Historias
fantásticas de islas verdaderas
Ernesto
Franco
Traducción
de Natalia Zarco
Gatopardo
Barcelona,
2025
174
páginas
La
diferencia entre viajar y soñar es que para lo segundo no hace falta moverse, pero
sí haberse movido. De cualquiera de las dos maneras uno puede llegar a lugares
maravillosos, aquellos en los que uno se siente auténtico. ¿Un auténtico qué?
Podríamos preguntarnos. Un auténtico intruso, es la única respuesta que se nos
ocurre como factor común a todas estas experiencias. Por lo demás, uno es libre
de ejercitar cualquier emoción cuando tiene enfrente lo que le presentan los
viajes, que es algo que también sucede cuando uno sueña despierto. Es posible
que no seamos dueños de nuestro destino, como no lo somos del destino al que
llegamos, pero también es cierto que la suerte nos la hacemos, es decir, que
podemos elegir cualquier gris que caiga entre la gama que va de la alegría a la
tristeza, porque a veces uno se pone triste en los lugares en los que está
siendo feliz, pues le falta a su lado aquella persona con la que le hubiera
gustado compartir ese momento.
Y
luego está la posibilidad de viajar y soñar a través de los viajes y los sueños
de los otros. Con esa materia se han elaborado algunos de los mejores libros
que se han publicado en las últimas décadas, como por ejemplo los de Alastair
Bonnet —El mapa de las islas, Lugares sin mapa, Fuera del mapa—. A esa
corriente viene a unirse este delicioso Historias fantásticas de islas
verdaderas, de Ernesto Franco (1956-2024), de quien recordamos haber leído Vidas
sin fin en la desaparecida editorial Tropismos. Recorreremos una buena
parte del planeta, viajando de isla en isla, de las Galápagos a Creta, de Ítaca
a Tortuga, con una voz que nos resultará sincera y melancólica. Franco,
traductor al italiano de buena parte de los autores del Boom latinoamericano,
crea a un personaje, Pilota, que nos remite a Maqrol el Gaviero, por su
espíritu vagabundo, o al mismísimo Robert Louis Stevenson, por su facilidad
narrativa. Pilota es alguien que ya ha detenido sus pasos pero que se
entretiene rememorando, para una sola persona que quisiéramos ser nosotros, las
leyendas de las islas. Hay mucha belleza en sus narraciones, y mucho deseo de
belleza. Se trata tanto de reencontrarse con los anhelos propios como de
desvelar los que son más comunes. En realidad, Pilota sabe que uno no puede
volver al lugar donde se encontró con lo mejor de la vida, a no ser que lo
repita relatándolo.
Franco
reproduce un tipo de literatura que tiene mucho que ver con la oralidad, de
hecho, se trata de poner en negro sobre blanco la parte más importante de un
diálogo, transformando los textos en unos momentos que durante la lectura nos
resultarán tan enigmáticos como lenitivos. Leer este libro se asemeja mucho a
descansar después de una aventura. Ernesto franco, como hiciera Alastair Bonnet
en alguno de sus libros, ha elegido las islas, esos trozos de tierra firme que
en el buen imaginario colectivo garantizan apartarse del acoso de la vida
rutinaria, y así, echando a un lado la neurosis, nos facilitan el camino a la
felicidad. ¿No es la búsqueda de la felicidad de lo que se trata el oficio de
vivir? Ítaca, lo dijo Kavafis, es una idea que nos permite avanzar y disfrutar
de la ruta, porque llegar a ella no te garantiza librarte de las zarzas del
bosque. En esa ruta nos encontraremos obras como esta Historias fantásticas
de islas verdaderas, que durante unas horas nos indican que sí, que eso de
la felicidad sigue siendo una Ítaca que merece la pena buscar.
Fuente: Zenda
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