Los
pájaros
Tarjei
Vesaas
Traducción
de Juan Gutiérrez-Maupomé, Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz
Nórdica
Madrid,
2025
274
páginas
Seguimos
soñando con el huerto de Horacio, con ese horizonte que queda a nuestra espalda,
cuando nos damos cuenta de que hemos caminado toda la vida en dirección
equivocada. Tras el empeño de llenar la cuenta del banco y estar convencido de
que la mejor forma de pasar los fines de semana es dedicándose a cocinar una
paella para la familia, pasamos a soñar, en los momentos lúcidos, con sacar
agua del pozo, dar pienso a las gallinas, recoger espárragos silvestres o
tumbarnos en la hierba a ver pasar las nubes. Todo es muy lírico en nuestra
imaginación, que nos presenta unas estampas que dejan la tranquilidad propia
del Mindfulness a la altura del betún. Pero mañana volveremos a nuestra clase
de yoga, tras una jornada entre ruidos urbanos y neurosis de vida
contemporánea. Sin embargo, el bosque también puede tener sus miserias y la cabaña
soñada ser una trampa, un lugar donde se esconde algo que interrumpe la calma.
Dos
hermanos de mediana edad, protagonistas de esta novela, viven en uno de esos lugares
que dibujaría un niño si le pides que retrate el sitio donde le gustaría vivir:
naturaleza, casita y un lago. Pero estos dos hermanos parecen ser la versión
adulta de algunos de los protagonistas de los clásicos cuentos de hadas, esos
huérfanos abandonados que, como Hansel y Gretel, se internan en el bosque. Y en
los cuentos de hadas se esconde también la desdicha. Uno de ellos, el varón,
Mattis, sufre algún retraso, hasta el punto de cargar con el seudónimo de El
Simplón en la comarca. Su hermana, Hege, de cuarenta años, es la que sostiene
el hogar, habiendo renunciado a otra forma de vida en la que Mattis no
participaría tan simbióticamente. Mattis, a quien acompañaremos todo el rato
como persigue una cámara al protagonista de la película, posee, eso sí, ciertas
cualidades sensibles: el lenguaje le resuena en las paredes del cráneo y está
convencido de entender el lenguaje de los pájaros en algunas ocasiones. El
dibujo que hace de él Tarjei Vesaas (Vinje, Telemark, 1897 – 1970) nos lleva a
pensar en alguien que en otras condiciones habría sido artista, un artista tal
vez limitado, pero alguien con una expresividad sensible. Sin embargo, su
limitación es tal que apenas puede ayudar en las tareas del campo y ni siquiera
entiende que no tiene sentido ser barquero de un lago por el que no circula
nadie.
La
novela nos habla de la intención constante del protagonista por renovarse, por
rehacer una rutina, y el constante tropezón que supone encontrarse una y otra
vez con las inercias. Eso sí, está convencido de que el vuelo de los pájaros
debe decirnos algo especial mientras intenta elaborar una integración social.
Pero para integrarse uno debe tener cierta capacidad de actuación, y eso en
Mattis es imposible: no es capaz de fingir, como no lo son los niños. Las
ilusiones de Mattis, y sus miedos, son de una ingenuidad infantil. Así hasta
que aparece en el bosque otra figura, un tercer actor, un leñador, otro tópico reciclado
de los cuentos de hadas, del que se enamorará su hermana, y revolcará las
poquitas certezas que Mattis tenía. ¿Qué somos sin nuestra ancla? Esa es la
pregunta que debe responder al final de la obra, una obra que destaca por su compasión,
esa cualidad humana que nos lleva a padecer lo que padecen nuestros congéneres,
y que a medida que pasan los años, apreciamos más como el principal fundamento de
calidad de una novela. Será la compasión la que haga de Los pájaros una
obra que se quedará a vivir en la memoria.
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