lunes, 29 de julio de 2024

MAR EN CALMA Y FELIZ VIAJE

 

Mar en calma y feliz viaje

Bette Howland

Traducción de Esther Cruz

Tránsito

Madrid, 2024

435 páginas

 

 


El verdadero protagonista de esta recopilación de piezas breves es Chicago. Y más en concreto el Chicago de los años setenta. Bette Howland (Chicago, 1937 – 2017) no crea tramas ni argumentos: crea a la mismísima ciudad. Leer los relatos y las dos novelas cortas que configuran este volumen nos lleva a pensar que la imaginación consiste en saber observar. Howland es alguien para quien recabar información a través de los sentidos, sobre todo de la vista y el oído, debe ser una forma activa de estar en el mundo. No se trata tanto de registrar como de cuestionar lo registrado. Nos lleva a las plazas públicas y a los rincones privados, a las comunidades y a las familias, a los hospitales y a las calles, a las bibliotecas y a las bodas, remitiéndonos a la pregunta constante de qué se supone que es participar del mundo. No es casualidad que se la compare con Lucia Berlin, con quien comparte generación y agudeza, aunque Howland se permite más libertades formales que Berlin, deja, por momentos, que las palabras corran con más energía, con una libertad de movimientos artísticos mayor que las de su contemporánea.

Bette Howland mantuvo una relación en vida con Saul Bellow que tal vez fuera la razón que la llevó a tragarse un tubo de somníferos y de allí directa a un centro psiquiátrico. Pasó un año en ese hospital, que dio pie al potente libro El pabellón 3, también publicado en España por la editorial Tránsito. La religión judía, y la comunidad judía, está muy presente en esta obra, por ser la que conoció en vida, la que practicaban sus padres. Esta presencia, como todo lo demás que aparece, es crítica: como si cualquier hecho, cualquier sensación, estuviera a punto de superar a los personajes, a las personas, amenazando con mortificar o anunciando buenos tiempos. En realidad, nos está siempre llevando al límite emocional, porque la ciudad que ella recrea, de la que es testigo, está demasiado viva. Para ello es necesario recortar la ciudad, mostrándonos uno de sus límites: no estamos ante la gran pobreza ni ante las clases acomodadas, nos encontramos con los colectivos que forman parte de los perdedores, de los humillados y ofendidos, que buscan el mejor método para salir del filo en el que se mueven sin dejar de ser ellos mismos. Hay compasión por parte de Howland, pero también hay indicaciones acerca de la parte de nosotros mismos que debemos cuestionarnos. Un buen territorio de esa región entra dentro del ámbito de la familia. Cabe señalar que estas familias sobreviven con el síndrome de Ulises, el de los inmigrantes, el de los desplazados, con su estrés reactivo y con el intento de controlar el estrés que genera; con la dificultad de cerrar un duelo por una pérdida que no se puede considerar absoluta, porque la pérdida no implica la desaparición, sino que la impone la distancia.

La ciudad tan viva a la que nos lleva Howland implica cuestionarse, inevitablemente, la identidad. Pero Howland tiene claro que existe una identidad de grupo, ese en el que se encuentran quienes acuden en invierno a las bibliotecas públicas para pasar el día dentro de un edificio caliente. Howland sabe que no es necesario entregarse a lo desconocido para ir aprendiendo, para ir descubriendo, que basta con prestar atención al entorno y a quienes pueblan ese entorno. Ahí estarán las penas y alegrías, las vanidades y humillaciones, la cortesía y el descaro, los afectos y rechazos, todo lo que conforma, en definitiva, el material sobre el que construir una narración que nos importe.

jueves, 25 de julio de 2024

LONG ISLAND

 

Long Island

Colm Tóibín

Traducción de Antonia Martín

Lumen

Barcelona, 2024

324 páginas

 

 


Uno siempre desea que su alma se transforme en una brisa con calma, pero el exterior es siempre más fuerte que la propia sangre y es capaz de inventarse más sorpresas de las que podemos comprender. Eso le sucedía a la protagonista de Brooklyn, la excelente novela de Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955) que estaba reclamando una segunda parte, porque no es posible cerrar una vida. Sólo las películas tienen final, y también las novelas, pero aquí no hablamos de un género con su trama y su ficción, sino de una representación de la realidad. Y la realidad no se termina nunca. Long Island es una historia donde se reencuentran los personajes de Brooklyn veinte años más tarde y vuelve a castigarlos con una vuelta de tuerca. Eilis está casada con Tony Fiorello y tienen una hija a punto de entrar en la universidad y un chico adolescente. Pero toda aquella felicidad, aquellas aventuras emocionales que sirvieron para que ella aprendiera a colocar las cosas en su sitio, y creyera encontrar la brisa en calma, no son capítulos cerrados. No existe el «y vivieron felices». Esa es la maldición de la realidad. Hay pesadillas de diversa calidad, también en la vigilia. Tony ha dejado embarazada a una clienta y el marido amenaza con entregarles al bebé para que lo críen. Será Eilis quien reciba la noticia, en voz del marido, y en consecuencia se cuestione sus amores y las lealtades.

Sabemos que el libro va a contener los temas que estuvieron presentes en la obra anterior: la inmigración y sus connotaciones, la identidad y el síndrome de Ulises, el mestizaje, las raíces frente a la innovación necesaria, adaptativa. Pero si en Brooklyn se resolvía a favor de lo que parece ser más complejo, por lo insoportable que resulta la falta de intimidad, en Long Island el debate tendrá lugar, mayormente, en el sitio donde se sintió rechazada nuestra protagonista. Eilis regresa a la Irlanda rural, cotilla y aislada, de la que partió por ser capaz de observar las miserias desde el exterior. Y allí vuelve a sentir la posibilidad de enamoramiento, otra vez con la misma persona de la que dudó años antes. La novela contiene realismo social, un soberbio conocimiento de los sentimientos que se expresan a través de actitudes y acciones, y un estilo sencillo, que podría referirse a una novela romántica, así dispuesto para facilitar la inmersión de los lectores en el texto. Aunque su punto más fuerte son las perplejidades a las que nos enfrenta, los contrastes entre diversas formas de intimidad y de anonimato, que aquí resultan imposibles. En medio de estas batallas, Eilis trata de resistir contra un destino que la supera, trata de tallar alguna forma de futuro que le resulte digna.

Tóibín narra sin vacilaciones, sin divagar, sin que su narrador se entrometa, pero mostrándonos quiénes son los personajes; y los personajes son, fundamentalmente, en relación con los demás. Somos lo que provocamos en los otros. Hay atracciones y repulsiones, hay encuentros y desencuentros. Y hay mucha incertidumbre, ese tipo de emoción que al lector le empuja a decirle a los personajes que parece mentira que no se den cuenta de lo que les está sucediendo, porque se asemeja a situaciones que a cualquiera pueden habernos sucedido. O a cualquiera que viviera en la época en que está ambientada la novela, el año 1976, cuando las distancias se significaban en kilómetros y eso le permitía a uno reinventarse poniendo tierra de por medio. Siempre y cuando fuera capaz de manejar a sus fantasmas, cosa que aquí vemos como imposible no sólo de piel para adentro.


Fuente: Zenda

lunes, 22 de julio de 2024

A TODA MÁQUINA

 

A toda máquina

Dervla Murphy

Traducción de Lucía Barahona

Capitán Swing

Madrid, 2024

295 páginas


 


Soñamos con el paraíso, con ese lugar donde seremos a la vez libres y felices durante todos los segundos, sin interrupción. No sabemos bien qué relación existe entre la libertad y la felicidad, pero nos resulta casi imposible sentir una y no sentir la otra al mismo tiempo. Que no haya cadenas significa que no hay motivos para la desdicha, porque es posible modificar, o intentar modificar, todo lo que uno va a encontrar por delante, incluida la forma que tenemos de entender los problemas y la tristeza. Lo que parece casi seguro, o al menos así podemos deducir de la lectura de esta obra de Devrla Murphy (Lismore, Irlanda, 1931 – 2022) es que la actividad que ayude a incrementar los afectos, las emociones, las sensaciones, la pasión, la vitalidad, supone, como consecuencia, incrementar también el respeto que nos merecen los demás y el respeto que se merece la naturaleza. En realidad, A toda máquina no parece escrita con palabras, sino con afectos.

Murphy sale de su Irlanda natal en bicicleta y se propone llegar así a la India. No parece un proyecto nuevo, a estas alturas, por lo que debemos añadir que estamos en 1963, cuando el mundo no tenía la misma forma que tiene ahora. De hecho, si atendemos a lo que ella nos cuenta, el mundo era un embrión sano, un proyecto lleno de bondad. Entonces se podía viajar sin hacer turismo, por ejemplo, sin dejar huellas infames, sin contribuir al deterioro, y cada experiencia era un aprendizaje que no solo nos implicaba de piel para dentro, porque nosotros también ayudábamos a mejorar el mundo. ¿Acaso no supone mejorar el mundo impulsar la bonhomía de los demás? Lo que nos resulta doloroso es pensar que estos territorios humanos en formación, por los que atraviesa, poseen cierta tendencia a intentar asemejarse a los países que más han progresado, donde hay menos calidad humana. Leído a fecha de hoy, nos sorprende que el paraíso sea Afganistán, pero lo que nuestra cicloturista encuentra allí es la humanidad ideal. Hay que decir, eso sí, que Murphy es una viajera especial, alguien con la sensibilidad cargadísima, como demuestra el trato que da a su bicicleta, pensando en ella como si se tratara de una mascota, un ser sensible.

El libro es maravilloso. Murphy iba escribiendo un diario que luego enviaba a sus amigos en Irlanda, que será la base sobre la que redacte la obra que tenemos entre manos. No hay adornos intelectuales, ni crónicas al margen ni nada que pueda tener su origen en la documentación posterior: se limita a expresar lo más significativo de lo que le sale al camino y lo que siente acerca de lo que le sale al encuentro. Sobre todo, la hospitalidad. Es un viaje desnudo en el que el principal valor que se transmite es la conciencia de nuestra limitación, que será una impresión imprescindible para darnos cuenta de todo lo que nos falta por aprender. El mundo puede ser duro, y a veces no cesan de aparecer escollos, pero jamás es hostil, y lo agradable se debe, sin duda, a su mirada: el exterior nos devuelve en buena medida lo que le entregamos. Lo que debemos valorar es lo que yace bajo la apariencia, aunque nos metamos en una cama llena de pulgas. Se impone el tono amable y afectivo, este que descubre que a mayor lujo, peor será nuestro humor. Lo que importa es la tolerancia, es la solidaridad, es la generosidad: «Considero que este tipo de vida en la que estamos Roz (así se llama la bicicleta) y yo, el cielo y la tierra, es pura dicha», sostiene. Y nosotros le agradecemos que la comparta en forma de libro, porque no son tantas las ocasiones en las que podemos sentirnos también dichosos.

 Fuente: Zenda

martes, 16 de julio de 2024

ESPÍA EN PAÍS ENEMIGO

 

Espía en país enemigo

Constantino Bértolo

La uña rota

Segovia, 2024

431 páginas

 



Esta es la cuestión clave que Constantino Bértolo (Lugo, 1946) plantea en cada una de sus lecturas: de lo que se trata es de crear acción con la lectura, no de ser un mero espectador con la mente en blanco. «Leer es interrogar el texto», dice durante el análisis de El agente secreto. ¿Qué pretende la obra? Esta es la primera de las preguntas que él propone resolver. Pero la que flota a lo largo de toda la lectura, desde la primera a la última palabra, la clave bajo la que interpretar el texto, consiste en hallar el tema, que es el germen, el sustrato y el abono de la obra, que es aquello que late detrás de cada frase o acción que vamos descifrando. «Qué nos cuenta y qué nos cuenta con lo que nos cuenta», repite como fórmula de interpretación en un par de ocasiones.

Espía en país enemigo recoge los apéndices que Bértolo escribió para varios de los títulos de la colección Tus libros. H.G. Wells, Jules Verne, Conrad, Gogol, Poe, Bram Stoker, Dostoievsky, Jack London, Juan José Millás, Mario Lacruz… son algunos de los autores seleccionados, no siempre con su obra más representativa: tenemos Crimen y castigo, sí, pero también El Chancellor, que es una de las novelas más olvidadas de Verne. En realidad, el volumen es una lección literaria en la que a las lecturas más académicas se unen las interpretaciones más personales, esas que necesitamos para terminar de darnos cuenta de aspectos que nos pasaron desapercibidos. En realidad, es una incitación para retomar la lectura de estas obras, de ahí que figuraran como apéndices y no a modo de prólogo, y un estímulo para despertarnos durante la lectura de cualquier otro texto. Nuestra primera interpretación no quedó afectada al abrir el libro y darnos de bruces con el parecer de otro lector, lo que se conseguirá así es removernos la memoria que tenemos de él.

Estos apéndices no se limitan a ser un análisis del texto, pues añaden a cada obra una exposición de la época y una reseña de la biografía del autor. En cuanto a la recensión de la época, nos encontramos con la preocupación de Bértolo por asuntos que tiene que ver con el progreso y la justicia social, con asuntos políticos, y no podemos evitar considerar la influencia que en estos apuntes históricos pudieron tener obras como las de Arnold Hauser y su monumental Historia social de la literatura y el arte. En lo que respecta a las vidas de los autores, nos hallamos frente a recensiones que apuntan a cómo salir adelante (o no) siendo un perdedor. Difícilmente se nos ofrecen estampas victoriosas, dándonos a entender que la cara amarga de la vida está vinculada estrechamente a la capacidad creativa, tal vez como lucha, tal vez como liberación. Lo que sí muestra Bértolo en las tres etapas del estudio —época, autor y obra— es una desmedida fe en la literatura, en la narrativa, que sirve para explicar el mundo, para cuestionarlo y enseñarnos. De hecho, los apuntes finales, unos sucintos ensayos sobre la novela de intriga y de terror, y la novela policíaca, nos muestran que ser lector no es implicarse únicamente en lo que figura dentro del libro, porque esto es imposible, porque no hay forma de desvincular lo que sucede allí, en la narración, con las experiencias vitales de las personas, incluso las que tenemos mientras dormimos.

En una época en la que estamos acostumbrados a que los análisis literarios sean reseñas de seiscientas palabras, comprobar todos los recursos que siguen existiendo para un estudio más pormenorizado, los que conocimos cuando estudiamos análisis de texto unidos a los que brotan, continuamente, cuando no cesamos de preguntarnos los porqués de la obra, es un atrevimiento, casi una rebelión. Y como tal, una incitación a no separarnos nunca del mundo de la narrativa que nos muestra, por otra parte, de dónde venimos.

 Fuente: Zenda

miércoles, 10 de julio de 2024

LAS FIERAS

 

Las fieras

Clara Usón

Seix Barral

Barcelona, 2024

374 páginas

 



La novela y el periodismo tienen la misma sustancia: intentar explicar narrando, intentar que el relato sirva para colocar razones, para conocer los porqués de los sucesos, para aprender a tratar con los conflictos que genera la condición humana. Este principio lleva a Clara Usón (Barcelona, 1961) a escribir una novela en la que la crónica ocupa el cuerpo central de la obra sin que por ello se resienta la ficción. Esta ficción parte de la creación de un personaje, una chica cuyo padre forma parte de los GAL en los años ochenta, y sus vínculos con otro que, este sí, ha sido real y su existencia impone, sin necesidad de adornos, pues es la terrorista Idoia López Riaño, conocida como la Tigresa. Como novela híbrida, a Las fieras se le ven en ocasiones las costuras. Pero eso no importa. Lo que importa es ayudarnos a conocer cómo funciona la cabeza de estos dos personajes, que actúan con fiereza, convencidas de sus motivos, empeñadas en su razón. De hecho, Usón no tiene ningún problema en darle voz a López Riaño de vez en cuando, en los momentos en que no se podría narrar mejor desde fuera.

La novela funciona como un tiro. Todo sucede deprisa, sin que apenas se nos permita instantes reposados. Está despejada de todo aquello que podría interrumpir la acción. Y nos habla, por un lado, de un momento que ya podemos catalogar como histórico, a pesar de que la gente de cierta edad lo recuerde casi como algo que sucedió hace bien poco, y por otro de una edad, una juventud que solo puede ser impulsiva. Nos transporta a una época en la que están presentes ciertas personas reales, muchas de ellas todavía vivas, que aquí funcionan como atrezo, ayudan a crear el ambiente en el que estas dos mujeres gestionan su rabia, sus dudas y sus certezas. De hecho, en algunos momentos de la lectura vamos teniendo la impresión de que lo que realmente pretende Clara Usón es hablarnos de las dificultades para ser mujer, exponiendo a sus protagonistas a los extremos, tensionando la cuerda hasta el límite. Lo que seguro que les resulta imposible es ser femeninas. Porque la hostilidad que se transmite solo es latente en los momentos en que estamos dentro de la vida familiar de ellas, mientras que es explícita en cuanto la vida pasa a ser pública. Esto nos lleva a preguntarnos si el terrorismo puede considerarse vida pública, dado que para nuestros personajes es imposible mantener una vida al margen, algo parecido a una vida normal, esa que tiene quien lee el periódico en una terraza los domingos por la mañana.

En realidad, están siempre conviviendo con el enemigo, sin que este sea necesariamente la persona a la que uno le pegaría un tiro en la cabeza. De ahí esta atmósfera escasa de oxígeno que posee la obra, que se resuelve sin agobiar al lector gracias a la actividad constante que va describiendo. Las fieras están convencidas de su justicia y su causa. Hemos comenzado hablando del intento de explicar los conflictos de la condición humana, y deberíamos terminar afirmando que está condenado al fracaso, dado que resulta imposible de resolver. Pero esto no es un fracaso. Sin ser conscientes de que jamás llegaremos a la solución no se habrían escrito las mejores novelas de la historia de la literatura. El terrorismo nacionalista y el terrorismo de Estado son un sustrato de sangre y violencia en la que no se puede crecer de una forma que no sea violenta. Esta violencia sirve para aportar una pequeña dosis que nos ayuda a conocer cómo somos mostrándonos lo que podríamos ser si las condiciones nos hubieran llevado a otro lugar en una época llena de escombros.


Fuente: Zenda

jueves, 4 de julio de 2024

ABRÁZAME, OSCURIDAD

 

Abrázame, oscuridad

Dennis Lehane

Traducción de Jofre Homedes Beutnagel

Salamandra

Barcelona, 2024

445 páginas

 



A la hora de construir lo que se conoce como una novela urbana, se tiende a reunir a un grupo de personas, dedicadas a labores que no se dan mucho en el mundo rural, alrededor de un cadáver. A la hora de redactar un thriller, lo que importa es la sangre. Un thriller urbano reunirá, por tanto, a la gente alrededor de varios cadáveres. No basta con uno, hay que aumentar la cuota. Ese incremento de violencia generará que de todos aquellos que puedan reunirse alrededor de los cadáveres sólo se mantengan en pie los más fuertes, los vacunados, los profesionales o quien tiene una motivación que le ayude a pasar por encima de las vísceras y los cuerpos despellejados.

Dennis Lehane (Dorchester, Massachusetts, 1965) además es especialista en tramas, en conseguir mantener al lector atento dosificando los golpes de efectos, los giros de la historia, la contundencia de la trama. Abrázame, oscuridad es una novela negra perfecta como artefacto narrativo. Se trata de una de las primeras novelas de Lehane, ahora recuperada por Salamandra, en la que ya demuestra su vocación y su talento. Más tarde vendrá Mystic River o los guiones de la serie The Wire. Hay un pequeño apunte en esta obra que la hace trascender al género, y que tiene que ver con el pasado de los personajes, sobre todo con el del protagonista, el detective Patrick Kenzie: su infancia ha sido durísima. En el caso de Kenzie, por culpa de un padre muy violento. El contraste entre este pasado y el empeño con el que desarrolla su oficio está más apuntado que elaborado, y daría para seguir investigando en él. Por el momento, lo que más nos preocupa no es que pueda desenredar la maraña de la memoria y el alma, sino resolver el caso que trae entre manos. Hablamos de varias muertes muy violentas que se anuncian con fotografías enviadas a los familiares.

La fuerza del caso supera con creces al protagonista, que cuenta con apoyo policial. En realidad, como en tantas ocasiones en la novela negra actual, el protagonista es un muñeco en el río del destino, y bastante tiene con intentar mantenerse a flote mientras trata de descifrar las pruebas. Hasta que llega el momento en que duda de poder proteger a su familia y salvarse él mismo.

La obra funciona a la perfección, con secundarios que van aportando a la trama momentos intensos, en función de su personalidad, o de sus carencias de personalidad. Con frecuencia nos damos cuenta de que estamos tratando con la locura, de la que nos rescata el oficio de Lehane como escritor y constructor de tramas. Abrázame, oscuridad es una novela que encantará a los aficionados al género, y que resultará bastante adictiva para quienes sean lectores ocasionales del mismo. Una novela estupenda sobre el bombardeo urbano constante, ese que nos llega con diferentes rostros agresivos y que puede llegar a torcerse para indagar por caminos oscuros y sangrientos.

SI UNA MAÑANA DE VERANO, UN VIAJERO

 

Si una mañana de verano, un viajero

José Carlos Llop

Alfaguara

Barcelona, 2024

113 páginas

 

 


«Y lo que ocurría era plácido y bueno». La sentencia aparece como una acotación y, sin embargo, resume el espíritu de Si una mañana de verano, un viajero. José Carlos Llop (Palma, 1956) nos remite a cultivar lo que nos complace, lo que nos hace mejores, olvidándonos de lo mundano, como que cada día es más difícil aparcar porque el mundo está demasiado lleno. El mundo es también un viaje interior, ese que él ejecuta cada mañana de verano acompañado de su perro, la música del romanticismo, Patrick Leigh Fermor, los parajes mallorquines y el mismísimo Ítalo Calvino al que homenajea en el título de esta obra. Enseguida reconocemos el tipo de poesía que Llop adora, la que nos acerca al territorio la belleza, la que nos han dedicado los hombres y las mujeres que tienen un gusto adorable y que jamás caerán en la pedantería. «Escribir es una forma de impedir la disolución de nuestra experiencia. Evitar que se diluyan todos los sentimientos y al hacerlo hallar en el arte no tanto su mausoleo como su recuerdo vivo», señala, aclarándonos de dónde surge la necesidad de esta obra, que a él le congracia con la confesión consecuente a la pregunta ¿por qué escribir?, y a nosotros con la idea de la bondad que supone leer.

Llop destaca por poseer una cultura amplia, que bebe de lo que nos agradaría que fuera popular porque sin duda posee armonía. Hay que congraciarse con el paisaje y con lo que recibimos por los sentidos. Y él ha encontrado en los veranos y en Mallorca la esencia de esta armonía. En realidad, ama el Mediterráneo como se pueden amar las cosas sencillas. De hecho, destaca la sencillez en su prosa y en sus intenciones: de lo que se trata es de compartir lo que le hace sentirse bien, y esta es una de las funciones, tal vez de los fundamentos, de la literatura: compartir supone aportar, ayudar, facilitarnos el paso por el valle de lágrimas, aprender a ver el vaso medio lleno e incluso a terminar de llenarlo con nuestra manera de entender el mundo. Lo que nos enseña Llop es a elegir de qué rodear la soledad que esencialmente somos. Y para ello nos muestra el contenido de su felicidad.

¿Qué es lo que más necesitamos? ¿Qué es lo que de verdad andamos buscando? Lo diremos utilizando el concepto al que Llop apunta pero que no llega a escribir: al final, todos anhelamos el descanso. Es cierto que cada uno de nosotros está hecho de distintas materias, pero hay un par de ellas que son comunes: el tiempo, que Borges tachaba de deleznable, y la aspiración a la calma. Llop indaga en todo ello a lo largo de estas páginas en que se entrega a la memoria, o a las memorias, porque uno va deduciendo que no es una única memoria la que nos construye. Hay una memoria sensorial, una memoria cultural y luego están los recuerdos, que eso sí son totalmente propios. Y además están las elecciones, lo que uno ha ido escogiendo para ser quien es, hasta el punto de que «los momentos en los que dejamos de ser otros, en los que dejamos que pase la posibilidad de serlo, son tan importantes como nuestras acciones».

Llop cierra un ciclo de treinta y tres veranos de su vida en una casa junto al mar, con memoria sin nostalgia, con poesía, son el saber estar que siempre ha caracterizado su obra. Cuando uno pone sinceramente su corazón al desnudo, y posee talento para la expresión, a los demás sólo nos cabe sentarnos a admirar.


Fuente: Zenda

lunes, 1 de julio de 2024

LOS VERDADEROS HÉROES DEL HIMALAYA

 

Los verdaderos héroes del Himalaya

Bernadette McDonald

Traducción de Rosa Fernández-Arroyo

Desnivel

Madrid, 2024

270 páginas


 


Ladakhi, astori, magari, sherpa, hunza, rai, gurung, bhotia... gentilicios con los que se conocen a los habitantes de distintos lugares del Himalaya y el Karakórum que han trabajado como porteadores, guías y que, finalmente, ellos mismos se han convertido en alpinistas tan buenos como los mejores en las grandes cumbres del Himalaya. Desde las primeras expediciones, hace más de cien años, hasta la actualidad, con todos los triunfos y todas las tragedias que pueden haber ocurrido en uno de los territorios donde la aventura no puede sino producirse encadenada al sencillo hecho animal de seguir respirando. Bernadette McDonald (Biggar, Canadá, 1951) nos trae en esta ocasión la historia de los escaladores de Nepal y Pakistán, volviéndonos a mostrar que su calidad como escritora supera, con mucho, a la que podría considerarse propia de alguien dedicado a un género tan magnético como es la literatura de montaña. McDonald posee el ritmo, el frenesí, el talento narrativo, la motivación, la capacidad creativa, la sabiduría enciclopédica y el amor por los personajes que precisa tener todo gran escritor.

Habíamos leído su biografía de Voytek Kurtika o su libro dedicado a los grandes alpinistas polacos de los años ochenta, Escaladores de la libertad, y ahora se entrega a rescatar a los que siempre han estado ocultos porque los medios de comunicación atienden, sobre todo, a la suerte de los alpinistas del país propio. Conocemos bien a los europeos y a los americanos, también a algún japonés y coreano, incluso sabemos de alpinistas de Sudáfrica, pero reconocer la valía y las grandes aportaciones de los alpinistas locales nos enfrenta a un nuevo punto de vista. A medida que avanzamos en la lectura, nos damos cuenta de que todas las historias que nos contaron, incluida la de la primera cordada en hacer cima en el Everest, estaban truncadas. Faltaba esta parte vital en la conciencia de la narración: conocer las emociones de quienes comenzaron estando al servicio de los alpinistas occidentales y terminaron protagonizando grandes hazañas. En este sentido, este libro es un motín necesario.

Es también una lección de geografía y de historia. Vamos a adentrarnos en los hábitats de pueblos que serían desconocidos de no aparecer en imágenes de documentales sobre alpinismo. Y así sabremos de su pobreza, que es la primera razón que les impulsó a dejar atrás un modo de vida que apenas daba para comer, y sabremos también de su energía, de su afán de superación. McDonald insiste, con frecuencia, en el viejo espíritu de cordada, narrándonos como grandes éxitos no ya las cumbres que se alcanzan, sino la solidaridad entre alpinistas, sean de la nacionalidad que sean. Es ahí donde se entretiene y muestra los puntos fuertes de su literatura: cuando la amistad se impone. Al fin y al cabo, los mejores momentos literarios no tienen tanto que ver con el despliegue de recursos filológicos como con la sensación de comulgar con un instante emotivo. McDonald nos hablará de quienes cargaron a sus espaldas durante días a montañeros lesionados, de Tenzing Norgay —el compañero de cuerda de Edmund Hillary en la primera ascensión al Everest—, de gente como Little Karim a quien se deben tantos éxitos en el K2, de quienes han subido docenas de veces al Everest para garantizar la cumbre de escaladores extranjeros. Nos iremos dando cuenta de que la historia que nos han contado sobre las grandes cumbres estaba mutilada por un espíritu que también es colonialista. Será ese amotinamiento el que trascienda en esta ocasión, el que otorgue al libro ese punto de azúcar que nos empuja a definirlo como necesario. Por lo demás, ya lo conocíamos de obras anteriores, Bernadette McDonald vuelve a mostrarse como una gran escritora, alguien con un enorme talento y una inmensa capacidad de trabajo.


Fuente: Zenda