Que
tenga una casa
Florencia
del Campo
Candaya
Barcelona,
2024
157
páginas
Producir
híbridos entra dentro de las intenciones de una buena parte de los escritores
contemporáneos. Se trata, en buena medida, de cuestionarse los géneros, que apenas
sirven para otra cosa que no sea ubicar la obra en las estanterías de la
cabeza. El mensaje parece ser el de que estamos convencidos de que lo mejor es
desordenar el contenido de esas estanterías, para llamar la atención, para
ampliar el campo creativo, para reivindicar que el arte todavía puede ir más
allá. Uno no deja de pensar que alguien como Kafka no se empeñó en revolucionar
la literatura, sino en inventar a Kafka, y seguramente pocos autores han dado
un vuelco tan grande a lo que se escribe en la historia. Lo que cuenta es la
personalidad, tener sustrato, consistencia, decir algo que a todos nos importe,
que nos desconcierte y pueda modificar las ideas, que derribe prejuicios.
Que
alguien relate mientras relata lo que se le ocurre relatando no es algo nuevo,
pero Florencia del Campo (Buenos Aires, 1982) añade a esto un territorio en el
que todos pensamos y pocos escribimos: qué significa la casa. Decimos la casa,
no el hogar, porque hay que centrarse en el espacio físico dentro del cual
suceden las familias, suceden las parejas. Un hogar es un sitio que ya viene
con sus adjetivos, pero una casa es un ente vacío y uno lo llena, como nos va
explicando Florencia del Campo, de relaciones. Una casa es con quién, no
un decorado.
Para
ello se vale de un personaje creíble, de esos que se puede llegar a sospechar que
contienen buena parte de lo vivido por la autora. Da la sensación de que la
invención es recuerdo. Da la sensación de que se batalla entre la autocompasión
y la autoestima. Da la sensación de que se trata de saldar cuentas, y que no le
faltan motivos para estas intenciones: «Un sitio para guardar mis libros. Un
lugar que me sane un poco la herida infecta que deja exiliarse. ¿Lo entiendes?».
Que tenga una casa nos habla de la precariedad, que afecta no solo al ámbito
económico, que llega a la solidez psicológica y a las impredecibles relaciones
humanas. Nos está sugiriendo que salir adelante no es fácil, y que por el
camino dejamos muchas cosas, incluidas otras casas, pero que lo que no te mata te
hace más algo, no necesariamente más fuerte, pero sí más lo que sea.
«Un
lugar simbólico que ordene el desorden, que sane algo, que compense». La casa
como anclaje para dar forma al mundo, mientras la literatura busca descomponer un
poco cimientos académicos. Es curioso, pero así es como se titula el último
capítulo de la novela, Cimientos, después de haber pasado por Intemperie,
Materiales, Derrumbe, Proyecto, Construcción, etc. Se trata no de resolver,
sino de prepararnos un poco para empezar a resolver.
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