Japón inexplorado
Isabella
Bird
Traducción
de Carlos Rubio
La
línea del horizonte
Madrid,
2018
348
páginas
Este
libro entra directo en los laureles de los libros de viajes. Es una obra
extraordinaria, un ejercicio epistolar que deja en meras redacciones de aula
las vidas que estamos acostumbrados a leer, en confesión, en esos ejercicios
literarios. Para ello Isabella Bird (Boroughbridge, 1831 – Edinburgo, 1904)
recorre Japón en una época en la que el país apenas existía para occidente. Es
decir, el contacto con Japón se limitaba a ciertas ciudades periféricas, a las
que llegaban los barcos mercantes, y que eran visitadas por turistas. Ya en
1878 alguien con otro espíritu para visitar el país, más inquieto, maldecía el
efecto del turismo y los toques de colonización occidental. Bird era una
viajera con conciencia de voyeur, alguien a quien le hubiera gustado
desaparecer para ver con libertad, para ver de cerca. De ahí que el libro esté
lleno de fondos de teatro, de descripciones de aquello que se ve en segundo
plano, paisajes o actitudes. De ahí que lamente lo que le sucede, sobre todo
las pulgas, y que le impide ser testigo de un viaje depuradísimo. Como
depuradísimo es el estilo en el que escribe, tanto que podríamos hablar de
ausencia de estilo. En ese caso, sirva como elogio, como saber hacer. Para ello
le ayuda el género, saber que al otro lado del mensaje hay una persona que
leerá las cartas. No se puede ser, en consecuencia, oscuro. Nada de alardes
verbales. Se demorará en cada cuadro tanto tiempo como sea necesario para que
el lector, en este caso su hermana, participe con ella del viaje.
En
el libro subyace una intención etnológica, que se refleja con claridad en la
última etapa, cuando se halla entre los ainu.
Dado que se trataba de una ciencia geográfica en pañales, dado que no pretende
sino reflejar lo que vive y no interpretar el contorno, dado que confiesa cuál
es su pasado, de dónde viene, se impone la sinceridad de los caminos y las
posadas. Las cartas son una manera de reconocer sus filias y fobias. En buena
medida, es un libro en el que nacen los tópicos que hemos seguido heredando,
como la dificultad para reconocer al individuo, la calidad de la comida o los
pequeños estafadores que buscan propina. Y esas filias y fobias se van
desgranando, para terminar imponiéndose la mejor versión del viajero, el que
acepta, el que comprende, el que reconoce las formas de cortesía en gestos que
nos hubiera resultado violentos, y tampoco le molesta la curiosidad. Al fin y
al cabo, esa es la razón por la que ella no deja de ser un intruso en la vida
de los japoneses.
Antes
hemos asistido a la evolución del narrador, pues Bird comienza el viaje con
titubeos bipolares: es capaz de contradecirse, con dos páginas de distancia,
acerca de la amabilidad de unas gentes, las del Japón inexplorado,
desconocidas, como pueblos primitivos. Dice no encontrar un solo caso de mala educación,
para luego sentir como un desprecio la falta de higiene y delicadeza, que es el
cimiento de la buena educación victoriana. O, para citar un caso más concreto,
alaba la belleza y feminidad de las vestimentas clásicas de las mujeres, y
aborrece el maquillaje. Esta bipolaridad no es un trastorno, sino hija de las
ganas de aprender. Se trata de la primera persona en llegar a ciertos poblados,
del primer occidental en un mundo rural, enfermo como está enfermo el mundo sin
duchas para quien la utiliza dos veces al día, o como está enfermo el terreno
de barro para quien solo se maneja en coche. Pero hay un dato que transfigura
el viaje y, con él, a Bird: jamás menciona intención alguna de echarse atrás. Y
eso que las cartas están escritas sobre el terreno, reflejando parajes,
costumbres y las propias intenciones.
Si
uno debe citar algún tema, este sería el orgullo. Eso es lo que busca Bird, de
qué raza es el orgullo de los pueblos escondidos. Su labor como descubridora
radica en indagar más allá de dar fe, de plantearse algo así como un viaje al
pasado de la civilización, a las formas de vida pobres. Las misivas están
cerradas, pero tendrán continuidad. Cada carta funciona como un pequeño ensayo,
un relato en el que se plantea una hipótesis, una tesis y unas conclusiones, lo
cual da pie a facilitar una lectura casual. Pero el conjunto es una obra
literaria con garantías: Bird no sale indemne de la experiencia. Cambia, y lo
hace para entender mejor la plural condición humana. Conocer la buena forma de
orgullo de la gente humilde, afecta a cualquiera que tenga su sensibilidad
puesta al día. Bird convierte ese efecto en literatura.
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