Un hijo extranjero
Eduardo Berti
Impedimenta
Madrid, 2022
130 páginas
La memoria como creadora
de galaxias es una garantía de éxito. Dentro de ese receptáculo de la materia
gris cabe toda la existencia de todos los seres. Incluso con lo que allí hemos
llegado a aprender, podemos construir una idea de lo que es un año luz y multiplicarlo
por cientos de miles, para así llegar hasta un rincón lejano que nos resultará,
sencillamente, muy conocido. ¿Para qué irnos tan lejos si podemos ejecutar un viaje
real en el que construyamos nuestra memoria, dándole forma a partir de otra
memoria, de una memoria prestada?
Así es como Eduardo Berti
(Buenos Aires, 1964) se embarca en un viaje a Rumanía, donde nació su padre,
con intenciones de explicar incluso la memoria que ha heredado de él, con
intención de hallar una explicación emocional sobre quién era su progenitor. A
partir de fragmentos que funcionan como funciona nuestra memoria -a saltos, con
asociaciones libres, digresiva, elusiva o concreta- teje un libro en el que se
intenta conciliar lo que sale al paso con lo que creía que iba a salirle al
paso. En realidad, apenas ocurre nada fuera del encuentro. Pero ese encuentro
es suficiente, por su dicotomía entre lo sospechado y la realidad, como para
generar dudas acerca de la identidad. Sin embargo, Berti no se plantea
aturdirnos con ningún tipo de filosofía, con reflexiones o con una toma de
posición moral. Su caso es tan único como universal: bien pudiera ser el
nuestro o el de nuestro vecino. De hecho, la sencillez con la que lo trata nos
da fe de ello.
No estamos frente a un
autor que sea consciente de estar escribiendo un libro excepcional, sino con
alguien que nos habla sobre él y deja a nuestro parecer emitir juicios. El
valor está en haber sido lo bastante audaz como para emprender un viaje con
sentido, en un tiempo en el que está sobrevalorado viajar por viajar. Llama la
atención que el sentido del viaje venga bastante dictado por unas fotografías
en blanco y negro en las que apenas se ven personas. Se trata de lugares
vacíos, como si pretendiera darnos a entender que el camino que emprende, el
que supone rellenar una memoria con una visita selectiva, careciera de fin: al
otro lado no hay nadie. Queda, eso sí, lo que podamos inventar. Y el primer
instrumento para la invención, todos lo sabemos, es la memoria, que supone más
un tránsito que una meta.
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