La
playa
Marina
Perezagua
Pre-textos
Valencia,
2024
330
páginas
Nace
un bebé, y es prematuro, demasiado prematuro, y entonces el mundo debería venirse
abajo, pero no lo hace, porque lo que sostiene esta eternidad que llamamos
existencia es el amor. Sólo una cosa merece la pena, y ésta es querer y ser
querido. «No es que no quiera a mi madre. Es que me resulta imposible quererla»,
dice la narradora de esta obra, La playa, con la que Marina Perezagua (Sevilla,
1979) vuelve a demostrar que es una de las mejores escritoras de nuestra
literatura actual. Serán los fundamentos del amor, que no son expresables, los
que mantengan entera a nuestra narradora ante las situaciones críticas que se
van a suceder mientras se intenta sacar adelante a un bebé delicadísimo. Y,
mientras tanto, como en una gran terapia, es capaz de situar la relación con su
propia madre, que también es de amor, aunque este se manifieste a través de la
ausencia, aunque este debería expresarse con rabia, cosa que no se hace porque
lo que importa es la criatura que viene a mejorar la vida.
La
narradora, que en algún momento nos confiesa tener el mismo nombre que la
autora, va dejando caer que padece ataques de pánico o un trastorno obsesivo
compulsivo, así como su debilidad por el agua. Destaca la soledad en la que se
encuentra. Es cierto que en algún momento se habla de amistades que la ofrecen
apoyo, pero pasará meses sola en el hospital, mientras su hija va creciendo con
el apoyo de unos profesionales capaces de hacer las operaciones más increíbles
para sacar a la niña adelante, a esa niña para la que ella está escribiendo
este dietario. La soledad de la madre resulta ensordecedora. La manifestación
central de la misma pasa por la desidia de la propia madre, la abuela del bebé,
que parece irse explicando, aunque sólo sea un poco, en un marido agresivo, del
que apenas quedan dos frases, y un episodio muy trágico, con muerte inocente
incluida, del que ella es responsable. Pero esta soledad nos servirá para
darnos cuenta de la importancia del amor maternal, que será el motor de la
obra, porque nada cubre tanta extensión como ella, como la maternidad, que aquí
es bendición y es herida.
El
miedo, el odio apaciguado, la lucha por mantenerse a flote, lo vulnerable y, en
definitiva, el dolor, son las impresiones que van conmoviendo al lector
constantemente, sin que exista ningún atisbo de autocompasión ni de pornografía
emocional. Perezagua sabe que lo que nos afecta es lo sincero. Debemos aquí
mencionar, aunque uno se resista a que ello forme parte de la valoración literaria,
la sospecha de que esta obra tiene un sustrato en una experiencia personal.
Pero eso no importa. La obra trata sobre la reconciliación: «Lo pienso y tal
vez algún día deje de pensar así, pero en este momento aún lo creo: mi cuerpo
es un fracaso», sostiene al inicio del libro; «si no lo consigues creo que me
volveré mala, una mala persona», afirma más adelante; «a mi madre le gusta la
calle. Salir. Y nosotras estamos encerradas», comenta. Y así mientras no cesa
de mirar hacia su hija, que ya es más valiosa que el resto del universo, porque
lo sustancial es descubrir la capacidad inmensa de querer.
Da
la sensación de que La playa es una obra escrita con las tripas, es una
obra emocional. Sin embargo, los efectos están perfectamente medidos. A lo que
ayuda la literatura es a sanar, a poner las emociones en su sitio, a salir de
uno mismo y verse en la distancia adecuada como para que lo que uno sufra no
sea lo fundamental, sino que lo sea lo que uno comparta: «Empiezo a refugiarme
en la duda. A veces, la duda suele menos que la esperanza. Pero te miro y todo
se vuelve certeza. Tu peso en gramos es una certeza. Tu baja temperatura es una
certeza». Estamos, sin duda, frente a uno de los mejores libros que leeremos este
año.
Fuente: Zenda
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