Si
una mañana de verano, un viajero
José
Carlos Llop
Alfaguara
Barcelona,
2024
113
páginas
«Y
lo que ocurría era plácido y bueno». La sentencia aparece como una acotación y,
sin embargo, resume el espíritu de Si una mañana de verano, un viajero. José
Carlos Llop (Palma, 1956) nos remite a cultivar lo que nos complace, lo que nos
hace mejores, olvidándonos de lo mundano, como que cada día es más difícil
aparcar porque el mundo está demasiado lleno. El mundo es también un viaje
interior, ese que él ejecuta cada mañana de verano acompañado de su perro, la
música del romanticismo, Patrick Leigh Fermor, los parajes mallorquines y el
mismísimo Ítalo Calvino al que homenajea en el título de esta obra. Enseguida
reconocemos el tipo de poesía que Llop adora, la que nos acerca al territorio la
belleza, la que nos han dedicado los hombres y las mujeres que tienen un gusto
adorable y que jamás caerán en la pedantería. «Escribir es una forma de impedir
la disolución de nuestra experiencia. Evitar que se diluyan todos los
sentimientos y al hacerlo hallar en el arte no tanto su mausoleo como su
recuerdo vivo», señala, aclarándonos de dónde surge la necesidad de esta obra,
que a él le congracia con la confesión consecuente a la pregunta ¿por qué
escribir?, y a nosotros con la idea de la bondad que supone leer.
Llop
destaca por poseer una cultura amplia, que bebe de lo que nos agradaría que fuera
popular porque sin duda posee armonía. Hay que congraciarse con el paisaje y
con lo que recibimos por los sentidos. Y él ha encontrado en los veranos y en
Mallorca la esencia de esta armonía. En realidad, ama el Mediterráneo como se
pueden amar las cosas sencillas. De hecho, destaca la sencillez en su prosa y
en sus intenciones: de lo que se trata es de compartir lo que le hace sentirse
bien, y esta es una de las funciones, tal vez de los fundamentos, de la
literatura: compartir supone aportar, ayudar, facilitarnos el paso por el valle
de lágrimas, aprender a ver el vaso medio lleno e incluso a terminar de
llenarlo con nuestra manera de entender el mundo. Lo que nos enseña Llop es a
elegir de qué rodear la soledad que esencialmente somos. Y para ello nos
muestra el contenido de su felicidad.
¿Qué
es lo que más necesitamos? ¿Qué es lo que de verdad andamos buscando? Lo
diremos utilizando el concepto al que Llop apunta pero que no llega a escribir:
al final, todos anhelamos el descanso. Es cierto que cada uno de nosotros está hecho
de distintas materias, pero hay un par de ellas que son comunes: el tiempo, que
Borges tachaba de deleznable, y la aspiración a la calma. Llop indaga en todo
ello a lo largo de estas páginas en que se entrega a la memoria, o a las
memorias, porque uno va deduciendo que no es una única memoria la que nos construye.
Hay una memoria sensorial, una memoria cultural y luego están los recuerdos,
que eso sí son totalmente propios. Y además están las elecciones, lo que uno ha
ido escogiendo para ser quien es, hasta el punto de que «los momentos en los
que dejamos de ser otros, en los que dejamos que pase la posibilidad de serlo,
son tan importantes como nuestras acciones».
Llop
cierra un ciclo de treinta y tres veranos de su vida en una casa junto al mar,
con memoria sin nostalgia, con poesía, son el saber estar que siempre ha
caracterizado su obra. Cuando uno pone sinceramente su corazón al desnudo, y
posee talento para la expresión, a los demás sólo nos cabe sentarnos a admirar.
Fuente: Zenda
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