Triste,
solitario y final
Osvaldo
Soriano
Altamarea
Madrid,
2024
171
páginas
Una
aventura es un suceso extraño. Extraño por lo poco frecuente, y extraño por lo
complejo que resulta salir de allí, terminar el suceso, liquidarlo para volver
a lo normal. Extraño es que dos de tus mitos se encuentren. Por ejemplo, uno de
los reyes de la comedia cinematográfica y uno de los reyes de la novela negra: Stan
Laurel y Philip Marlowe. Osvaldo Soriano (Mar de Plata, 1943 – Buenos Aires, 1977)
recurre a esta estrategia, la de reunir dos ideas casi imposibles de combinar,
como principio creativo de Triste, solitario y final, la que fue su primera
novela. Pero la dupla no responde del todo a sus pretensiones, por lo que
elimina a uno como objeto activo, pasando a ser objetivo de la investigación, y
se coloca a sí mismo como compañero del investigador, que no puede ser otro que
Marlowe, quince años más tarde de que nuestros dos admirados héroes se
conocieran. Hay que averiguar qué ha sido de Stan Laurel, de la persona que representa
el mito del humor. No se trata tanto de un recurso metaliterario, que como tal
funciona a modo de ironía al romper la cuarta pared, como de representarse a
uno mismo en una situación soñada. Triste, solitario y final responde,
en buena medida, a la forma de soñar de los adolescentes: Me gustaría verme
involucrado en una aventura de acción, luchando por mi ideal a puñetazos, si es
necesario, y teniendo siempre en boca una respuesta con el punto de cinismo
exacto para dejar a los demás sin palabras; y, además, ir acompañado por el
aventurero mítico en ese ambiente, por Tarzán, Flash Gordon o Philip Marlowe.
Junto
a tu ídolo descubres que no siempre la aventura, la acción, será agradable, porque
de serlo no habría nada por lo que actuar, pero que lo mejor será ir
descubriendo que puedes igualarte a tu ideal. La estructura que Soriano idea es
muy sencilla, y nos remite a un encadenamiento de sucesos. A ritmo de galope no
se le permite al lector ningún descanso, ni siquiera entreteniéndose cuando otras
estrellas de Hollywood aparecen por allí, y demuestran no ser nada
encantadoras. No importa, Soriano nos demuestra que son asequibles mediante los
sueños y nos advierte de lo que puede suceder, el desencanto, si saltaran de la
pantalla del cine de verano a la realidad, si dejaran de ser publicidad y
gloria. De lo que se trata es de demostrar que el aburrimiento se combate con
la imaginación o que, de hecho, el aburrimiento es el mejor sustrato sobre el
que hacer crecer la imaginación, es motivación, es chispa. Y lo que se prende
es acción, es movimiento, aunque se limite a estar dentro de la cabeza, que es
el lugar idóneo para permitirse rozar lo absurdo, saltarse las reglas de la
verosimilitud, soñar lo prohibido, pensar contra corriente.
Aventura
se llama a los avatares amorosos fuera del matrimonio, a los viajes improvisados,
a la conquista de los polos, de los tres polos, el norte, el sur y el Everest.
Aventura se llama a adentrarse en territorios no aptos para la vida humana o a convertirse
en un justiciero nocturno disfrazado de murciélago. Pero la aventura, la que
nos iguala, esa a la que todos tenemos derecho y que a todos nos es dado
protagonizar, ese suceso extraño que nos saca de la rutina, tiene lugar dentro
de la cabeza, con los engranajes de la imaginación. Ahí podemos no ser dueños
de nuestro destino el tiempo que nos dé la gana, y terminar por dominarlo, por
volver a tomar las riendas de nuestra vida. Esta aventura es descanso a la vez que
acción. De esto trata esta novela de Osvaldo Soriano, de esta necesidad
adolescente que permanece para siempre diluida en la materia de la que estamos
hechos.
Fuente: Zenda
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