Susaki
Paradise
Yoshiko
Shibaki
Traducción
de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
Gallo
Nero
Madrid,
2025
197
páginas
La
humildad sigue siendo un valor al alza y sigue siendo un valor escaso. Humildes
son, por ejemplo, aquellos que llevan el terror de una guerra en los huesos, es
decir, los que viven en los barrios donde tuvo lugar un bombardeo y, en
consecuencia, se ven atrapados por una atmósfera fantasma. Eso es lo que ocurre
en este lugar al que nos lleva Yoshiko Shibaki (Tokio, 1914 – 1991), una
escritora conocida por el guion de La calle de la vergüenza, la preciosa
película de Kenzi Mizoguchi, que nos remite a este libro. Aunque también existe
una adaptación más directa de esta obra a la gran pantalla, dirigida por Yuzo Kawashima
y titulada Susaki Paradise: Barrio Rojo. Nos encontramos en un barrio
que estuvo ocupado por casas de té y prostitutas, y que durante la Segunda Guerra
Mundial transformó las casas en lugares para que habitaran los obreros de las
fábricas de armas: «Casi todos se quedaron a pesar de los bombardeos y, poco a
poco, levantaron como pudieron sus barracas».
La
obra es costumbrista, describe personajes y hábitos propios de una época, y
hasta podría decirse que hereda el carácter trise del romanticismo. Hallaremos
a personas solitarias, que no cesan de deambular por la superficie de las
calles como quien deambula por los pensamientos que impone el alma. Son seres a
los que Shibake trata con mucha ternura, como no puede ser menos cuando estamos
ante gente que busca la finalidad de la vida, cuando la vida no tiene ningún
final en el sentido en que lo tiene una película o una novela. Estos corazones
solitarios nos anuncian el inicio de la era que ahora conocemos como Eremoceno
que definió Edward O. Wilson como la época de la soledad. Los personajes, que
en buena medida son mujeres, esos supuestos secundarios que afloran tras años
de estar escondidas tras sus parejas, necesitan agarrarse a algo para sentirse
vivos. Hay que sobrevivir en la derrota, hay que luchar. Los relatos no están
llenos de acción, pero sí de desplazamientos dentro de un mundo en el que una
forma de vida pasada no termina de abandonar el presente, pero se impone lo que
se está forjando. Y un mundo en forja no es un mundo definido. Esto, que en
manos de cualquier otro autor podría dar lugar a unos párrafos contundentes, se
convierte, en el buen hacer de Shibake, en cortesía, en una narración que nos
lleva la serenidad. Y es que si no nos detenemos no podremos comprender a los
demás, si nos dejamos llevar por el río cuando aumenta su caudal, no llegaremos
ni siquiera a sentir lástima. El mejor valor de esta obra es que Shibake lo ha
entendido, y así se dirige hacia la humildad como fuente de la que extraer la
mejor literatura.
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