viernes, 21 de junio de 2024

LOS EXPERTOS ESTÁN PERPLEJOS

 

Los expertos están perplejos

Laura Riding

Traducción de Paula Zumalacárregui Martínez

Greylock

Navarra, 2024

153 páginas

 



Escribir una narración sin héroes ni traidores, sin fracasados ni suicidas, nos lleva a la calle por la que uno camina esquivando la basura que se arroja al pavimento, al lugar donde la gente es feliz si lleva una bolsa con algo recién comprado, que ha sido el acto que le salvó del bostezo de tedio. Es muy poca la ideología que hoy reclama una revolución, aunque sí campa a sus anchas la rabia. Esto es algo que sabemos o intuimos todos, lo extraño es pensar que alguien sintiera algo parecido en la etapa entre guerras. Este es el caso de Laura Riding (Nueva York, 1901 – 1991), o al menos esa es la impresión que uno tiene tras leer Los expertos están perplejos. Publicada por primera vez en 1930, cuando la autora era muy joven y se dedicaba sobre todo a la poesía, nos lleva en tromba hacia el desconcierto. Las piezas que componen este libro son muy neuróticas, aunque se trate de una neurosis intencionada. El juego que nos propone la autora es el de llevar las paradojas al extremo, las pequeñas paradojas, las de la vida cotidiana, a base de contradicciones en el lenguaje. Leemos estas piezas asistiendo a un balanceo constante. Y los balanceos, ya es sabido, suponen un movimiento constante, pero no llevan a ningún sitio. De lo que se trata es de agitar, de incomodar.

Pero ¿qué necesidad existe hoy, y existió entonces, de expresarse así? Riding nos lleva al absurdo de la condición humana, ese fenómeno que no se superará jamás y que conviene recordar constantemente: podemos progresar en ciencia, en filosofía y en arte, pero nos mantenemos absurdos. Las apelaciones al lector desconcertado son constantes, y si el lector no acude al texto desconcertado, saldrá así de él. Estamos hechos de la contradicción del orden y el caos; estamos hechos de los antónimos de la palabra certeza, pero nos resistimos a vivir con los pies en el aire. Riding escribe con trucos de trilero, nos demuestra esa forma de creatividad que puede ser popular y no carece de inteligencia, y resuelve la reivindicación de la libertad creativa con una escritura que roza el automatismo, pero posee ritmos. En buena medida, lo que pretende es recordarnos que hablamos mucho, pero apenas decimos nada.

Aunque lo mejor, para saber a qué va a enfrentarse el lector, tal vez sea una cita extensa. Con este párrafo comienza la pieza titulada Un mensaje para lo Estados Unidos de América:

«Esto es un mensaje. Muchas personas en la historia del mundo han deseado mensajes y, en respuesta, muchas personas han tratado de darles mensajes. Muchas personas han tenido claro que no querían mensajes tras observar que los que se transmitían en respuesta a los deseos de mensajes de las personas resultaban ser tontos, incomprensibles o al menos no tenían nada que ver con los asuntos sobre los que se pedían mensajes. Y las personas que tenían claro que no querían mensajes, es decir, poesía, obtuvieron lo que querían, es decir, filosofía, es decir, sus propias opiniones, es decir, nada definido, es decir, nada que interfiriera con su libertad de acción. Así pues, la filosofía sucede allí donde la gente aún tiene margen de desarrollo y sus características no están determinadas del todo, del mismo modo que la poesía sucede allí donde la gente ha llegado tan lejos como podía y necesita que se le diga que se ha detenido y la religión sucede allí donde la gente aún no ha terminado consigo misma y aún no está preparada para recibir un mensaje, pero le gustaría recibir un mensaje porque está cansada: la religión es el cansancio de la gente».

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