miércoles, 28 de mayo de 2025

LOS PÁJAROS

 

Los pájaros

Tarjei Vesaas

Traducción de Juan Gutiérrez-Maupomé, Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz

Nórdica

Madrid, 2025

274 páginas

 



Seguimos soñando con el huerto de Horacio, con ese horizonte que queda a nuestra espalda, cuando nos damos cuenta de que hemos caminado toda la vida en dirección equivocada. Tras el empeño de llenar la cuenta del banco y estar convencido de que la mejor forma de pasar los fines de semana es dedicándose a cocinar una paella para la familia, pasamos a soñar, en los momentos lúcidos, con sacar agua del pozo, dar pienso a las gallinas, recoger espárragos silvestres o tumbarnos en la hierba a ver pasar las nubes. Todo es muy lírico en nuestra imaginación, que nos presenta unas estampas que dejan la tranquilidad propia del Mindfulness a la altura del betún. Pero mañana volveremos a nuestra clase de yoga, tras una jornada entre ruidos urbanos y neurosis de vida contemporánea. Sin embargo, el bosque también puede tener sus miserias y la cabaña soñada ser una trampa, un lugar donde se esconde algo que interrumpe la calma.

Dos hermanos de mediana edad, protagonistas de esta novela, viven en uno de esos lugares que dibujaría un niño si le pides que retrate el sitio donde le gustaría vivir: naturaleza, casita y un lago. Pero estos dos hermanos parecen ser la versión adulta de algunos de los protagonistas de los clásicos cuentos de hadas, esos huérfanos abandonados que, como Hansel y Gretel, se internan en el bosque. Y en los cuentos de hadas se esconde también la desdicha. Uno de ellos, el varón, Mattis, sufre algún retraso, hasta el punto de cargar con el seudónimo de El Simplón en la comarca. Su hermana, Hege, de cuarenta años, es la que sostiene el hogar, habiendo renunciado a otra forma de vida en la que Mattis no participaría tan simbióticamente. Mattis, a quien acompañaremos todo el rato como persigue una cámara al protagonista de la película, posee, eso sí, ciertas cualidades sensibles: el lenguaje le resuena en las paredes del cráneo y está convencido de entender el lenguaje de los pájaros en algunas ocasiones. El dibujo que hace de él Tarjei Vesaas (Vinje, Telemark, 1897 – 1970) nos lleva a pensar en alguien que en otras condiciones habría sido artista, un artista tal vez limitado, pero alguien con una expresividad sensible. Sin embargo, su limitación es tal que apenas puede ayudar en las tareas del campo y ni siquiera entiende que no tiene sentido ser barquero de un lago por el que no circula nadie.

La novela nos habla de la intención constante del protagonista por renovarse, por rehacer una rutina, y el constante tropezón que supone encontrarse una y otra vez con las inercias. Eso sí, está convencido de que el vuelo de los pájaros debe decirnos algo especial mientras intenta elaborar una integración social. Pero para integrarse uno debe tener cierta capacidad de actuación, y eso en Mattis es imposible: no es capaz de fingir, como no lo son los niños. Las ilusiones de Mattis, y sus miedos, son de una ingenuidad infantil. Así hasta que aparece en el bosque otra figura, un tercer actor, un leñador, otro tópico reciclado de los cuentos de hadas, del que se enamorará su hermana, y revolcará las poquitas certezas que Mattis tenía. ¿Qué somos sin nuestra ancla? Esa es la pregunta que debe responder al final de la obra, una obra que destaca por su compasión, esa cualidad humana que nos lleva a padecer lo que padecen nuestros congéneres, y que a medida que pasan los años, apreciamos más como el principal fundamento de calidad de una novela. Será la compasión la que haga de Los pájaros una obra que se quedará a vivir en la memoria.

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