viernes, 13 de junio de 2025

ADIÓS A UN RÍO

 

Adiós a un río

John Graves

Traducción de Rubén Martín Giráldez

Capitán Swing

Madrid, 2025

296 páginas



 

No es tan complicado darse cuenta de que nuestras vidas son los ríos, al menos para la gente que no nació y vivió su infancia en la costa. Pero esta afirmación no se trata de una metáfora: los de la costa tuvieron como madre a la mar, mientras que el agua que riega de vida las montañas, la meseta, el secano, las praderas, son grietas en los mapas indicando por dónde surcan los ríos. Aunque es fácil que lo olvidemos con demasiada frecuencia, porque nos entregamos a formar parte de cualquier corro de cotorras de asfalto gruñendo o chillando un gol de nuestro equipo, asistiendo a un desfile de modelos o formando parte de la marea humana que acude a los centros comerciales. Hay obras que de vez en cuando nos remiten a los ríos, como Las aventuras de Huckeberry Finn, recordándonos cuánta felicidad acude a sus orillas, junto con tantísimos recuerdos. John Graves (Fort Worth, 1920 – Glen Rose, 2013) decidió que no necesitaba de la ficción para recuperar el sabor de la infancia y adolescencia, junto al río, cuando supo que el de su vida iba a transformarse por culpa de las represas. Así pues, se embarcó en un viaje que registrara lo que fueron aquellos lugares para que, al menos, sobreviviera entre las páginas de esta maravillosa obra de amor que es Adiós a un río.

No es posible evitar cierta referencia de formato al libro de John Steinbeck Viajes con Charlie: un desplazamiento en solitario en un medio de transporte, en este caso una canoa, acompañado únicamente por un perrito. Pero ahí se terminan las similitudes. Lo que en Steinbeck era social, aquí es convivencia con la naturaleza. Debemos aclarar que es un modo de convivencia que hoy se completaría en otros términos, pues Graves va cazando y cocinando ardillas para salir adelante, algo que en los años 50 del pasado siglo no significaba lo que puede significar ahora para nuestras sensibilidades. Hay, por otra parte, un cierto impulso reaccionario, pero sano: no todas las innovaciones son mejoras, porque antes había una forma de vida más natural, como lo demuestran las oportunidades de convivencia con la naturaleza que ya se han perdido: «Es más, que mientras todos los ríos deben seguir fluyendo hacia el mar, aquellos que nos representan ralentizarán al menos el proceso transformándose de ríos en cadenas de abalorios de tranquilos embalses tras diques de hormigón».

«Ahora la gente está menos “casada”, en el sentido que le daba Yeats, con las peñas, hondonadas y praderas que los rodean y piensan menos en ellas, de modo que los viejos nombres se pierden», sigue comentando, mientras recorre su tramo de río. Y el posesivo tiene bastante sentido, porque ese tramo de río es el mismo que le acompañó durante años, porque la memoria sí que nos pertenece, configura nuestra patria, nuestro amor. Y parte de esa memoria la va compartiendo, a la par que describe la naturaleza que visita, como muestra de la entrega que tiene hacia este viaje. Al mismo tiempo, resurge una suerte de memoria colectiva en la que expresa la admiración y la comprensión hacia los antiguos pobladores de la región, comprensión y admiración que se liquidan en cuanto aparecen quienes exterminaron a los indios. No dejamos de ver ciertos apuntes de decadencia de la América oculta cuando sale de la canoa para ir a buscar un teléfono en algún registro de civilización casi perdido. Con todos estos elementos, Graves construye su microcosmos, ese tan personal que sirve para llenar hasta la soledad, que es la emoción que uno no deja de sentir cuando está ejecutando una liturgia que implica una despedida. Que esta liturgia sea un viaje es la mejor enseñanza que podemos extraer de Adiós a un río.

No hay comentarios:

Publicar un comentario