Agua dulce
Akwaeke Emezi
Traducción de Arrate
Hidalgo
Consonni
Bilbao, 2021
241 páginas
O, al menos, ese es el personaje durante la
infancia. Lo cual apunta a una novela de crecimiento, una novela de
aprendizaje, que se nos presentará de una forma muy imaginativa, o al menos muy
imaginativa para el contexto del mundo occidental. Son tres las voces que nos
irán hablando, aunque una de ellas, la de la propia protagonista, de forma muy ocasional
y para recitar un poema o expresarse de manera epistolar. Las otras dos voces
pertenecen al interior de la protagonista. Si Virginia Woolf nos mostró que se
podía escribir una novela que sucediese por entero dentro de la cabeza de un
personaje, Akwaeke Emezi (Nigeria, 1987) nos enseña que dentro de un personaje,
de una persona, existe algo más que lo que protege el cráneo. Por un lado están
esa voz que habla en primera persona del plural, Nosotres, que se
traduce en un término de vocal final neutra significando la universalidad, pues
se trata de una suerte de demonios, de conciencias, de dioses interiores que
afectan a hombres y mujeres. Se nos presenta, en buena medida, como parásitos
de los que dependemos para fraguar un diálogo interior, incómodo, eso sí, sobre
el que ir creciendo. Tal vez el fundamento sea una suerte de animismo,
considerando que nos habitan múltiples seres, que el principio vital debería
administrarse en plural, que somos poliédricos y que somos líquidos.
Regidos por esos Nosotres,
la vida se muestra en toda su dureza. Los años de infancia, en África, nos
hablan de la crueldad que supone empeñarse en permanecer vivo. Para sobrellevarlo,
el punto de vista desarrolla la narración con un cierto empuje surrealista,
como si el mundo no estuviera plenamente escrito antes de conocerlo, sino que
se fuera escribiendo a medida que uno despliega las palabras. Da la sensación
de que la autora ha puesto no ya el lenguaje, ni siquiera la estructura, sino
las vidas de los protagonistas a fermentar. Es una narración algo febril que tendrá
su contrapunto en la segunda voz.
Y esta segunda voz surge
desde lo oculto cuando la protagonista, ya adolescente, ya emigrante en Estados
Unidos, descubre el sexo. Y junto al sexo una nueva forma de relacionarse con la
gente. El relato pasa a ser más concreto, más mundano, en manos de este otro
ser que la vigila, la acompaña, y la ocupa con toda su voluntad cuando hay
ocasión de entregar la carne al hombre que la gusta. La protagonista es una
marioneta de sí misma y va explorando, en los vuelos a los que le llevan los
seres que la habitan, los límites de lo humano. La novela nos habla de nuestros
fantasmas y de cómo aceptarlos, de lo imprescindible que es saber que no somos
un ser unificado. Es una invitación a la psicoterapia a través de una lectura
metafórica de nuestra consistencia, si es que lo que somos, seres desmigados
que luchan por recomponerse, se puede llamar consistencia. Emezi consigue, así,
una novela muy interesante, que por momentos nos lleva a explorar la cantidad
de lo interesante que somos capaces de soportar.
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