En busca del Capitán Zero
Allan
C. Weizbecker
Traducción
de Juan Romero Morales
Varasek
Madrid,
2018
381
páginas
El
recurso no es nuevo: viajar a ras de suelo buscando a alguien. Estaba en El corazón en las tinieblas, pero en
este caso, a la obra que nos remite es a Nocturno
hindú, de Antonio Tabucchi, si es que Allan C. Weizbecker conoce la novela
del italiano. Allí un narrador se interna por todos los rincones de la India
con intención de localizar a su mejor amigo, desaparecido hace tiempo. Lo que
en ese caso era fábula, aquí es biográfico: Weizbecker recorre en canal todo
México y toda América Central buscando a un amigo cuyo vínculo brotó en la
pasión por el surf. De ahí que su autocaravana se detenga en playas y playas,
siempre junto al mar, esa agua salada que tanto cura, para buscar olas en las
que, de alguna manera, comulga con la amistad que les unía y con la naturaleza
que adora. El viaje y la actividad tienen algo de huida, que en este caso es
tanto como decir algo de sensatez. Paradójicamente, tiene una meta. Deja atrás
un mundo falso, a una edad en la que se considera que uno padece la última
crisis de identidad, cuando todavía no ha cumplido los cincuenta años. En
Estados Unidos ha sido un buscavidas, cuya mayor fuente de ingresos fue
escribir guiones para una serie titulada Miami
Vice. Su viaje y su comunión con el mar contiene algo de elegía, una última
tentativa de dejarse llevar por la seducción, por el canto de sirenas, que es
la brújula por la que nos deberíamos orientar todos de vez en cuando, antes de
que sea demasiado tarde. El viaje se traza, de manera también metafórica, hacia
el sur. Es toda una emigración.
Y
como tal transforma. Refleja algo más que una pasión deportiva. Para Weizbecker
el surf y la forma de vida alrededor del surf es, precisamente, vida. Hay mucho
de meditación en las descripciones que ofrece de las olas y el mar, algo a lo
que no es ajeno otras actividades como la pesca o incluso la temporada en que
vivió del contrabando. La convivencia que establece con los paisajes, no solo
los marinos, es una descripción de cómo reflejar en el interior de uno mismo el
desorden natural. Y al hacerlo propio se convierte en parte de lo que somos. Y
eso es muy gratificante, es algo así como darle un significado cósmico al surf,
como utilizarlo de metáfora, de meditación. Y para ello no valen tanto las competiciones
deportivas como ser un Outsider, un
fuera de la ley, uno de esos personajes que solo aparecen en los relatos de
frontera.
Mientras
pregunta a todo el mundo, en las playas, por su amigo, valiéndose de una foto,
y recorre unos países maravillosos, en los que está presente cierto riesgo, en
compañía, como no, de un perro, observa mucho y reflexiona mucho. Pero no se
trata de llegar a una conclusión, sino del proceso inherente a la sensación de
agarrar la vida por las riendas y domarla tanto como nos es posible. Durante la
lectura uno no deja de hacer sus previsiones sobre qué ocurrirá cuando se tope
con el amigo, pues no cabe duda de que su tesón se verá recompensado. Tal vez,
como en la obra de Conrad, el mal se haya adueñado de él, o tal vez sea mirarse
a un espejo. Incluso por momentos uno duda de que no sea una proyección, es
decir, que no se esté buscando a sí mismo. Pero Wiezbecker es mucho más
prudente que todo ello y volverá, con cada duda, con cada tropiezo, a su
refugio del surf. Ha perdido su guía de viajes y apenas se orienta por el
trazado de la costa y algunas indicaciones de carretera. El viaje es mucho más
puro y eso le permite sentir el mar, y también los bosques o los montes,
incluso la selva. Sentir la diferencia entre el día y la noche, entre los
hombres buenos y los esquivos. Y de vez en cuando le trabaja la memoria:
“Liberar
el pasado tiene un efecto de doble filo, igual que mirar un viejo álbum de
fotos. Muchas sonrisas de reencuentro, pero también tristeza. Añoranza de cómo
eran las cosas. Arrepentimiento de cómo eran las cosas”.
Este
libro, junto con Años salvajes, se
convierte en una de las Biblias de los que practican surf. Al contrario que el
volumen de William Finnegans, es mucho más reflexivo, la aventura está
contenida en el viaje y en el surf están las sensaciones que llevan a la
meditación. No abarca toda una biografía, pero sí la conclusión de ella, que se
traza sobre lo vivido y no sobre los acontecimientos. Y sí, está la amistad,
ese sentimiento que nos hace más nobles y que, en el caso de gente como Wiezbecker
se expresa de forma rotuna. No puede ser menos, pues pertenece a la estirpe que
define un marinero pirata con el que se tropezó hace años: “El que ha nacido
para ser colgado no necesita temer al agua”.
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