viernes, 27 de junio de 2025

POSIBILIDADES

 

Posibilidades

David Graeber

Traducción de Damián Queirolo

Bellaterra

Manresa, 2025

506 páginas



 

Hoy el pensamiento débil es el que parece imponerse, sobre todo gracias a las armas. Cualquier conferenciante con algo de presencia en medios requiere que a la puerta del aula magna le custodie un guardaespaldas. Por eso es más necesario que nunca buscar tesoros de buen pensamiento entre los libros, como es el caso de estas Posibilidades, que reúne varias piezas escritas por antropólogo David Graeber (1961 – 2020), a las que ingenuamente podrían catalogarse de resistentes, cuando se trata, por encima de todos de sensatas. Su estilo es tan claro que las ideas dan la sensación de haber estado siempre en nuestra cabeza, formar parte de la sabiduría común. La paradoja es afrontar, a continuación y de nuevo, la realidad, para darnos cuenta de la estupidez que suponen eso pensamientos que se imponen, los que adoctrinan tras tipos con la pistola en la sobaquera.

El eje sobre el que se vertebra el libro es la naturaleza de la jerarquía y sus límites, que hasta ahora hemos asumido como rasgos inmutables en la condición del orden humano. Graeber no deja de recordarnos, recurriendo una y otra vez a fuentes antropológicas, que no siempre el orden ha estado organizado como ahora lo conocemos. En realidad, el espíritu que late es optimista, porque ese recuerdo nos lleva a deducir que las posibilidades alcanzan tan lejos como seamos capaces de imaginar, porque el mundo no es la descripción que hacemos de él. Frente al lugar común de la organización, Graeber coloca la inmensidad del conocimiento y la creatividad. Lo importante es mantener abiertas las puertas a otras posibles opciones, un pluralismo que atañe también a esa parte de la inteligencia que es la voluntad.

Hay fórmulas, datos y actos que nos remiten a una posibilidad diferente, y a partir de ahí construir una teoría social crítica. Decimos crítica porque significa afectar a los tópicos, a lo que damos por supuesto que no puede ser de otra manera. Pero es básicamente creativa y fruto de la curiosidad, esas dos virtudes que tanto tienen que ver con el aprendizaje. Al fin y al cabo, como él confiesa, fue importante en su formación crecer en una casa llena de libros e ideas, en un ambiente en el que imperaba la conciencia de las diversas posibilidades humanas.

La primera parte del libro versa sobre los orígenes del capitalismo y el papel sustancial que tiene sobre la configuración de los que consideramos principios básicos, de los que se deducen relaciones sociales, derechos y deseos. En la segunda, que parte de las relaciones de autoridad que han fructificado en algunas regiones de África y las implicaciones políticas que tienen, se reflexiona sobre la naturaleza de la autoridad, remitiéndonos a una sociedad que podemos considerar menos trabada por lo artificial: allí imperan más los vínculos de parentesco y las explicaciones no racionales, entendiendo por racional lo occidental. Las paradojas consecuentes, o lo que nosotros consideramos paradojas, se trataran a partir, nuevamente, de la antropología que examina manifestaciones poco familiares al ojo del observador. La tercera parte surge a partir de la implicación del autor en los movimientos de justicia global y las teorías anarquistas de su formación. Aquí se producirá uno de esos grandes choques culturales de los que uno solo puede salir mejor: «el proceso de consenso que estaba aprendiendo en los círculos anarquistas era en realidad una versión extremadamente formal y consciente de la misma forma de toma de decisiones que había presenciado a diario en Madagascar», y más adelante explica que «mi formación intelectual había inculcado en mí hábitos de pensamiento y argumentación mucho más cercanos a las estúpidas disputas de las sectas marxistas que a algo coherente con estas nuevas (para nosotros) formas de democracia». Así pues, investiga para definir lo que podría ser la auténtica democracia, pero desde la posición de un intelectual, de alguien que se empeña en tener a la justicia global por principio para elaborar un paradigma intelectual.

El Graeber antropólogo se hará cargo de revisar, aunque solo sea a modo de apuntes y a la vista de estas nuevas incorporaciones a su ideario, la historia de la teoría social y la historia de la noción de democracia, convencido de la necesidad del diálogo entre intelectuales más académicos y los que ponen en corazón en la lucha social. En realidad, se trata de dos formas de preocuparse por la condición humana. Lo que Graeber pretende, y consigue, es elaborar un marco teórico en el que se puedan sembrar flores sobre la basura que sacamos cada día a la puerta de casa y que provoca que aumente el tamaño del estercolero. Así es como podemos seguir amándonos. Y el uso de este verbo, amar, es conveniente en los ensayos de Graeber, porque no deja de transmitir pasión, fuerza, verdad.

SIETE AÑOS EN EL TÍBET

 

Siete años en el Tíbet

Heinrich Harrer

Traducción de Isabel Hernández

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

441 páginas



 

Hay paisajes que seguimos imaginando austeros, sencillos, puros. El sol sería una piedra dorada que ilumina tan limpiamente como lo hace la respiración, allí arriba, con nuestra alma. La única mancha que atravesaría las montañas sería la de los monjes con túnicas de azafrán, simpáticos, naturales, acogedores. Como no hay ordenador ni teléfono móvil que funcione en esa región, si queremos relacionarnos con alguien tendrá que ser llamando a las puertas, tropezándonos con una persona en la calle, compartiendo juegos y diálogos en los que cualquier frase que nuestro contertulio exprese nos remitirá a la sabiduría. Sabiduría tiene que ver con vivir sereno. Allí todo es reposo, todo es calma, todo es vacío. Hay que viajar al Tíbet, nos decimos. Pero llegar hasta allí no siempre es sencillo y por el camino se nos ocurre visitar antes otros lugares por la sencilla razón de que nos resultan más baratos, o porque tienen playa. Pero eso no nos impedirá viajar a través de los ojos de otros, que, por otra parte, añaden al viaje en el espacio un desplazamiento temporal que contribuye a que podamos explicarnos muchas cosas, entre ellas que el mundo es una fruta que se está pudriendo. Puede ser un pensamiento reaccionario, pero al leer obras como Siete años en el Tíbet, uno lamenta bastantes de los avances que se han hecho, como los que nos facilitan llegar con tanta ligereza a los lugares y creer que los conocemos por leer una guía mientras pasamos una semana por Lhasa y sus alrededores.

Libros del Asteroide recupera esta joya en una nueva traducción, y volver a leerla es un soplo de aire fresquísimo. Heinrich Harrer (Hüttenberg, 1912 – Friesach, 2006) fue un extraordinario alpinista y un escritor que podríamos calificar de discreto si lo que pretendemos es encontrarnos con Proust o James Joyce. Pero la literatura no son sólo grandes frases, la literatura es, también, lo que contribuye a hacernos mejores, y este libro, tan sencillo de leer, lo hace. Harrer pisó territorio enemigo nada más empezar la Segunda Guerra Mundial, hecho del que no tuvo noticia por hallarse en plena expedición al Himalaya. El ejército británico de la India le internó en un campo de prisioneros, del que lograría escapar en compañía de varios de ellos, y tras veintiún meses vagando por las montañas, llegar a la capital del Tíbet. Allí desplegó todas las formas de relación posibles entre un europeo y un mundo que hasta el momento nos era desconocido, destacando, como si fuera el mejor de los etnólogos, el respeto. Es conocida su amistad con el Dalai Lama, que en el libro no aparece hasta bien avanzada la lectura.

Harrer no se entretiene en nada que no sea la descripción de sus días y sus noches atravesando el país. Nos descubre lugares y gentes como quien no tiene otras referencias que no sean sus propios ojos y oídos. El libro es delicioso, nos ayuda a comprender que el sentido del viaje es que regresemos mejores, que vemos lo que somos y que deberíamos ser seres abiertos, dispuestos a aprender, a facilitar la vida a los demás. No existe el espíritu del explorador en Harrer, en el sentido de que no existe ese tipo que llega a un lugar con los deberes hechos, es decir, dispuesto a interpretar desde sus conocimientos. Harrer es testigo y ofrece testimonio. En ese sentido, es un escritor impecable, un maestro que nos dicta cómo deberían relatarse los viajes. O como deberíamos leerlos. Y, mientras tanto, seguimos echando de menos ese mundo que ya no es posible encontrar, una nostalgia un tanto estúpida, porque este libro permite acercarnos a él y se puede volver a leer tantas veces como uno quiera. No existe mayor elogio para un libro de viajes.

miércoles, 25 de junio de 2025

ESE IMBÉCIL VA A ESCRIBIR UNA NOVELA

 

Ese imbécil va a escribir una novela

Juan José Millás

Alfaguara

Barcelona, 2025

167 páginas

 



De pronto uno se descubre a sí mismo. En algunas ocasiones con horror, en otras sacando la mejor de tus sonrisas. Como tienes miedo de que tu imagen se aleje, te propones algún tipo de registro que la haga más permanente: no puede ser un acta notarial, así pues, recurres al autorretrato en cualquiera de las versiones que permiten las artes. Y te da miedo pensar, mientras miras a tu espalda, que además de ese también eres otro. El asunto es qué van a leer de tu autorretrato aquellos que tengan acceso a él, porque ahí está imbuida tu verdad, esperas, pero también todo lo que has fingido a lo largo de los años. O controlas mucho lo que pretendes decir, o para el lector podrás ser vaya usted a saber qué cosa. Y una posible estrategia de control es el extrañamiento, ese que puede estar en cualquier punto del camino que va desde Kafka a Francisco Ibáñez. Lo familiar es muy raro, ya lo sabemos, en la literatura de Juan José Millás (Valencia, 1946), que ya comenzó en El mundo a presentarnos esa familiaridad más próxima, la de su propia biografía, y que continúa aquí, en Ese imbécil va a escribir una novela. Uno siente la tentación de utilizar el término autoficción, pero la costumbre de escribir sobre uno mismo hace siglos que superó lo biográfico para saber que lo que importa es lo vivido: que una vez rompiste el jarrón chino de tus padres es un hecho biográfico, pero lo vivido incluye la emoción que te produjo, sea esta de arrepentimiento o de comedia.

Millás entra en la etapa de juventud de su vida matizándose constantemente a sí mismo. A fin de cuentas, si uno piensa en su propio pasado, la pregunta que más le atañe es si fingió o fue sincero. Y si decide que fingió, se planteará si fingir se asemeja en algo a la mentira. «Con el tiempo, su apariencia se convierte en su realidad», explica Millás cuando estudia el personaje que creó para Letra muerta. Esto lleva, inevitablemente, a las fórmulas de psicoanálisis, esas terapias que tratan de reconciliarte con el relato de tu vida, ya que es imposible reconciliarse con la vida propia. Pero Millás duda entre la caricatura o la terapia imprescindible cuando se enfrenta al psicoanálisis: «Viene a ser como desclasificar un documento secreto antiguo, como desclasificarme a mí mismo. Ahora soy un desclasificado». En lo que acierta seguro es en que las predicciones son siempre un fracaso. Eso también lo demuestra nuestro relato, en el que comprobamos cómo no se cumplió nada de lo que estuvimos convencidos que iba a suceder.

No contento con todo ello, Millás, que sabe que moverse supone moverse por dentro, pega los sucesos de esta obra a la amistad, o a los amigos. Entre otros, al imbécil que va a escribir una novela. La cuestión que le lleva a internarse en el terreno que tal vez sea el que más nos importa, tiene que ver con la vejez, en la que se siente obligado a ser más yo que nunca, en la que la memoria está más condicionada de lo que estuvo jamás: «Pero ¿a dónde telefonear desde la vejez?».

«—Bueno —admitió—, está muy bien, pero me pareció que te exponías poco y eso no es lo normal en ti.»

Esta frase la pone en boca de la redactora jefe que tiene que aprobar la publicación de un reportaje del Millás personaje. Bien, de acuerdo, hacer literatura es correr riesgos, que en el caso de Millás son riesgos de ingenio y tienen que ver con el yo que le habita. Una vez que conocemos su impulso, sólo cabe dejarse llevar. Y aconsejar a la gente que estudie un poco las terapias de constelaciones familiares, que a Millás le encantarían, esas de las que forman parte hasta las parejas anteriores de tus padres, esas personas que un día fueron importantes para ellos, pero que tuvieron que hacerse a un lado para que tú pudieras existir.


Fuente: Zenda

jueves, 19 de junio de 2025

EL CHICO QUE GANABA TODOS LOS PREMIOS

 

El chico que ganaba todos los premios

Miguel A. González

Comba

Barcelona, 2025

208 páginas

 



Una cosa es la vida, y otra, no tan distinta, es lo vivido. Con lo primero uno escribiría una autobiografía y, poniendo su corazón al desnudo, generaría lágrimas, enfados o cualquier otra suerte de emoción que fluye en la espuma de los días. Con lo segundo uno puede escribir cualquier otra cosa, desde la poesía que corre por las páginas de Whitman a los párrafos maravillosos de El libro del desasosiego, pasando por las penas de Alonso Quijano. Lo vivido no incluye sólo lo que a uno le ha afectado directamente, pues también cabe ahí lo que ha visto que afecta a los demás y cómo les afecta, una función de testigo que al reproducirla sobre las páginas pasa, necesariamente, por la imaginación. «Así es como nacen mis historias, me dijiste. Cuentos de ficción que se construyen como una especie de puzle, o como un Frankenstein hecho de palabras. Retales de recuerdos. Escenas reales que alteras a tu antojo para que encajen con la historia que estás contando», esto dice Miguel A. González (Madrid, 1982) en el primero de los relatos que componen este libro. Un poco más adelante, añade las razones que a uno le empujan a escribir, y que no siempre tienen que ver con ese para que mis amigos me quieran más que soltó en Nobel colombiano: «ése era el motivo por el que tú escribías, porque podías regresar siempre que lo desearas a los buenos momentos y modificar los malos hasta que dejaran de serlo». Parece que la función de la literatura se asemeja bastante a la de las terapias.

De hecho, González explora, como en obras anteriores, esos recovecos de la realidad que no siempre son a los que nos podemos permitir prestar atención, por culpa de la urgencia de la actualidad. Uno lee sus relatos y se da cuenta de que va abandonando las principales arterias de la ciudad para explorar los callejones y los barrios de la periferia, y aquí cabe leer ciudad de una forma metafórica, como si uno hablara de la actuación del individuo sobre sus días y sus noches. A medias participando de la vida y a medias siendo testigo de lo que sucede a su alrededor, estos narradores nos llevan a recodos que forman parte de lo que no es normal, pero sí es muy posible. Por tanto, tenemos la sensación de que nos queda el deber de atender mejor a nuestro alrededor después de terminar esta obra, porque se nos deben de estar escapando demasiadas cosas. Y la mayoría de ellas tiene que ver con lo que más nos importa, que es la familia y son los amigos.

En algún momento se hace referencia a la literatura de Kafka, por lo angustioso de las situaciones que construye, pero reivindicando la crítica social que su literatura construía. Es imposible escribir igual a como se escribía antes de Kafka, pero no es el único referente de González, como podemos comprobar siguiendo los epígrafes que encabezan cada uno de los relatos: Cortázar, Palahkniuk, Vonnegut, Lispector, Ginzburg, Marsé o los poetas César Vallejo y Juan Ramón Jiménez vuelan por ahí, junto a otros miembros de la realidad, como Kim Kardashian. En cualquier caso, lecturas de libros y lecturas de lo que nos rodean que, junto a un talento que ya habíamos conocido, construyen una literatura de gran pulso, la de uno de nuestros mejores cuentistas, la de alguien que sabe que sigue siendo importante construir imágenes en la mente del lector, y que no es casualidad que imaginación e imagen compartan raíz.

miércoles, 18 de junio de 2025

AHORA Y EN LA HORA

 

Ahora y en la hora

Héctor Abad Faciolince

Alfaguara

Barcelona, 2025

222 páginas


 


Condenado a vivir sin encontrarse a uno mismo, el ser humano no deja de ser otro simio dando vueltas una y otra vez dentro de esa jaula que es el mundo entero. Resulta que los sentimientos que conforman el tejido de la vida no le dejan a uno en paz y de ahí que nos piquen tanto los pies y no nos quede otra solución que no sea ponernos en marcha. Pero uno puede ponerse en marcha caminando, navegando, bailando o escribiendo. Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) comienza esta nueva obra, Ahora y en la hora, explicándonos en qué consiste esa necesidad de escribir y da buena cuenta de que escribir no cauteriza nada: «Se me ocurre que tal vez hice este viaje, y escribo sobre él, para ver si al fin vuelvo a sentirme vivo. Pero haberlo hecho, antes, y ahora escribirlo, en cambio, me hacen sentir mucho más muerto que nunca, al borde de la muerte, y quizá por eso mismo, desde mi regreso, y desde que me obstino en contar lo que viví, más que vivir, agonizo cada día».

Abad Faciolince emprende un viaje a Ucrania, se acerca a la línea del frente acompañado por varias personas, y estando sentado en un restaurante, comprueba demasiado de cerca lo que es la guerra: un misil ruso estalla junto a ellos matando a varias personas que se encontraban cenando junto a él, entre ellas a una de sus compañeras de mesa, una escritora ucraniana por la que muestra algo que es mucho más que respeto y que llamamos cariño. La experiencia es brutal y no puede dejar de marcar a fuego a un alma tan sensible como ha demostrado ser la del autor de El olvido que seremos. El libro encierra el lamento que supone pensar que la literatura no es suficiente, que el arte no basta y, sin embargo, ¿qué otra cosa nos queda frente a las muertes violentas? Pero este suceso no aparece definido, si como corriente que fluye en el sustrato, hasta pasados dos terceras partes del libro. Antes, Abad Faciolince nos va relatando su viaje por Ucrania junto a un puñado de líneas que atañen al núcleo del relato con todas las versiones de las líneas que afectan a un círculo: diagonales, secantes, tangentes y exteriores. Pero cada vez que recurre a una de ellas, lo hace por la sencilla razón de que le importan los demás, incluso aquellos que ahora vemos con cierta distancia porque se han librado del mal.

Abad Faciolince es consciente del tipo de patología que supone hablar de uno mismo, y no deja de expresarlo en alguna ocasión, pero no renuncia a colocarse en el centro y no como protagonista, sino como la persona que no cesa de amar y así lo que detalla es lo que va amando. Con este sencillo recurso, cualquiera puede sentirse identificado con él, pensar que el viaje del autor podría se el viaje propio. Hasta que detona el misil y todo se transforma. Es a partir de entonces cuando vuelve a surgir el Abad Faciolince más impactante pero más sereno, esa voz reflexiva y contundente que ya hemos conocido, ese pensamiento intenso, que nos demuestra que inteligencia y sentimiento son la misma cosa. Es ahora, cuando habla de la familia y de la muerte, cuando habla de la cobardía y de las heridas, cuando nos topamos, de nuevo, con el genial explorador de las zonas oscuras del corazón humano: «Pienso en la irrealidad de la muerte. ¿Cómo puede ser real la muerte si lo que hace la muerte es, precisamente, suprimir la realidad? La muerte es eso: que la realidad cesa, que el mundo que amas (tus hijos, tu mujer, tu país, tus paisajes, tus cosas) se terminan de repente y pasan a no ser nada».

 

Fuente: Zenda

martes, 17 de junio de 2025

DIEZ AVES QUE CAMBIARON EL MUNDO

 

Diez aves que cambiaron el mundo

Stephen Moss

Traducción de Francisco J. Ramos Mena

Salamandra

Barcelona, 2025

381 páginas

 



Dentro del cerebro humano se cuecen juntas las razones y las querencias. Es posible que el mismo científico que investigue los límites del universo, abierto al debate sobre los límites del mismo y de las posibilidades que le ofrece los recursos de su ciencia a la hora de explorarlo, se enajene cuando el asunto trata sobre el fuera de juego con que anularon el gol de su equipo. Es posible que ese matemático atribulado que continúa indagando en el teorema de Fermat, respondiendo una por una y justificadamente a cada oportuna solución coja que le llega por correo electrónico, se vuelque a degüello en beber del porrón en las fiestas de la patrona de su pueblo y no entienda que los demás no comprendamos esa tradición. De ahí que sea tan loable encontrar a un autor que combine, y además añada un saber hacer literario, la razón científica con los grandes amores.

Este es el caso de Stephen Moss (Londres, 1960) que nos regala un texto brillante, inquietante y adorable a partir de las indagaciones que le sugieren la selección de diez aves diferentes. El libro, digámoslo de entrada y sin cortapisas, destaca por su sencillez a la hora de leerlo, y por sus sugerencias que caen en la mente del lector como las piedras en el estanque, provocando hondas que aumentan su capacidad de estar sobre ascuas. A uno no le cabe el corazón en el pecho cuando va leyendo este libro, en el que cada una de las diez aves seleccionadas guarda relación con aspectos que tienen que ver con nuestra humanidad y con la humanidad y sus vínculos con el mundo: el cuervo, la paloma, el pavo, el dodo, los pinzones de Darwin, el cormorán guanay, la garceta nívea, el águila calva, el gorrión molinero y el pingüino emperador.

Viajaremos con Moss por diferentes regiones del planeta —China, Estados Unidos, Antártida, Mauricio, Galápagos, etc.—, pero viajaremos también con él por diferentes momentos de la historia, en los que las circunstancias y actuaciones de los hombres condicionaron nuestra relación con la tierra y entre nosotros, valga la redundancia. El conocimiento con que se expresa Moss es ecléctico y divulgativo, es diletante y sencillo. Y nos enseña a rellenar lagunas en los aspecto sobre los que va versando cada capítulo: la mitología y las leyendas como fuente de conocimiento y condicionamiento; la comunicación y el entendimiento entre seres humanos; las fuentes de alimentación y cómo afectan al desarrollo social; la extinción y la importancia, consecuente, de la conservación; la evolución y las cuestiones que siguen surgiendo de un tema que, a su vez, no cesa de evolucionar; la agricultura y la economía de recolección, incluidos los efectos devastadores de la esclavitud; la necesidad de la conservación frente a las aniquilaciones sin sentido; la influencia de la iconografía en la política; el orgullo desmedido de los dictadores que implica la no escucha de los científicos y el sufrimiento para todos; y, finalmente, la emergencia climática, un tema que atraviesa el libro entero, pero que Moss trata de eludir hasta llegar al último capítulo, el del pingüino emperador.

El libro es maravilloso. El efecto sobre el lector no puede ser más magnético, y uno sabe, a ciencia cierta, que el capítulo más interesante es el que está leyendo en ese momento. Como sabe que cambiará de parecer tantas veces como vaya regresando a capítulos ya leídos. Se trata de una obra apta para todos y que ojalá encuentre a todos los lectores.

viernes, 13 de junio de 2025

ADIÓS A UN RÍO

 

Adiós a un río

John Graves

Traducción de Rubén Martín Giráldez

Capitán Swing

Madrid, 2025

296 páginas



 

No es tan complicado darse cuenta de que nuestras vidas son los ríos, al menos para la gente que no nació y vivió su infancia en la costa. Pero esta afirmación no se trata de una metáfora: los de la costa tuvieron como madre a la mar, mientras que el agua que riega de vida las montañas, la meseta, el secano, las praderas, son grietas en los mapas indicando por dónde surcan los ríos. Aunque es fácil que lo olvidemos con demasiada frecuencia, porque nos entregamos a formar parte de cualquier corro de cotorras de asfalto gruñendo o chillando un gol de nuestro equipo, asistiendo a un desfile de modelos o formando parte de la marea humana que acude a los centros comerciales. Hay obras que de vez en cuando nos remiten a los ríos, como Las aventuras de Huckeberry Finn, recordándonos cuánta felicidad acude a sus orillas, junto con tantísimos recuerdos. John Graves (Fort Worth, 1920 – Glen Rose, 2013) decidió que no necesitaba de la ficción para recuperar el sabor de la infancia y adolescencia, junto al río, cuando supo que el de su vida iba a transformarse por culpa de las represas. Así pues, se embarcó en un viaje que registrara lo que fueron aquellos lugares para que, al menos, sobreviviera entre las páginas de esta maravillosa obra de amor que es Adiós a un río.

No es posible evitar cierta referencia de formato al libro de John Steinbeck Viajes con Charlie: un desplazamiento en solitario en un medio de transporte, en este caso una canoa, acompañado únicamente por un perrito. Pero ahí se terminan las similitudes. Lo que en Steinbeck era social, aquí es convivencia con la naturaleza. Debemos aclarar que es un modo de convivencia que hoy se completaría en otros términos, pues Graves va cazando y cocinando ardillas para salir adelante, algo que en los años 50 del pasado siglo no significaba lo que puede significar ahora para nuestras sensibilidades. Hay, por otra parte, un cierto impulso reaccionario, pero sano: no todas las innovaciones son mejoras, porque antes había una forma de vida más natural, como lo demuestran las oportunidades de convivencia con la naturaleza que ya se han perdido: «Es más, que mientras todos los ríos deben seguir fluyendo hacia el mar, aquellos que nos representan ralentizarán al menos el proceso transformándose de ríos en cadenas de abalorios de tranquilos embalses tras diques de hormigón».

«Ahora la gente está menos “casada”, en el sentido que le daba Yeats, con las peñas, hondonadas y praderas que los rodean y piensan menos en ellas, de modo que los viejos nombres se pierden», sigue comentando, mientras recorre su tramo de río. Y el posesivo tiene bastante sentido, porque ese tramo de río es el mismo que le acompañó durante años, porque la memoria sí que nos pertenece, configura nuestra patria, nuestro amor. Y parte de esa memoria la va compartiendo, a la par que describe la naturaleza que visita, como muestra de la entrega que tiene hacia este viaje. Al mismo tiempo, resurge una suerte de memoria colectiva en la que expresa la admiración y la comprensión hacia los antiguos pobladores de la región, comprensión y admiración que se liquidan en cuanto aparecen quienes exterminaron a los indios. No dejamos de ver ciertos apuntes de decadencia de la América oculta cuando sale de la canoa para ir a buscar un teléfono en algún registro de civilización casi perdido. Con todos estos elementos, Graves construye su microcosmos, ese tan personal que sirve para llenar hasta la soledad, que es la emoción que uno no deja de sentir cuando está ejecutando una liturgia que implica una despedida. Que esta liturgia sea un viaje es la mejor enseñanza que podemos extraer de Adiós a un río.

martes, 10 de junio de 2025

EL FUTÓN

 

El futón

Tayama Katai

Traducción de Rumi Sato

Satori

Gijón, 2025

173 páginas

 

 


¿Qué clase de amor es esta que nos lleva a hacer el ridículo? El futón es una novela breve en la que el que ama, el protagonista, un hombre maduro, padece esa clase de amor que nos lleva a tomar decisiones disparatadas. La persona amada es mucho más joven que él, y eso le pone en riesgo de perder la vergüenza. Para evitar que esto suceda, lo que hace es tratar de aparentar que se mantiene en sus cabales. La relación entre ambos es la propia del profesor y la alumna, aunque en este caso hablamos de un tutor que se hace cargo de una muchacha de provincias que acude a formarse a la gran ciudad. El hombre está casado y siente una desidia enfermiza por ella, que se traduce en faltas de respeto. Y la muchacha, a su vez, está enamorada de un joven, con quien mantiene una relación de noviazgo propia de los veinte años. Dado que estamos en una sociedad, la japonesa, de principios de siglo XX, el hombre considera que debe ser estricto en cuanto y mantener a la muchacha a raya, dentro de unos cánones de conducta que están evolucionando y en los que la gente de su generación no termina de encajar. Tal impulso se lleva a un extremo que, a día de hoy, leemos como una exageración, y las decisiones que toma implican que, a nuestros ojos, está haciendo el ridículo. No sólo eso, sino que además, comprobamos cómo va a provocar algo muy diferente a lo que pretende.

Debemos aclarar que nuestro protagonista está inmerso en una versión propia del spleen, al cual ve como única salida posible la ilusión, el deseo, pues será deseo lo que sienta por la muchacha. Esto le lleva, como hemos comprobado en tantos relatos anteriores en los que se ha tocado el asunto, a convertirse en una persona que no es de fiar. Lo cual le ancla, aún más, a sus principios: el hombre, el cabeza de familia, es el único conocedor auténtico de la naturaleza humana. Así pues, hasta se siente con derecho a presionar para que se sienta culpable aquel a quien el lector identifica como inocente. En realidad, los únicos pecados que se comenten son de amor y de pasión.

Tayama Katai (Gunma, 1872 – Tokio, 1930) se va metiendo dentro de la cabeza de los personajes, mientras nos narra cada secuencia con una pulcritud sana, contraria a la patología a la que nos enfrentamos. Se le considera uno de los primeros escritores naturalistas de Japón, pero a esta representación de la realidad, añade una intuición más propia del psicólogo, metiéndose dentro de la cabeza de los personajes para atajar de cara al lector, pues nos dicta los sentimientos que les van atravesando. La obra pretende ser sencilla y pretende ser humana, aunque para ello penetre en regiones de una oscuridad que podríamos reconocer, sin tener que caer en alardes negros. Y, como hace la editorial Satori con frecuencia, viene acompañada de un prólogo, a cargo de Carlos Rubio, que nos introduce en la obra de Katai y en la literatura de su tiempo, en la generación del desasosiego, en el retrato del Japón de su época, en la crisis que resulta de enfrentar tradición y modernidad. Los personajes definen los diferentes valores culturales, a la vez que la escala de mando familiar. Estamos en una época en que occidente comienza a ser el registro que da conciencia de cómo debe ser la modernización en el resto del planeta, y los buenos maestros literarios son capaces de llevar este asunto a las pequeñas tragedias familiares y personales, consiguiendo un relato intimista y emocional.


Fuente: Zenda

SUSAKI PARADISE

 

Susaki Paradise

Yoshiko Shibaki

Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés

Gallo Nero

Madrid, 2025

197 páginas

 



La humildad sigue siendo un valor al alza y sigue siendo un valor escaso. Humildes son, por ejemplo, aquellos que llevan el terror de una guerra en los huesos, es decir, los que viven en los barrios donde tuvo lugar un bombardeo y, en consecuencia, se ven atrapados por una atmósfera fantasma. Eso es lo que ocurre en este lugar al que nos lleva Yoshiko Shibaki (Tokio, 1914 – 1991), una escritora conocida por el guion de La calle de la vergüenza, la preciosa película de Kenzi Mizoguchi, que nos remite a este libro. Aunque también existe una adaptación más directa de esta obra a la gran pantalla, dirigida por Yuzo Kawashima y titulada Susaki Paradise: Barrio Rojo. Nos encontramos en un barrio que estuvo ocupado por casas de té y prostitutas, y que durante la Segunda Guerra Mundial transformó las casas en lugares para que habitaran los obreros de las fábricas de armas: «Casi todos se quedaron a pesar de los bombardeos y, poco a poco, levantaron como pudieron sus barracas».

La obra es costumbrista, describe personajes y hábitos propios de una época, y hasta podría decirse que hereda el carácter trise del romanticismo. Hallaremos a personas solitarias, que no cesan de deambular por la superficie de las calles como quien deambula por los pensamientos que impone el alma. Son seres a los que Shibake trata con mucha ternura, como no puede ser menos cuando estamos ante gente que busca la finalidad de la vida, cuando la vida no tiene ningún final en el sentido en que lo tiene una película o una novela. Estos corazones solitarios nos anuncian el inicio de la era que ahora conocemos como Eremoceno que definió Edward O. Wilson como la época de la soledad. Los personajes, que en buena medida son mujeres, esos supuestos secundarios que afloran tras años de estar escondidas tras sus parejas, necesitan agarrarse a algo para sentirse vivos. Hay que sobrevivir en la derrota, hay que luchar. Los relatos no están llenos de acción, pero sí de desplazamientos dentro de un mundo en el que una forma de vida pasada no termina de abandonar el presente, pero se impone lo que se está forjando. Y un mundo en forja no es un mundo definido. Esto, que en manos de cualquier otro autor podría dar lugar a unos párrafos contundentes, se convierte, en el buen hacer de Shibake, en cortesía, en una narración que nos lleva la serenidad. Y es que si no nos detenemos no podremos comprender a los demás, si nos dejamos llevar por el río cuando aumenta su caudal, no llegaremos ni siquiera a sentir lástima. El mejor valor de esta obra es que Shibake lo ha entendido, y así se dirige hacia la humildad como fuente de la que extraer la mejor literatura.


sábado, 7 de junio de 2025

EL CAMINO INESPERADO

 

El camino inesperado

Rebecca Solnit

Traducción de Clara Ministral

Lumen

Barcelona, 2025

214 páginas

 



A la hora de espolear a la gente para que su voluntad salga disparada hacia un mundo mejor, la receta la tienen los autores de canciones protesta. Víctor Jara supera a los intelectuales más sesudos y difíciles de contradecir cuando se trata de sacar lo mejor de las personas. Lo que nos conmueve tiene que ver con los afectos y estos responden mejor a los estímulos gozosos, antes que a los intelectuales. Al fin y al cabo, todos conservamos lo mejor de nuestra adolescencia, que es esa capacidad de sentir muy cerca a los mejores amigos, aquellos con los que cantábamos cuando se había escondido el sol, esperando poder seguir así, inseparables, hasta el alba.

A este espíritu responden los artículos que se reúnen en el nuevo libro de Rebecca Solnit (Connecticut, 1961), en el que no aparece la palabra dignidad, pero sabemos que es lo que está presente a lo largo de todas las páginas. Y se trataría de un tipo de dignidad política, que tiene que ver con las cosas buenas. Los pensamientos que va expresando buscan incitar y dar coraje, movernos desde la compasión hacia el activismo: «Las habilidades de los superhéroes de la vida real son la solidaridad, las aptitudes estratégicas, la paciencia, la perseverancia, la visión de futuro y la capacidad de infundir esperanza a los demás». Busca definir la mejor versión de la democracia, un mundo donde las diferencias de poder no perviertan los relatos.

«Puedes seguir caminando tanto si hace sol como si llueve. Cuídate y recuerda que cuidar de alguna otra cosa es una parte importante de cuidarse a uno mismo, pues estamos entrelazados con los tres mil millones de cosas que integran esta prenda única del destino que ha quedado ensuciada y rasgada, pero que se sigue teniendo, zurciendo y lavando». La idea clave, antes que ninguna conclusión, tiene que ver con el tiempo. Solnit recuerda constantemente que las revoluciones sociales se han ido produciendo poco a poco, que han llevado tardado, pero que el mundo va aceptándolas y en un periodo de diez años, por ejemplo, ha cambiado el rostro del planeta. «El objetivo no es llegar a ningún lugar, sino conocer mejor el lugar en el que estás». Para ello, confiesa, b busca trazar un mapa de los recorridos del cambio por los que se han construido movimientos sociales que hacen avanzar las ideas, porque no existe un camino directo y la ruta la vamos diseñando nosotros. Aquí juega un papel clave la memoria, esa parte de los recuerdos que dictan que existe algo mejor que el caos y la decadencia, y por tanto sugiere que merece la pena el esfuerzo, aunque no veamos resultados inmediatos: «Si finges que el futuro está escrito, no tienes nada que hacer».

El mundo, el futuro, que ella contribuye a diseñar tiene que ver con ideas buenas, en el mismo sentido en que existen buenas personas, de comunidad. Tiene que ver con la solidaridad, con la cooperación, con una actualización generosa del concepto tribu, con la empatía, con la colaboración. Para ello es conveniente relatar la agresividad de la ultraderecha, que no deja de atenazar las ideas, muchas veces absurdas, que llevan a la inacción en un mundo construido sobre una polaridad desigual: «Cuando la tarea de alcanzar la paz recae solamente sobre uno de los dos bandos, no hay paz que alcanzar y lo que se está planteando es una rendición unilateral. Se nos dice que es una forma de cooperación, pero, por definición, cooperar es cosa de dos, y la derecha no tiene absolutamente ningún interés en cooperar».

«La gente no ve aquello que no encaja en su visión del mundo», sostiene, advirtiéndonos contra la ceguera social y política. La memoria, nos recuerda una y otra vez, sobre todo la memoria que recuerda los cambios dilatados y los patrones que se modificaron con lentitud, nos da el poder, la convicción, el conocimiento para abordar la posibilidad de construir un mundo mejor, más sano. Solnit vuelve a librerías para mostrar que sigue siendo una voz que combina lo mejor de los intelectuales con lo mejor de las canciones protesta. Solnit es, una vez más, la mujer que enciende la antorcha en medio de la cueva oscura, cuando creíamos que ya todo estaba perdido.

miércoles, 4 de junio de 2025

CUANDO NO ÉRAMOS NADA

 

Cuando no éramos nada

Francisco Díaz Klaasen

Ned

Barcelona, 2025

157 páginas


 


Uno tiene que buscar un buen lugar sin cobertura para escuchar en condiciones el silencio del yo. Hay que conseguir esconderse del ruido de las cotorras humanas para encontrar una buena dosis de memoria. Pero esto más que una búsqueda suele ocurrir como un encuentro fortuito, que puede rozar el absurdo. Eso es lo que le sucede al narrador y protagonista de este libro, algo que dará pie a una vuelta de tuerca al recurso del manuscrito encontrado como motivo para poner en marcha el relato. El filo de la verosimilitud sobre el que se maneja Francisco Díaz Klaasen (Santiago de Chile, 1984) para el recurso se mantendrá vivo a lo largo de un relato que supone un encuentro del narrador con momentos de su propia vida, colocando la memoria a un tiempo dentro y fuera de sí. La verdad es que al lector se le pide un acto de fe en condiciones para entrar de lleno en el relato y sentir que puede ser creíble, pero Díaz Klaasen consigue sostener este reto con una prosa segura y, sobre todo, con un trasfondo constante con el que resulta sencillo identificarse, pues de alguna manera está siempre presente la sensación del fracaso, del qué diablos hemos hecho con nuestra vida.

Así pues, nos hallamos frente al cuestionamiento del yo a través de los actos que cometió o que la vida cometió sobre él. Al fin y al cabo, el tema de la identidad no deja de estar vinculado a las dudas sobre en qué medida somos dueños de nuestro destino. Eso mismo parece plantearse nuestro protagonista, que tiene necesidad de leer fragmentos de su vida como quien precisa de un depósito exterior para explicarse, para certificarse, para cerciorarse. Lo que hace es descubrirse y uno se pregunta qué es lo que ha estado viviendo hasta entonces para que tenga esta necesidad. Aunque la respuesta bien puede estar al inicio de la obra, cuando alguien le avisa que acaba de dejar atrás, oficialmente, la juventud. Así pues, ¿qué crisis es la que se supone que le toca vivir? En cualquier caso, cualquier crisis supone admitir que el mundo está desquiciado y aquí es donde Díaz Klaasen vuelve a apostar por otro de sus puntos fuertes como escritor, que es la imaginación. El autor hace gala de una creatividad bien entonada, que le permite moverse con mucha libertad por las ramas de los posibles sucesos, eligiendo las que nos resultan concomitantes con la demencia, pero manteniendo el margen de lo posible. Para eso se ayuda de un estilo que interpela al lector, a veces de forma muy directa.

Y, mientras tanto, el protagonista vive su itinerario, un recurso que nos remite a la aventura, que en este caso significa que se puede vivir un poco de todo. El problema es que el mundo contemporáneo tampoco ofrece de todo, o al menos no de todo lo que ha significado la aventura tradicional. De ahí que Díaz Klaasen se constituya en un retratista de una época, un tiempo en el que cuando uno intenta epatar, lo más fácil es que consiga transmitir una frágil sensación de tristeza. Estas incongruencias, absurdos, nos llevan a pensar que la gasolina de la obra es cuestionarse cuál es el propósito de vivir. «Yo me repetía que en un mundo así solo se podía sobrevivir abrazando esa hostilidad», comenta en algún momento en que sopesa el mundo como haciendo cálculos. Díaz Klaasen ha escrito una novela que nos cuestiona la fiabilidad de la memoria y la fiabilidad hasta del fracaso, cuando en esta vida el único fracaso que existe es no intentar levantarse después de recibir una zancadilla.

 

Fuente: Zenda

lunes, 2 de junio de 2025

PEKÍN O LA CIUDAD QUE NO FUE

 

Pekín o la ciudad que no fue

Blas Piñero Martínez

La línea del horizonte

Madrid,

152 páginas

 



La fórmula más fácil a la que tiene acceso el hombre moderno para huir de la neurosis urbana es ver un documental de National Geographic. Ahí puede encontrar eso que echa tanto de menos, y que es el esplendor en la hierba. Pero en la ciudad uno puede darse de bruces con lo que de verdad importa, que tiene que ver con instantes de humanidad y belleza, como ese joven que ayuda a un ciego a cruzar la calle o ese músico que toca una pieza de Mozart con un violín milagrosamente afinado. La ciudad donde vivo es un monstruo de siete cabezas, cantaban los tipos de La orquesta Mondragón. Y Pekín parece ofrecernos las siete más grandes que uno puede encontrar.

Sin embargo, viajamos viendo no lo que vemos, sino lo que somos. Y ese espíritu está detrás de esta nueva obra del sinólogo Blas Piñero Martínez, que a la vez intenta resolver cuál es, entonces, la peculiaridad de la gran ciudad china en la que ha vivido varios años. Todo es conocido y, al mismo tiempo, todo es extraño. La sensación que va transmitiendo a lo largo de cada página, es que quien patea Pekín durante más de veinticuatro horas debe sentirse como un superviviente: todo es hostil y nada tiene por qué ser agresivo si uno sabe cómo desentenderse de los estímulos necios. Blas Piñero se vale de la enciclopedia para manejarse dentro de la ciudad, y para manejar las posibilidades que hay de explicar la ciudad. ¿Estará, realmente, en esa forma de conocimiento todo lo que necesitamos para entender Pekín? Ese impulso es suficiente para mantener la atención del lector y afrontar casi de una sentada este libro, porque estamos ante uno de los grandes paradigmas actuales: una ciudad que no termina de formarse.

«¿Cómo separa la representación (la saturación de las imágenes que se producen infinitamente a diario) de la realidad perdida? ¿Cómo recupera la realidad de lo que ha desaparecido bajo en nombre de Pekín?». Y así la búsqueda del viajero no terminará jamás, porque estamos frente a millones y millones de personas, y miles de años de historia que se acumulan y se derriban, para luego volver a acumularse.

El rimo del libro es, por momentos, tan apresurado como son los pasos de quienes habitan las calles de Pekín, es lugar que resulta tan contradictorio como la vida: nada es del todo bueno y nada es malo del todo. Pero nosotros no podemos dejar de escribir, o de leer para experimentar el viaje, cuando encontramos un sitio cuyo magnetismo debemos desentrañar, pues el invierno de Pekín «no es una experiencia placentera ni recomendable» y, sin embargo, bien puede ser la figuración del invierno que vendrá para todos. Leer Pekín o la ciudad que no fue tiene algo de ciencia ficción, pues nos habla de un camino lleno de escollos que nos lleva a un lugar que no cuajará nunca.