Junil en tierra de
bárbaros
Joan-Lluís Lluís
Traducción de Edgardo
Dobry
Club editor
Barcelona, 2022
285 páginas
El ideal del esclavo,
sobra decirlo, es ser libre. El del siervo, también. Y lo será de todo aquel
que esté sometido a las formas modernas de disciplina. Al menos eso es lo que
pueden pensar quienes hayan leído a Foucault. Sin embargo, admitimos esta
disciplina como algo natural, como parte del orden que viene con las leyes del
universo. Antes, en la época del imperio romano, se admitía con esa misma
convicción y con idéntico espíritu de respetar lo orgánico, la esclavitud y la
servidumbre. Han existido esclavos rebeldes, como el gladiador Espartaco, y
siervos que se sentían libres en su jaula de oro, como el mayordomo que
protagoniza ‘Los restos del día’. En esta novela se nos propone seguir a
siervos y esclavos en un itinerario que supone tanto sufrimiento como libertad.
Junil es una joven que ha
sido maltratada por su padre, un tipo que proyecta la angustia de la
infelicidad en su hija, y no permite que viva a plena conciencia. Sin embargo,
dado el oficio del padre, Junil descubre la literatura, los libros, y a su gran
autor contemporáneo, Ovidio. Ovidio pasa a ser mucho más que un poeta favorito:
será el faro, será la meta, será el guía, será el ideal, será la salvación.
Gracias al descubrimiento de los versos, la joven Junil puede permitirse crecer.
Su condición de mujer no ayuda en nada en los intentos de significarse y se ve atrapada
en lo clandestino. Ante nuevas amenazas, decide huir, buscar a los alanos, pues,
ha oído, en su territorio no hay esclavos.
Partirá acompañada de
otros esclavos, formando un pequeño grupo que apenas está adaptado a una vida
que no sea la de una ciudad de provincias. Carecen de brújula, de nada que les
oriente, excepto lo que han escuchado. Pero como los protagonistas de los
cuentos de hadas, en el camino irán topándose con gente de diversa ralea, de
los que se seleccionarán los ayudantes. Y gracias a ellos, y a la sabiduría
funcional que van acumulando, se adaptan a su condición de vagabundos, de sin
tierra. Han abandonado los paradigmas de una civilización para encontrarse con
algo más salvaje, y esto les llevará a cuestionarse si esos paradigmas no son
artificiales, creaciones convencionales de un grupo, que se han implantado como
verdades innatas. Frente a ello, están los ideales de belleza que se sostienen
en la poesía, otra creación humana, pero esta atañe al alma, mientras que las
leyes atañen a la convivencia y a los sistemas de distribución de poder.
La novela, que se lee con
delicia, mantiene un tono narrativo constante, una especie de lirismo de
inspiración antigua. Para ello debe valerse de la creación de una atmósfera
gracias a un lenguaje que cree en el ánimo del lector un ambiente de época. Hemos
leído alguna obra que también lo lograba, cuidando mucho las palabras y su
cadencia, como ‘El largo aliento’, de Juan Luis Conde, ‘Tengo
palabras de fuego’, de Adolfo Muñoz, o ‘Me manda Stradivarius’, de
Rodrigo Brunori. Este ‘Junil en tierra de bárbaros’ se inscribe en ese
género, que puede confundirse con el histórico, por llevarnos a otra época. En
realidad, son obras de ambientación histórica, sí, pero no novelas históricas,
en las que los episodios contemporáneos a los personajes se entreveren con la
acción de lo que viven, condicionando los sucesos particulares y los que
afectan a los movimientos de la historia. Como las obras antes señaladas, esta
novela debería ser leída por muchos, por aquellos que quieran disfrutar de
buena literatura.
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