Árida
Antonio
Tocornal
Traspiés
Granada,
2024
175
páginas
Son
muy escasos los libros que te incitan, una vez acabados, a volverlos a empezar.
¿Qué demonios acabo de leer? Es una pregunta que sucede muy de vez en cuando, y
que puede reflejar que nos encontramos ante un bodrio o ante la densidad mágica
y algo cruel de Pedro Páramo. Juan Rulfo escribió una obra magnética que
nos deja un extraño poso, el de pensar que no existe otro libro semejante en
toda la historia de la literatura, otro libro que nos afecte de esa misma
manera. No será sencillo volver a encontrar Comala, con sus muertos habitando
el territorio, porque no encuentran la manera de aprender a morir y no hay
forma de salir de ese entorno. La deuda que tiene este Árida con la obra
maestra de Rulfo es evidente, tanto que su autor, Antonio Tocornal (San Fernando,
Cádiz, 1964) la confiesa en uno de los epígrafes de entrada, donde la
conversación entre dos personajes nos habla de la tristeza del lugar.
La
deuda no lastra a la obra, porque todos sabemos que no hay autor sin lecturas
previas, que no existe el autor que no esté enamorado de otros libros, que no
hubiera deseado escribir obras que llevan décadas, o siglos, circulando. Árida
es un territorio lejano y fronterizo, un lugar que crea sus propias leyes, que
nada tienen que ver con nuestra realidad, y cuyos vínculos con lo verosímil alcanzan
hasta el territorio donde nos encontramos con lo onírico. También con lo
salvaje, con la ley del más fuerte, con la desidia y con la sed, esa ausencia
de agua que termina por crear el territorio fantasma. Entramos al entorno a
través de voz del personaje que eligió quedarse allí, y que nos lo presenta
como el antónimo de lo romántico: no hay nada parecido a buenas sensaciones en
el abandono, en la vejez, que no nos sugiere ningún sentimiento decente. En
realidad, estamos frente a la maldición, a un destino demasiado potente, contra
el que nada tuvieron que hacer los personajes que intentaron poblarlo.
La
obra se monta sobre varias voces consecutivas, alternadas por la última
guardiana del lugar, en las que existe deseo de desplazamiento, bien hacia Árida
o bien para largarse. Lo que se impone es la descripción, la cartografía
emocional y casi etnológica, en la que descubrimos que hubo un amo y muchos condenados
en vida, mucha plebe. Los desplazamientos sobre los que se nos habla, que son
huidas, pueden remitirnos al último, al desplazamiento hacia el más allá, pues
estos seres no pueden estar vivos. O al menos cabe señalar que su única
liberación será la muerte. Hay un lenguaje común, el que crea la atmósfera de
Árida, que convive con ese intento de cada personaje por crear las frases de
una forma un poco diferente a sus contemporáneos. La novela está escrita con
sumo cuidado y contiene toques de advertencia, como los contiene, por ejemplo, La
carretera, de Cormac McCarthy. Es desoladora, y en esa desolación es donde se
encuentra su magnetismo, que merece la pena conocer, viajar a él como lector.
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