A
toda máquina
Dervla
Murphy
Traducción
de Lucía Barahona
Capitán
Swing
Madrid,
2024
295 páginas
Soñamos
con el paraíso, con ese lugar donde seremos a la vez libres y felices durante
todos los segundos, sin interrupción. No sabemos bien qué relación existe entre
la libertad y la felicidad, pero nos resulta casi imposible sentir una y no
sentir la otra al mismo tiempo. Que no haya cadenas significa que no hay motivos
para la desdicha, porque es posible modificar, o intentar modificar, todo lo
que uno va a encontrar por delante, incluida la forma que tenemos de entender
los problemas y la tristeza. Lo que parece casi seguro, o al menos así podemos
deducir de la lectura de esta obra de Devrla Murphy (Lismore, Irlanda, 1931 –
2022) es que la actividad que ayude a incrementar los afectos, las emociones,
las sensaciones, la pasión, la vitalidad, supone, como consecuencia,
incrementar también el respeto que nos merecen los demás y el respeto que se
merece la naturaleza. En realidad, A toda máquina no parece escrita con
palabras, sino con afectos.
Murphy
sale de su Irlanda natal en bicicleta y se propone llegar así a la India. No
parece un proyecto nuevo, a estas alturas, por lo que debemos añadir que
estamos en 1963, cuando el mundo no tenía la misma forma que tiene ahora. De hecho,
si atendemos a lo que ella nos cuenta, el mundo era un embrión sano, un
proyecto lleno de bondad. Entonces se podía viajar sin hacer turismo, por
ejemplo, sin dejar huellas infames, sin contribuir al deterioro, y cada
experiencia era un aprendizaje que no solo nos implicaba de piel para dentro,
porque nosotros también ayudábamos a mejorar el mundo. ¿Acaso no supone mejorar
el mundo impulsar la bonhomía de los demás? Lo que nos resulta doloroso es
pensar que estos territorios humanos en formación, por los que atraviesa, poseen
cierta tendencia a intentar asemejarse a los países que más han progresado,
donde hay menos calidad humana. Leído a fecha de hoy, nos sorprende que el
paraíso sea Afganistán, pero lo que nuestra cicloturista encuentra allí es la
humanidad ideal. Hay que decir, eso sí, que Murphy es una viajera especial,
alguien con la sensibilidad cargadísima, como demuestra el trato que da a su
bicicleta, pensando en ella como si se tratara de una mascota, un ser sensible.
El
libro es maravilloso. Murphy iba escribiendo un diario que luego enviaba a sus
amigos en Irlanda, que será la base sobre la que redacte la obra que tenemos
entre manos. No hay adornos intelectuales, ni crónicas al margen ni nada que
pueda tener su origen en la documentación posterior: se limita a expresar lo más
significativo de lo que le sale al camino y lo que siente acerca de lo que le
sale al encuentro. Sobre todo, la hospitalidad. Es un viaje desnudo en el que el
principal valor que se transmite es la conciencia de nuestra limitación, que
será una impresión imprescindible para darnos cuenta de todo lo que nos falta
por aprender. El mundo puede ser duro, y a veces no cesan de aparecer escollos,
pero jamás es hostil, y lo agradable se debe, sin duda, a su mirada: el exterior
nos devuelve en buena medida lo que le entregamos. Lo que debemos valorar es lo
que yace bajo la apariencia, aunque nos metamos en una cama llena de pulgas. Se
impone el tono amable y afectivo, este que descubre que a mayor lujo, peor será
nuestro humor. Lo que importa es la tolerancia, es la solidaridad, es la generosidad:
«Considero que este tipo de vida en la que estamos Roz (así se llama la bicicleta)
y yo, el cielo y la tierra, es pura dicha», sostiene. Y nosotros le agradecemos
que la comparta en forma de libro, porque no son tantas las ocasiones en las
que podemos sentirnos también dichosos.
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