Los
expertos están perplejos
Laura
Riding
Traducción
de Paula Zumalacárregui Martínez
Greylock
Navarra,
2024
153
páginas
Escribir
una narración sin héroes ni traidores, sin fracasados ni suicidas, nos lleva a
la calle por la que uno camina esquivando la basura que se arroja al pavimento,
al lugar donde la gente es feliz si lleva una bolsa con algo recién comprado,
que ha sido el acto que le salvó del bostezo de tedio. Es muy poca la ideología
que hoy reclama una revolución, aunque sí campa a sus anchas la rabia. Esto es
algo que sabemos o intuimos todos, lo extraño es pensar que alguien sintiera
algo parecido en la etapa entre guerras. Este es el caso de Laura Riding (Nueva
York, 1901 – 1991), o al menos esa es la impresión que uno tiene tras leer Los
expertos están perplejos. Publicada por primera vez en 1930, cuando la
autora era muy joven y se dedicaba sobre todo a la poesía, nos lleva en tromba
hacia el desconcierto. Las piezas que componen este libro son muy neuróticas, aunque
se trate de una neurosis intencionada. El juego que nos propone la autora es el
de llevar las paradojas al extremo, las pequeñas paradojas, las de la vida cotidiana,
a base de contradicciones en el lenguaje. Leemos estas piezas asistiendo a un
balanceo constante. Y los balanceos, ya es sabido, suponen un movimiento
constante, pero no llevan a ningún sitio. De lo que se trata es de agitar, de
incomodar.
Pero
¿qué necesidad existe hoy, y existió entonces, de expresarse así? Riding nos lleva
al absurdo de la condición humana, ese fenómeno que no se superará jamás y que
conviene recordar constantemente: podemos progresar en ciencia, en filosofía y
en arte, pero nos mantenemos absurdos. Las apelaciones al lector desconcertado
son constantes, y si el lector no acude al texto desconcertado, saldrá así de
él. Estamos hechos de la contradicción del orden y el caos; estamos hechos de
los antónimos de la palabra certeza, pero nos resistimos a vivir con los pies en
el aire. Riding escribe con trucos de trilero, nos demuestra esa forma de creatividad
que puede ser popular y no carece de inteligencia, y resuelve la reivindicación
de la libertad creativa con una escritura que roza el automatismo, pero posee
ritmos. En buena medida, lo que pretende es recordarnos que hablamos mucho,
pero apenas decimos nada.
Aunque
lo mejor, para saber a qué va a enfrentarse el lector, tal vez sea una cita
extensa. Con este párrafo comienza la pieza titulada Un mensaje para lo
Estados Unidos de América:
«Esto
es un mensaje. Muchas personas en la historia del mundo han deseado mensajes y,
en respuesta, muchas personas han tratado de darles mensajes. Muchas personas
han tenido claro que no querían mensajes tras observar que los que se
transmitían en respuesta a los deseos de mensajes de las personas resultaban
ser tontos, incomprensibles o al menos no tenían nada que ver con los asuntos
sobre los que se pedían mensajes. Y las personas que tenían claro que no
querían mensajes, es decir, poesía, obtuvieron lo que querían, es decir,
filosofía, es decir, sus propias opiniones, es decir, nada definido, es decir,
nada que interfiriera con su libertad de acción. Así pues, la filosofía sucede
allí donde la gente aún tiene margen de desarrollo y sus características no
están determinadas del todo, del mismo modo que la poesía sucede allí donde la
gente ha llegado tan lejos como podía y necesita que se le diga que se ha
detenido y la religión sucede allí donde la gente aún no ha terminado consigo
misma y aún no está preparada para recibir un mensaje, pero le gustaría recibir
un mensaje porque está cansada: la religión es el cansancio de la gente».
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