Una escritora en el
tiempo
Jane Lazarre
Traducción de Blanca Gago
Las afueras
Barcelona, 2022
95 páginas
Que uno es también su
relato, que el relato se imbrica en la ficción que nace de nuestras ilusiones y
que todo ello puede aterrizar en literatura o en el diván vienés, ha dado pie a
miles de reflexiones cuyo objetivo sólo puede ser encontrar serenidad. Y para
ello, nos indica Jane Lazarre, hay que basarse en algún principio de
relatividad, siempre y cuando esta no justifique hacer daño, y en una sincera
revisión de conciencia, que es un ejercicio vivo, líquido. En realidad, si hay un
valor que aporta bienestar definitivo a nuestra vida común y a nuestra vida
personal, ese es la honestidad. Lazarre llega hasta a valorar las oportunidades
de bienestar que gesta el autoengaño, pero defiende, con ímpetu, una pedagogía
de la honestidad: “y yo, la profesora blanca, busco palabras que puedan transmitir
información, compasión e instrucción, todo a la vez y de inmediato”. Una
información no honesta es manipulación, una instrucción sin honestidad es
disciplina vacía. En cuanto a la compasión, la capacidad de padecer con el
otro, de sentir su padecer, lleva implícita la mejor honestidad posible, que es
la emocional.
Ese principio de
honestidad emocional -y sentimental- recorre estos pequeños ensayos que nacen
de alguien que al mirar hacia el pasado, se da cuenta de todo lo que ha tenido
que ver en su formación haber sido madre, haber sido madre blanca, haber sido
madre blanca de niños de color y haber elegido vivir la vida que les estaba
destinada a ellos. La maternidad y la diferencia racial, por no decir el
racismo, forman a una mujer entregada a la familia y al relato. En ambos
ámbitos, un principio se impone, que es el de ansiar y buscar la justicia
social. Lazarre no consiente la injusticia, y ese es el rasgo que mejor la
caracteriza.
Los dos ensayos que componen
este volumen nos hablan de familia y luego de creatividad:
«El mito determina el contenido de nuestro supuesto conocimiento
objetivo y nuestro conocimiento sirve, entonces, para reforzar el mito. Y el
mito, que ejerce su influencia sobre todas las madres que conozco, es un arma
destructora, precisamente porque no es del todo erróneo, sino que omite media
parte de la historia».
Esto comenta en la
primera parte.
«Tampoco en este ensayo que ahora escribo puede haber una
separación neta o clara entre la vida interior y la historia del mundo», dirá en la segunda parte, donde añade: «Las voces internas hablan muy alto, y entonces tratamos de
aferrarnos a un relato o, si nos sentimos con fuerzas, dejamos que todas las
historias, con sus paradojas y contradicciones, surjan para volver a retirarse».
Lazarre reniega de la
injusticia, porque esta margina, sea de la intensidad que sea. Mantiene firme
sus principios, que tienen la virtud de las mejores ilusiones, de las ilusiones
bondadosas, en las que se iguala al hombre y a la mujer, a todas las razas, y
cree en un mundo en el que hay pan para todos, en el que todos puedan, también,
disfrutar de los cerezos en flor. Con estas ideas, que aparentemente justifican
casi cualquier ensayo social, pedagógico o creativo, ella completa dos textos
en los que no cesan de aparecer frases sorprendentes, de estas que nos obligan
a dejarnos la mina de un lápiz subrayando, mientras relaciona el arte y el
activismo.
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