Una
trinchera en Marte
Karlos
Zurutuza
Libros
del K.O.
Madrid,
2024
280
páginas
La
pregunta que da título a este artículo se la formula el propio Karlos Zurutuza
(Donostia, 1971) en este libro, dos renglones después de haber formulado, en
otra pregunta, una posible respuesta: «¿Existe algún resquicio para la
esperanza cuando el resto del mundo ni siquiera sabe que existes?». Una trinchera
en marte nos habla de Baluchistán, un territorio desesperado, un país sin
nación que ocupa parte de los mapas de Pakistán, Afganistán e Irán. En este sentido,
el paralelismo con Kurdistán salta rápidamente a primer término, y nos lleva a
recordar que Zurutuza nos habló sobre ello en Respirando fuego, el libro
que escribió junto a David Meseguer (Benicarló, 1983) sobre el conflicto kurdo.
Zurutuza
se desplaza hasta el territorio sobre el que quiere conocer cuando se posible,
y trata de ser un cronista al que apenas se le vea, ni durante los viajes ni
durante las crónicas. Sabemos que existe este individuo que nos da fe de lo vivido,
pero apenas tiene relevancia, porque lo que importa son los otros. Y, de nuevo,
nos explicará la necesidad del periodismo, que no cesa de hablar de asesinatos,
desapariciones, rebeliones, guerras, desastres, engaños, accidentes, persecuciones,
terrorismo o migración, pero que está deseando que las cosas cambien, y este es
su horizonte: «Me encanta contar esas historias que hablan de ilusión, de
construcción o reconstrucción, y no del habitual mar de cascotes». Para poder
despejar los cascotes, primero tendremos que saber que existe un lugar donde no
cesan de acumularse, en buena medida gracias a la ignorancia mundial. Y
Zurutuza sabe que para que a los demás nos importe, debe convertir las
noticias, que con demasiada frecuencia germinan de la violencia, en personas.
Hay mucha represión reflejada en las tres partes en que se divide la obra —Pakistán
y las imposiciones del ejército, la teocracia iraní como bota que pisa la
cabeza y la pobreza que colma Afganistán—, una colonización de un territorio
que posee su cultura, su idiosincrasia, su idioma, su personalidad, una
inevitable confrontación, que, nos mostrará Zurutuza, es lo contrario a la
convivencia. Los habitantes de Baluchistán tratan de seguir siendo ellos mismos
gracias organizaciones más o menos tribales, frente a los poderes de los
grandes Estados.
En
esta confrontación de ejércitos grandes, los que participan en las guerras,
frente a ejércitos muy pequeños, a los que llamamos guerrillas, Zurutuza no toma
otro partido que no sea el de las causas que no queremos perdidas, es decir, desear
que las personas se libren de sus pesadillas individuales. Flotan pesadillas
colectivas a lo largo de esta obra, que contiene mucha información, que es
relato, pero que también intenta meter a todo un país en menos de trescientas páginas,
dejándonos un texto que deberíamos leer más de una vez. Volvemos a encontrarnos
en la espalda del mundo, y allí el ritmo al que nos muestra cómo suceden los
acontecimientos, que el autor ha ido recogiendo a lo largo de muchos años y
muchas visitas, es un galope de horror. Nos habla de lo que con demasiada
ligereza llamaríamos minorías, porque da la sensación de que al aplicarles ese
sustantivo estamos reduciendo su categoría, y cada individuo importa, su suerte
debería afectarnos. Se llama a eso empatía, o se llama compasión: la capacidad
de padecer con el otro, de sentir las alegrías o las tristezas del otro con la
misma intensidad que sentimos las propias. Esta es una de las funciones del
viaje, del reportero, del periodismo. Tal vez la más importante, tal vez la que
recoja las razones que llevan a años de estudio, de dedicación, de trabajo. Sin
gente como Karlos Zurutuza, ¿qué nos quedaría a los que no nos atrevemos a visitar
estos territorios para poder entender?
Fuente: Zenda
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