si es que existe, el de amor a la urbe. ¿Qué es lo que podemos decir sobre ella, sobre el lugar en el que habitamos la mayoría de nosotros? Podemos hablar de hábito, por ejemplo. Aunque lo que más caracteriza a una ciudad es que la gente no se conoce. Ni siquiera se saluda. En cierto sentido, se puede afirmar que existen los cuerpos, pero no las personas.

Este volumen recoge nueve escritos que se reúnen entorno a nueve ciudades, nueve testimonios de muy diversa índole, pero todos ellos centrados en espacios donde se reúne demasiada gente: Nueva York, Río de Janeiro, Praga, Ciudad de México, Jerusalén, Roma, Bombay, París y El Cairo. Son ciudades paradigmáticas, no urbes pequeñas, ni medianas. Son agrupaciones de millones de personas y millones de toneladas de hormigón y asfalto. Y eso, suponemos, imprime carácter. Pero el interés literario de la recopilación está en la versatilidad creativa que puede brotar desde la ciudad. Zadie Smith defiende lo contradictorio que puede resultar Nueva York, asegurando que sus habitantes no son escoria y entendiendo la agrupación humana como un principio social y organizador en la que «los vínculos se forman y disuelven con una fluidez tan vertiginosa como la fuerza que son capaces de mostrar durante su breve existencia». En la ciudad, reconoce, es posible convivir sin verse. Clarice Lispector escribe una carta a partir de un engaño o un desengaño amoroso, donde se cuestiona si debe alejarse de la ciudad; aquí entendemos que nuestras situaciones están vinculadas al lugar, tal vez en exceso. La Praga de Bohumil Hrabal es kafkiana, es decir, contiene un punto exacto de demencia como para no entenderla ni rechazarla. Su texto nos va mostrando gente que se sale de lo que consideramos normal: «Todo se deforma en la goma de la perspectiva», termina por decir. Valeria Luiselli recuerda un México que amenaza destruirse. El poema de Najwan Darwish sobre Jerusalén versa sobre la invención, lo no natural, que es la propia poesía y la propia ciudad, aunque a estas alturas demos por sentado que lo natural es que ambas existan. Igiaba Scego se centra en la vida de migrantes somalíes para tratar sobre lo que no acostumbramos a ver cuando visitamos Roma. Saadat Hasan Manto vuelve a unir pobreza y dignidad para mostrarnos la vida de una mujer en Bombay. El texto sobre París es de Philippe Jaccottet y nos remite a un instante de pureza. Radwa Ashur escribe sobre su propia biografía y la vincula a la historia de su ciudad, El Cairo, para explicarnos por qué necesita seguir escribiendo.

El conjunto es un hermoso libro sobre el espíritu de la ciudad, un libro que tiene algo de homenaje, algo de reconciliación y algo de denuncia. Y, como siempre en las ediciones ilustradas de Nórdica, editado con muchísimo esmero.