Te
vi marchar
Robert
Richardson
Traducción
de Teresa Lanero
Errata
Naturae
Madrid,
2024
150
páginas
La
pregunta que intentaremos responder, durante la lectura de Te vi marchar,
es si la compasión puede ser traducida a palabras, si el intelecto humano es lo
bastante bueno como para interpretarla. Robert Richardson (Milwaukee, 1934 –
2020) recurre a tres gigantes para hablarnos sobre cómo afrontar una pérdida:
Thoreau, Emerson y William James. Cómo respondieron a las pérdidas más grandes
de su vida, reza el subtítulo de la obra en inglés. No se trata sólo del duelo,
pues este es una elaboración psicoemocional propia, sino también de cómo reintegrarse
a la vida, conseguir que nuestra actuación sobre la piel del mundo sea sincera,
completa, y no una sencilla farsa. Porque cuando uno ha sufrido la pérdida más
grande que puede sucederle, cualquier acontecimiento le parecerá teatro frente
a la inmensidad de sus sentimientos. De lo que nos hablará Richardson a lo
largo de este libro breve será del aprendizaje emocional: «La muerte como un aparte
ineludible de la vida y la aceptación de que, a cierto nivel, no hay muerte».
Integrar la muerte, aprender a convivir con ella es una manera de anular su
parte negativa, el terror que produce, la impresión a tierra quemada, a paisaje
después de la batalla, que se le atribuye.
Se
nos advertirá que en el ensayo nos vamos a encontrar con las propuestas
habituales: viajar, leer, estar en la naturaleza, rodearse de amigos, recurrir
a la escritura (de un diario, de cartas), pero que lo que nos mostrará no será
a través del comentario, sino e la biografía, de los hechos, de un método
documental que «tiene como objetivo ofrecer una conexión personal, incluso
empática —más que imparcial, crítica o sentenciosa— entre el lector y el
personaje». Esta es la gran incorporación que encontramos en la obra, alejadísima
de los libros de autoayuda al uso. Aunque, eso sí, se recurre con frecuencia a
una de las palabras que actualmente se utilizan con demasiada frecuencia y en
demasiados casos, corriendo el riesgo de vaciarla así de su contenido: resiliencia.
Hablamos de una capacidad de adaptación, pero que no puede ser pasiva. De ahí
que Robertson se centre en los momentos más significativos de la vida de estos
tres hombres, los instantes en que sus decisiones los llevan al cambio.
«La
regeneración, no mediante Cristo sino mediante la naturaleza, es el gran tema
de la vida de Emerson y le llegó como respuesta a la muerte de su joven esposa
Ellen. Emerson se sirvió entonces del lenguaje de la redención, de la
regeneración y de la revelación, unos términos que ahora cambiaríamos por “resiliencia”»,
nos dice sobre el primero de ellos. En cuanto a Thoreau, se centra en cómo encuentra
un concepto de vida desindividualizada y llega a creer en ella: «El individuo
puede morir, pero sus elementos constitutivos no. Se subsumen en nuevas formas
vitales y siguen viviendo», de esta manera, en un sentido comunitario podríamos
decir que no existe la muerte y «esta convicción resulta, paradójicamente, una
fuerza poderosa para la resiliencia individual». Más compleja podría llegar a
ser la conclusión referida al caso de William James, para quien «en realidad,
no estás en el mundo, tú y el mundo sois lo mismo». Si en el caso
de Emerson la pérdida es la de su esposa, y en el de Thoreau la de su hermano,
en el de James será una especie de amor platónico, un ideal, lo mejor de lo
posible, y así enfrenta a la muerte como un acto de amor, de lucha entre la
realidad y el deseo, «resistencia autogestionada del yo frente al mundo»,
define.
A
la hora de la verdad, un libro como este Te vi marchar nos plantea una
gran duda, la de si somos lo bastante buenos como para ser mejores a partir de
una gran pérdida. Aunque sólo sea por este planteamiento merece la pena afrontar
esta lectura.
Fuente: Zenda
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